La actitud ante tus fallas es la que hace la diferencia entre el éxito o las equivocaciones
Cuando cambias para bien, todo tu mundo alrededor cambia y logras ser feliz.
Erika Patricia Otero
Si alguna vez te preguntaste por qué siempre te va mal en el amor, o por qué siempre terminas peleando con tus padres cuando solo querías hablar, entonces, eres de los míos. La realidad es que muchas veces en la vida caemos en el error de “tropezar con la misma piedra”. El asunto es que no tenemos la menor idea de por qué pasa. Lo bueno de todo, es que si aprendemos a detectar dónde nace el problema, nunca más volveremos a cometer ese fallo.
La culpa y la solución la tiene nuestra actitud
Por muy difícil que pueda leerse, esa es la verdad. Aunque un “giro” de esta también arregla el lío.
Hay personas que les cuesta mucho hacerse responsables de sus actos, estos terminan achacándole la responsabilidad a otros. También están los que actúan con total indiferencia; caen en cuenta de su error, pero les da igual, ellos siguen por la vida como si nada. Y por último, están las personas que reaccionan con vehemencia, ya sea con agresividad o apasionamiento.
Cualquiera de las anteriores opciones es errada y te diré las razones.
Primero:
No asumir la responsabilidad es muestra de inmadurez mental. Se pueden tener 50 años, pero si no se es capaz de lidiar con el peso de las decisiones y acciones, se es inmaduro.
Sin embargo, cuando alguien es capaz de analizar qué pasó o generó el problema, tratará de darle una solución a la situación. Eso le hace alguien responsable; además, cuidará mejor sus decisiones y acciones para evitar errar de nuevo.
Segundo:
Ahora bien, cuando una persona va por la vida actuando con indiferencia ante sus errores, estará condenada una y otra vez a fallar en el mismo punto aunque sean situaciones diferentes de la vida. Quien actúa de esa manera desea evitar dolor y vergüenza, pero lo único que hace es prolongarlo.
La actitud que debe asumir alguien indiferente es actuar de manera consciente; es decir, tener los “5 sentidos” puestos en cada acción o decisión que tome, porque lo que ocurre es que muchas veces no se dan ni cuenta de sus acciones. Otra solución es la de asumir las responsabilidad; no pasar de largo para evitar el malestar, a sabiendas que lastimó con sus palabras a su madre, por ejemplo. Ambas acciones te dan la capacidad de vivir más tranquilo y con menos cargas emocionales negativas.
Tercero:
Hay personas que ante un señalamiento de sus errores dejan salir todo su lado emocional. Pueden enojarse, llorar, defenderse apasionadamente, gritar; todo esto, para defender su actuar y demostrar que tiene la razón y que los demás son los equivocados.
Por supuesto, una realidad depende de la percepción de los involucrados, pero siempre somos capaces de ver si estamos o no equivocados. Por eso, para superar ese actuar infantil es primordial ser humilde, esto para ser capaces de reconocer los errores. Al principio puede ser muy complejo para el ego decir: “Sí, es mi error o estaba equivocada”, pero desde el mismo momento que se decida cambiar de actitud, va a ser mucho más fácil llevarse bien con los demás.
Madurez emocional y mental, la fuente de nuestra paz personal
Tener madurez no es cuestión de años. Puedes tener 20 años y ser una persona madura y estable emocionalmente, o 50 y proceder como un muchacho de 15 años rebelde.
¿Cómo se adquiere madurez mental y emocional?
La madurez de carácter se adquiere a través de los aprendizajes que deja la vida. El aprendizaje viene de la mano con las situaciones que llevan a una persona a sacar sus recursos personales y fortaleza interna.
Sí, se aprende más en situaciones de presión y dificultad que en los buenos momentos. Lastimosamente, los buenos momentos nos dejan placer y disfrute; ¿Se aprende algo? sí, pero no con la misma intensidad que los malos momentos. Los golpes nos hacen madurar, crecer y fortalecernos.
Ahora bien, tomemos en cuenta que todos somos diferentes y ante una misma situación vamos a reaccionar de distintas formas. Un par de hermanos gemelos, pese a compartir muchas cosas y a ser físicamente muy similares, van a tener formas de ser y pensar diferentes. Ambos no van a reaccionar igual ante un divorcio de sus padres, por ejemplo. Uno puede sumirse en una tristeza extrema, mientras que el otro sentirá que es lo mejor que puede pasarle a la familia porque nadie merece vivir viendo a sus padres pelear a diario.
Cómo asumes las situaciones de la vida hacen la diferencia entre la paz y el caos
Para no ir más lejos, no todos hemos reaccionado igual a la situación de pandemia por coronavirus. Hay personas que disfrutan de estar solos y se conforman con hablar con sus familias por alguna aplicación de video. También hay aquellos para lo que esto ha sido una condena de muerte; otros más están se mantuvieron tranquilos porque tienen la cara puesta a las cosas buenas de su vida.
La diferencia radica en cómo asumimos las situaciones complicadas de la vida, que para bien o para mal son las que nos hacen crecer y madurar. Sé que es triste que aprendamos solo en los momentos más grises de la vida. Esto sucede porque no somos capaces de ver los buenos momentos, solo los disfrutamos; por esto es que se requieren de malas experiencias para aprender a agradecer lo que se tiene, madurar y darles el valor que merecen.
Lastimosamente somos hijos del rigor. A la buenas, son muy pocos los que aprenden una enseñanza; a las “malas” o aprendes la lección, o estás condenado a pasar varias veces por situaciones de similar dificultad hasta que veas. De eso se trata, de abrir los ojos, ver en lo que fallas, corregir y seguir el camino. Ya aprendida la lección, no hay necesidad de pasar de nuevo por eso; y si pasas, pues ya sabes “qué piedras pisar para no caer el río”.
Solo me queda decirte que espero que disfrutes y aprendas de la vida cada día. Todos los días traen su afán, su enseñanza; por eso, sé agradecido y humilde, reconoce tus errores y no seas obstinado, la vida será mucho más hermosa y fácil de vivir.