La fuerte debilidad de las madres

Marilú Ochoa Méndez

Estoy preparando la comida a todo vapor. Esta semana mi pequeño de 11 meses ha dormido siestas express, por lo que no puedo permitirme “gastar” el tiempo de mi angelito fuera de mis brazos en comidas elaboradas.

Preparo arroz, y mientras lo reviso, buscando granos en mal estado, para separarlos de los buenos, mi mente vuela.

No puedo evitar recordar el diálogo que tuve con la señora de la tienda ayer. Ella me contaba cómo se sentía: embarazada y mamá de dos pequeños de 3 y 7 años, sufría por sentirse “inútil”, pues sus movimientos eran torpes y lentos, y estaba muy malhumorada.

Cuando me lo dijo, me vi reflejada en ella. ¡Es tanto lo que yo veo que hace!, pero ella solo se recrimina, y me cuestioné: ¿por qué a veces somos tan injustas con nosotras mismas?

Buscamos el “prietito” para sacarlo, ¿no?

Mi cultura latina y mi nacionalidad mexicana están llenas de refranes e imágenes ricas en significado. Permíteme que tome una que nos dará mucha claridad, y con la que -estoy segura- estarás de acuerdo: solemos concentrarnos en el “prietito en el arroz”.

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Al cocinar arroz es común que mires los granos blancos, buscando el que desentona, porque está en mal estado. Lo ideal es sacarlo y concentrarnos en todos los demás, que son los que cocinaremos.

El problema inicia cuando permitimos que nuestra vida y/o aprecio personal giren alrededor de este grano “prietito”. Y es problema, justo porque no nos deshacemos de él, permitimos que nos perturbe, ignorando las blancas bendiciones con que contamos.

Soy así, ¡pero me falta tanto!

Volvamos con la historia que te contaba arriba, la señora de la tienda. Está embarazada, tiene dos pequeños de menos de 10 años, atiende un negocio familiar, ¡y se siente inútil! Está de no creerse.

También yo llevaba a mi bebito, que se revolcaba inquieto en el rebozo, así que solo alcancé a invitarla a mirarse con más amor, para reconocer el gran trabajo que hace.

Llegando a casa, me puse a pensar en tantas veces que me he castigado a mí misma con una mirada y reacciones poco compasivas, y decidí que urgía tocar este tema contigo: ¡Debemos tratarnos mejor!

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Esto es lo que podemos hacer

A continuación, te compartiré una lista de acciones cotidianas saludables para reconocernos, amarnos e impulsarnos en esta difícil vida de madres.

1 Mírate con amor

Dejemos de mirarnos hacia abajo, molestas, cuando nos descubrimos imperfectas, cuando sentimos que no “damos el ancho”. Evitemos ser duras con nosotras mismas.

Una bella amiga mía, dice que “la maternidad siempre es heroica“, y la admiro por eso. ¡Tiene tanta razón!

2 Evita las comparaciones

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Pero es que ella tiene un hijo más que yo, y es más delgada y guapa“, “su hijo dejó el pañal seis meses antes que el mío“, “la hija de mi hermana obedece a la primera“. Está bien. ¿Y?

¿Por qué “estar delgada” tiene qué ver con tener más o menos hijos?, ¿no puedes ser guapa siendo menos delgada?, ¿es de verdad relevante para la vida de cualquier niño si fue ‘el primero’ en aprender a ir al baño?, ¿es en verdad positivo que un hijo “obedezca a la primera”?, ¿es eso lo que deseas como madre, “ser obedecida”?

Las comparaciones muchas veces esconden nuestros miedos e inseguridades, y siempre nos dañan.

3 Define lo que tú buscarás como madre

Cuando de atrapes comparando, hazte el propósito de evaluar qué esconde tu inquietud, y aclara qué deseas de ti, de tu hijo, de tu familia en ese tema.

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Define tus objetivos, y aprovecha las riquezas y desencuentros de la vida real, para plantearlos con determinación, los tuyos, que responden a tu familia, sin dejarte nublar el juicio por la “perfección ajena” que crees ver.

4 Date un momento para reconocer todo lo que haces

Maternar a los hijos no es sólo mantenerlos con vida (que ya de por sí es todo un retador trabajo), sino hacer de sicólogas, enfermeras, consejeras, cocineras, maestras y demás.

Deja de mirar “el prietito en el arroz”. Periódicamente, date la oportunidad de agradecer a Dios todo lo que sí haces: tus canciones y brazos cálidos que arrullan a tus hijos, tu voz tan increíble, para contar ese cuento de manera casi mágica, el platillo que preparas con amor, y que tu familia adora.

Hay algunos días, en que sobrevivir, ya es ganancia. ¡Reconócelo!, eres maravillosa.

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5 Muéstrate real

Les haremos un favor a nuestros hijos, y a nosotras mismas, compartiéndoles nuestras luchas, desencuentros y temores. En resumen, la realidad.

Se trata de dejarlos ver que también tú te cansas, que a veces tampoco tú sabes cómo actuar, que también sientes tristeza o desánimo. Bajarnos del pedestal, ¡somos humanos!.

6 Esparce amor

Déjale saber a quienes conviven contigo que los miras, que reconoces sus avances, sus logros, sus luchas. Puedes hacer mucho bien esparciendo una visión amorosa, amable y detallista sobre ellos.

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7 No eres la única

Tendemos a pensar, especialmente las madres, que somos las únicas que tenemos hijos que a veces pegan, que son groseros o que nos desafían, ¡cuando no es así!. Dice el reconocido filósofo español Tomás Melendo que todos educamos mal, pero algunos lo hacen incluso peor. No se trata de ser perfectas, se trata de mejorar, de amar.

8 No, no estás mal

Si no puedes, no tienes ganas, o te cansas, evita pensar que es porque “estás mal”. No estás “descompuesta”, es normal que a veces topes con pared y no encuentres el camino.

Si te ocurre, respira, pide ayuda y fluye con la situación. Deja de exigirte la perfección en todo, es una carga muy pesada.

No seas ese ladrillo

Un ladrillo confundido, planeaba convertirse en un gran edificio. Quería tener muchos pisos, y ser el hogar de muchas y bulliciosas familias. Se molestaba al ver que era insuficiente. Incluso, a veces se recriminaba no abarcar todo lo que deseaba.

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Ese ladrillo iba directo a la depresión. No seas ese ladrillo. Dios te hizo sólida, maravillosa, competente y suficiente.

Sacude las nubes negras, pide ayuda, ora y ámate. Eres fuerte, eres capaz, eres única y estás en el mejor lugar. Dios te de paz, e ilumine tu camino de madre.

Toma un momento para compartir ...

Marilú Ochoa Méndez

Enamorada de la familia como espacio de crecimiento humano, maestra apasionada, orgullosa esposa, y madre de siete niños que alegran sus días. Ama leer, la buena música, y escribir, para compartir sus luchas y aprendizajes y crecer contigo.