Felices, juntos de nuevo

Podemos estar unidos, podemos ser únicos, podemos saber qué queremos; pero la vida siempre te cambiará los planes. Acumulemos experiencia.

Alberto José López Báez

Luego de haber estado recién casados en Latinoamérica y con la economía en nuestra contra, y de haber logrado que tanto mi esposa, mi hija y yo, estuviéramos de nuevo unidos bajo un mismo techo y reiniciar nuestra vida familiar, sin percatarnos comenzaron a ocurrir algunos cambios. Cambios que moldearían mucho más nuestras conductas y metas, y en los que los lazos de amor en ocasiones se tensaron más de lo debido.

Poco a poco fuimos cambiando los enseres iniciales que teníamos en nuestro hogar. Mientras embalábamos algunos y nos deshacíamos de otros, comenzamos a comprender esos cambios por los que habíamos atravesado. El pequeño corral en el que dormía nuestra hija fue sustituido por una cama; la nuestra, una tipo matrimonial, pasó a ser una King size; el viejo televisor de 36 pulgadas se convirtió en una pantalla plana de 56; así fue cómo, de forma paulatina, cada uno de los bienes materiales con los que contábamos pasaron a la posteridad. Qué orgullo haber logrado los cambios necesarios, pero…

Nuestra familia había entrado en un proceso de cambio, adaptación y metas, y todo lo alcanzado había implicado cierta cuota de responsabilidad, de compromiso, de aceptación y de fidelidad laboral y emocional. De cierta forma nuestras propias vidas habían dejado de pertenecernos, respondíamos a otros. Las prioridades de nuestro hogar se encontraban sitiadas por terceros, a quienes les debíamos abnegación; el estar unidos era algo efímero y el calor de hogar se convirtió en una rutina cansona.

Ahora que estábamos juntos, y en nuestro hogar, los compromisos adquiridos por haber alcanzado dicha meta se transformaban en una pesadilla que nos agobiaba.La recurrente idea de dejar todo y regresar a estar con la familia era suprimida por el temor de perder lo obtenido y, con ello, de nuevo la ruptura.

Ahora los pensamientos vacilantes de tener cosas y estar juntos, y no poder aprovecharlas, eran más importantes que el hecho de haberlas conseguido. Peleas y discusiones constantes estaban a la orden del día, las falsas sonrisas, el simular que se prestaba atención, las deudas acumuladas, los compromisos laborales, las tareas diarias de la educación de nuestra hija, así como las del hogar, se convertían en interminables jornadas de ira, angustia y frustración; miradas agotadas y nubladas que, por más claro que estuviese el día, jamás podrían apreciar la luz del sol. Sí: nos habíamos permitido tener “dioses ajenos” en nuestro matrimonio.

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Entramos de nuevo en una fase de adaptación y aprendizaje. Debemos prestar mucha atención a todos los procesos vividos y procurar rescatar lo obtenido de cada uno de estos, a fin de poder continuar.Recuerdo que durante esos días de sacrificios fuertes, mi esposa y yo compartíamos pocas o ninguna hora juntos: ella, por su trabajo de oficina de 7:00 am a 4:00 pm y yo, con un horario desde las 12 de la media noche hasta las 8:00 am en mi empleo (particularmente en Caracas, Venezuela, donde la cola o tráfico es interminable, se tiene que prever una a dos horas más en cada jornada laboral). Es decir, ella llegaba a casa y yo dormía, preparaba la cena y yo desayunaba, se arreglaban para dormir y yo salía a trabajar. Nos mantuvimos en esa rutina por dos largos años, y luego de esto decidimos programar nuestras primeras vacaciones en familia, necesitábamos ordenarnos y organizar las ideas, así como también replantearnos metas o incluso establecer nuevas, estábamos nuevamente juntos, pero, ¿hacia dónde nos dirigíamos? Ignorábamos que hace falta tener ciertos objetivos o fines en el matrimonio.

Así es cómo uno se coloca en una gran encrucijada de la vida y debe detenerse a pensar, ¿hacia dónde voy? ¿Esto es lo que deseaba hacer con mi vida? ¿Esto es lo que mi familia merece? Hay que escuchar y prestar mucha atención a las palabras de tu pareja y las de tu hija, percatarse de que se debe realizar otro gran cambio en lo rutinario del día, y de esa forma conseguir opciones que permitan reencontrarse con lo que se había extraviado: la familia.

Y por muy alocado que parezca, todo esto se trata de un proceso de adaptación

, que con la justa comunicación hará todo mucho más llevadero. Cuando dudaba solo había que pensar en lo vivido y en lo superado. Los niños son grandes recipientes que se amoldan a todo. Su mundo de fantasía siempre será más sencillo y sincero que el de nosotros, sus padres; además del simple hecho de que con un beso recibido, un abrazo, una sonrisa o de poder disfrutar de su sueño, se aliviana cualquier carga que se lleve sobre los hombros.

Las metas que como grupo familiar deben plantearse, tienen que responder a las interrogantes más simples y comunes: ¿qué queremos?, ¿qué tenemos?, ¿qué necesitamos? Y que puedan responderse en el corto y mediano plazos, porque de lo contrario se convertirán en imposibles, en metas inalcanzables. Muchas veces no basta tan solo con querer estar juntos, se debe planificar cómo poder o lograr mantenerse unidos, sin caer en la rutina. No es fortuito que exista incluso un manual del matrimonio saludable, que nos habla de tener esas metas.

La vida misma nos presenta innumerables pruebas, cuyo último fin es obtener el mejor de los aprendizajes y el provecho de las distintas situaciones y adversidades. La madurez y el compromiso asumido por continuar adelante siempre deben ser mucho más grandes que la derrota. Y cuando se dude, hay que ver a los ojos de nuestros hijos y pareja y reencontrar el alma en sus pupilas, pues en ellas descansa el camino a seguir.

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Alberto José López Báez

Alberto José López Báez es de Caracas, Distrito Capital - Venezuela. Escribir, crear, enseñar, y aprender son sus pasiones.