La familia está en crisis y en nuestras manos está la solución
La familia, como institución, necesita refuerzos y nuestra lucha diaria para salvarla. ¿Afrontas el reto?
Danitza Covarrubias
Uno de los preceptos que aún imperan en nuestros días, al menos conceptualmente, es la fidelidad en la relación de pareja. En los matrimonios escuchamos los votos, en los cuales va implícito una exclusividad en la relación. Sin embargo, una de las preocupaciones sociales es el número de divorcios que se incrementa día a día. Muchos de estos divorcios tienen por causal la infidelidad.
Para comprender la infidelidad, es fundamental conocer cómo fueron evolucionando las relaciones de pareja a través de la historia.
Un poco de historia
En un inicio, el intercambio sexual era de manera fluida y abierta. Poco a poco, conforme el patriarcado y las ideas cristianas se imponían, fue dándose el paradigma de la exclusividad.
El derecho romano legisló el tema de la familia con la finalidad de propagar la especie. Otro de los objetivos fue garantizar que los bienes que el hombre generaba quedaran en un hijo de sangre. Así surgió el matrimonio, como una sociedad de conveniencia; la mujer estaba obligada a ser exclusiva del hombre, para garantizar que engendraría vástagos de su esposo. También se usaba a la mujer como bien de intercambio para expandir territorios. Mientras tanto, el hombre seguía gozando de esa libertad sexual, por la cual surgieron los hijos ilegítimos, los bastardos.
Esta exclusividad sexual estaba en relación de la certeza masculina de sus descendientes. El amor era para los amantes, mientras el matrimonio era para la estructura social, para la economía.
Fue después que surgió el romanticismo que se empezó a instaurar el amor como centro del matrimonio, que se deseaba romper con la elección de pareja por negocios familiares, y que se idealizó casarse por elección. Tal es el ejemplo de la historia de Romeo y Julieta, donde se narra el romántico ideal del amor.
La práctica de la infidelidad en los hombres ha imperado en toda la historia. Es hasta los movimientos sociales que defendieron los derechos de las mujeres, que se empezó a transformar la idea de matrimonio, y se empezó a perfilar el concepto del divorcio.
Mientras que siglo XIX fue del amor, el siglo XX fue el siglo del sexo. La mujer logró libertad sexual con la aparición de los anticonceptivos; la mujer y el hombre se comienzan a reconocer de la misma manera ante la ley.
Este giro de equidad también trastocó la visión de las relaciones de pareja, del matrimonio y de la familia en la modernidad.
Amor líquido
En la actualidad, la edad contemporánea, vivimos en un consumismo desmedido, satisfacción inmediata de placer, inmediatez. Un amor que se ajuste a esto lo definió el filósofo y sociólogo Bauman como “amor líquido”.
Se trata de un tipo de amor que es correspondiente al contexto, valores y reglas actuales, relaciones que toman diversas formas y que fluyen con rapidez como un líquido; con dificultad para consolidar un compromiso, para ser una relación permanente y estable. Que es cambiante en sí misma, y también que intercambia de persona con regularidad.
El lado bueno
1.Las mujeres ya no tienen que soportar maltratos, infidelidades, abusos. Pueden retirarse de una relación tóxica.
2. Hay una forma jurídica que garantiza permanecer existiendo con todos los derechos ante la sociedad.
3. La liberación femenina ha devuelto a la mujer la capacidad de explorar otras posibilidades y opciones de vida, inclusive de volver a gozar de su sexualidad.
4. Los hijos tienen la esperanza de poder tener vínculos tanto con una madre como con un padre, puesto que antes la crianza correspondía solo a la mujer.
5. Puede haber equidad entre hombres y mujeres.
Las desventajas
1.Dificultad de generar vínculos profundos en las relaciones, no solo de pareja, sino interpersonales en general.
2. Los niños viven actualmente en la época en la que más solos han estado en la historia.
3. Al tener tanta libertad sexual, las relaciones inician con una sexualidad activa, convirtiendo relaciones en familias con embarazos no deseados, sin saber cómo consolidarse por no existir la vinculación.
4. Al huir del maltrato y el abuso, se confunde esto con huir de la incomodidad que ocasiona el trabajo personal que requiere una relación de pareja.
5. Dificultades para constituir familias compuestas (reconstruidas), pues se responde al paradigma de la familia tradicional.
Conclusión
Después de más de 2000 años de cierta línea que llevaba la relación de pareja y la conformación de la familia, hubo una fuerte ruptura. Sin embargo, no hay aún un nuevo modelo, una nueva estructura a la cual amoldarse. El matrimonio está en crisis; una fuerte crisis que necesita nuevas respuestas, a preguntas que muy probablemente ni siquiera nos hemos hecho.
Necesitamos una nueva definición y concepción de lo que queremos como sociedad para su célula primordial; una célula que está en constante diálogo y construcción de lo social, y que al mismo tiempo, es golpeada por lo que socialmente ocurre. Una célula que contiene a lo más frágil de la sociedad: los niños. Mirar a esas nuevas generaciones, y replantear la funcionalidad de la familia para ellos es lo que mejor podemos hacer por el futuro de la humanidad.
Hombre y mujer sigue siendo hasta nuestros días la manera de concebir a un hijo. El gran reto que se presenta ante nosotros es poder renovar una estructura tanto conceptual como legal que pueda proteger a cada uno de los miembros de la familia.
Que la mujer no tenga que someterse, ni soportar maltrato por el cuidado de los descendientes, que estos niños no se queden sin padre y sin madre, cuando estos decidan separarse, que sigan siendo cobijados en sus necesidades económicas, pero sobre todo emocionales.
La respuesta está en consolidar las relaciones de pareja, mismas que no existen, que históricamente han respondido a un interés social del cuidado de la especie y de la economía, incluso del patriarcado.
Es fundamental poder educar y formar en el amor, en la autonomía, en la equidad, y en ser pareja.
Ser pareja para poder realizarse cada uno en lo individual, y en el amor de pareja. Para realizarse en la maternidad y paternidad, para seguir unidos en la familia, ya no por una obligación, sino por resultado de un trabajo personal y conjunto, comprometidos en el bienestar psicosocial de la humanidad. En ello radica en el bienestar de todos los que incluyen a una familia. Ese, es el gran reto de nuestros días.