Gritar no es diferente a golpear
A veces perdemos la paciencia y no controlamos nuestras emociones, sin medir la enorme marca que dejaremos a nuestros hijos.
Marilú Ochoa Méndez
La ciencia afirma que gritar no es diferente a golpear. “Los padres que gritan son incapaces de equilibrar los gritos con el afecto para deshacer el daño que causaron al gritar en primer lugar“, afirma el doctor mexicano Jesús Amaya Guerra en un categórico artículo periodístico.
Continúa el doctor Amaya afirmando que “los niños a los que se les grita tienen más posibilidades de deprimirse“. Y para dejarnos profundamente claras la necesidad y la urgencia de detener esta pésima práctica, nos da una estocada final: “gritar para corregir o llamar la atención (de nuestros niños) solo demuestra nuestra incapacidad para entablar una comunicación efectiva“.
Hiere, y además, ¡no sirve!
Pero yo, que sé esto desde hace muchos años, aún grito. Es que en el momento en que el bebé llora, el de 11 años está gritando, es preciso atender al vecino que toca la puerta y me duele la cabeza, no consigo traer a mi mente ni a mi corazón esta realidad: mi grito no servirá de nada. Sacará el magma ardiente de mi frustración interna, pero arrasará a mis hijos a su paso, con lava destructora.
Es normal que en contextos particulares, en algunos momentos, nos abrumemos tanto que solo podamos explotar, pero no debe ser para nada común, debe ser excepcional. Todos tenemos malos ratos y malos días. Es importante un despertar de los padres de familia, los educadores, los abuelos, los tíos… el maltrato, el grito no debe ser opción de trato para los pequeños.
Mamá, me lo merezco ¿verdad?
Yvonne Laborda, terapeuta española, nos dice que nuestros pequeños, cuando reciben atención y amor disfuncional, especialmente de parte de sus madres, no dejan de amar a quien los maltrata, sino a ellos mismos. A partir de esta experiencia en corto, durante su juventud y adultez, aceptarán para sobrevivir el maltrato, la manipulación, la desconsideración, porque eso han aprendido de sus cuidadores primarios.
Es como poner un molde compacto a una nube en lugar de dejarla explayar sus gotas en la atmósfera, adornándonos el cielo. Lastimar el corazón, la mirada y el alma de un niño impedirá su crecimiento armónico, y le hará asumir culpas, responsabilidades, problemas que no le corresponden. Es cierto que la maravillosa resiliencia de la naturaleza humana podría conservar su inocencia, su esperanza, podría conseguirles un buen futuro a los niños, pero ¿no es mejor, como dice el dicho, construir niños fuertes en lugar de reparar adultos rotos?
Pero ¡lo vuelvo a hacer!
El pediatra español Carlos González, que además de un excelente médico es una persona llena de sentido común, hablando con los padres sobre los límites, nos brinda una enseñanza llena de sabiduría. Hay padres que dicen que no saben poner límites. Se frustran porque sienten que “sus hijos hacen lo que quieren”.
El doctor les dice que poner límites es algo natural, y que vaya que lo hacemos. Si tu hijo de dos años desea correr hacia la calle cuando viene a toda velocidad un autobús, lo detendrás. Un resorte interno casi automático te hará apresarlo con uñas y dientes si es necesario para evitarle un accidente trágico.
No le darás de comer un pastel con un clavo adentro, tampoco. Procurarás que, al menos, sea comida lo que se lleve a la boca. El problema cuando no sabemos ponernos o ponerles límites en otros aspectos, como dejar de gritarles o guiarlos a ser virtuosos, está en que no vemos la consecuencia a corto plazo. No nos viene el flashazo de un vehículo aplastando a nuestro pequeño, que nos hace correr a detenerlo.
El daño emocional no se ve
Le gritaste a tu hijo. Lo golpeaste. Le dijiste que era un dramático, no le crees. Y lo vuelves a hacer. Porque él sigue corriendo a abrazarte cuando llegas a casa. Esto nos hace ir quitando peso e importancia al maltrato, pues parece que no pasa nada. Pero en su interior, algo se ha roto en tu pequeñito. Y algo se sigue rompiendo con esas señales confusas de amor y cuidado mezcladas con manipulación y maltrato.
Hoy es cuando tú y yo podemos despertar. Así como no gritamos a nuestro jefe por su desconsideración, ni tachamos de mentiroso al casero que otra vez nos volverá a subir la renta, sino que buscamos maneras de conciliar, así debemos hacer con los seres que más nos aman, que con más esperanza nos miran, cuyo corazón añora ser protegido y custodiado para su sano crecimiento.
¡Quiero hacerlo! pero ¿cómo?
1 Decide no hacerlo
Decide educar con el corazón, decide mar diferente. Eso mismo que te detiene a gritar al policía injusto, a la maestra irrespetuosa, a tu compañero de trabajo abusivo, actívalo con tus pequeños. ¡Ser pequeños no nos da derecho a maltratarlos!
2 Recomienza y aprende de tus errores
A veces, cuando tenemos comportamientos repetitivos de maltrato y grito, conversar con nuestros pequeños para avisarles del cambio de actitud es contraproducente, pues no cambiamos, y perdemos credibilidad ante ellos. Hazte el propósito tú. Imagina el corazón apachurrado de tu pequeño, y decide ir sanándolo con tiritas de amor constante y consistente.
3 Estudia, conversa, aprende
Busca autores que hablen de crianza con amor, crianza respetuosa, comunicación no violenta, disciplina con amor, como Jane Nielsen, Rosa Jové, Rosa Barocio, Carlos González. Busca podcasts, videos en YouTube, asiste a conferencias. Dialoga con tu cónyuge, con amigas o amigos que puedan darte consejos y escucharte.
4 Ve a terapia
Es un poco retorcido que a veces causemos heridas a los débiles y respetemos a los fuertes. ¡No está bien! Normalicemos ir a terapia, recibir cariño a nuestros propios corazones lastimados
5 Pide perdón
En primer lugar, perdónate a ti. ¡Hoy puedes cambiar! Hoy puede ser el último día que lastimaste a uno de tus pequeñitos. Después, imagina que les pides perdón con cada acto de ternura, contención, guía amorosa y disciplina amable. Cuando hayas logrado salir del círculo vicioso del daño, anímate a pedir perdón a tus pequeños, y cuéntale de cómo tu amor por él movió tu corazón para amarlo de veras.
6 Ora
Por los padres, los hijos, los educadores. Ora por mi y por ti. Oremos por los pequeños que sufren y en lugar de recibir amor reciben golpes y maltrato. ¡Hay tanto qué sanar en el mundo de hoy!
7 Comparte esta visión sanadora
Comparte la necesidad del buentrato, de la ternura, de la calidez, del amor de verdad que guía sin herir.El mundo que vivimos está urgido de esta revolución de la ternura. ¡Vayamos a llenar huecos! Iniciemos hoy.