La mejor noticia del mundo es actual (y antigua) y puede cambiar tu vida
Jesús nos da el mensaje de su Resurrección, y se queda ahí, a la orilla del camino esperándonos con los brazos abiertos.
Marilú Ochoa Méndez
Hace días, me mandaron un video maravilloso. Me encantó que en unos pocos segundos, muestra el fenómeno más poderoso y bello que los hombres hemos experimentado desde que estamos en la faz de la tierra, pero no es fácil de intuir, y provoca muchas reflexiones que deseo compartir contigo. Te comparto:
En primer plano se nos muestra un celular recibiendo una notificación. Aparecen después algunas personas, que se sobresaltan al recibir también un mensaje. Un hombre solo, una mujer en el campo, unas personas en una oficina. Un adolescente grita “se los dije”, y se emociona. Poco a poco la intensidad de quienes reciben las notificaciones se muestra más. Al final, todos saltan de contento, y se abrazan.
No nos han dicho qué sucede, pero nos damos cuenta de que es algo viral, que pone a todos de buen humor y los emociona a tal grado, que muchos bailan, y casi lloran.
¡Ha sucedido!
En un acercamiento, miramos por fin que todos en el video, han recibido el mismo mensaje: “¡Ha resucitado”, “la tumba está vacía”.
Se refieren a Jesús de Nazareth, el hijo de Dios que habían crucificado, y está vivo. Es un sentimiento que entendemos, y compartimos, aunque tal vez no lo habíamos visto de esta manera.
En el video muestran personas de distintas profesiones, edades y orígenes, y a todos les mueve el corazón la noticia, les hace mirar con nuevos ojos el mundo y la vida, les llena de esperanza.
Es un hecho antiguo, pero actual
Jesús resucitó en Jerusalén de hace casi dos mil años. La situación política, social, religiosa y cultural del mundo era muy distinta al día de hoy. En aquel tiempo la información se compartió boca a boca, como un cuchicheo. Habían crucificado días antes a ese mismo hombre desnudo y vulnerado, luego de que había entrado glorioso en Jerusalén montado en un asno, promoviendo la paz, como dice el libro de Zacarías (Zc, 9, 9).
Luego del apesadumbramiento inicial, y el dolor que significó a sus seguidores que mataran a su maestro, saberlo resucitado les renovó las esperanzas. ¡Estaba vivo el gran hacedor de milagros y resucitador de muertos!, fue un gran acontecimiento escuchar de a poco que unos lo habían visto aquí, y otros allá, que seguía vivo en el mundo, esparciendo aún Su mensaje.
Hoy, es algo ya cotidiano, pero es el mismo Jesús vivo, quien desea hacernos partícipes de Su triunfo sobre la muerte.
Ese triunfo es inmenso
¿Quién ha triunfado sobre la muerte? En muchas culturas, encontramos muchas historias que muestran lo irremediable de ésta. Cuando un alma se va al más allá, no hay manera de recuperarla, y nos queda solamente vivir con el recuerdo y la tristeza en el corazón.
Tenemos por ejemplo la historia de Orfeo y Eurídice, de la mitología griega, donde un gran amor se trunca por la muerte repentina de la bella ninfa el mismo día de su boda. Orfeo, contra toda esperanza, se dirige a recuperar el alma de su amada al mismísimo inframundo, pero no lo consigue. Al final, se enfrenta a lo irremediable de esta separación temporal.
Sin embargo, en el cristianismo, creemos que la maravilla más grande y nuestra alegría más inmensa está justo en este triunfo: la resurrección. San Pablo, lo afirma contundentemente: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe” (1 Cor, 15,14). La situación no es menor, si Él puede vencer la muerte, ¿con qué obstáculo se detendrá?, ¿qué no podrá hacer?
Ese triunfo nos interpela
La fe es algo especial. Nuestra fe en particular es interesante, pues está llena de contrastes: Jesús es el rey del Universo, pero Él dijo: “Mi Reino no es de este mundo“(Jn 18: 36), y no se manifiesta patentemente en él.
Sus enseñanzas confrontan al hombre mundano, pues invitan a perseguidos, hombres que sufren, hombres que son pobres, hombres y mujeres que lloran, a ser dichosos, pues “serán consolados, verán a Dios”.
Pero nosotros sabemos que esta vida de sufrimiento es en verdad “un valle de lágrimas“, como dice el libro de Salmos (Salmos 84, 6:8), y entendemos que lo que acá parece felicidad, es un espejismo. Comprendemos esta invitación a dejar de lado la búsqueda de bienes y bendiciones temporales, buscando los definitivos, los que son para siempre, escondidos en el perdón, en la humildad, en el amor sacrificado, callado y fiel.
Ese triunfo nos hace vibrar
Ese triunfo debería hacernos vibrar, saltar de alegría, correr a comunicar la noticia a todos los que la conocen pero es que a veces, eso parece lejano. Cuando el dinero no alcanza, nuestros hijos no escuchan, el trabajo escasea, vivimos un problema angustiante, esas cosas “de fe”, nos parecen lindas pero lejanas.
Pero no podemos estar más equivocados. Que Cristo haya resucitado significa que ese dolor profundo que tienes en tu corazón, si lo pones a los pies del Señor, cobra un sentido automático y eterno. Que haya vencido a la muerte nos demuestra que no hay muerte que no tenga sentido, porque ¡la muerte no es el fin!.
Y aquello que nos abruma puede ser dimensionado, puede dejar de alterarnos, porque la esperanza nos conforta. El cuerpo glorioso del Hijo de Dios, con las llagas de la crucifixión, muestra que no hay herida, por más penetrante, salvaje o inhumana que el hombre sufra, que no pueda sublimarse gracias al sacrificio de Jesús.
Ese triunfo nos da libertad para acogerlo
Y una de las muestras más bellas del amor tan intenso y loco de nuestro buen Dios, es que -habiéndolo dado todo-, hasta la última gota de su sangre y más, no nos obliga. Nos da el mensaje de su Resurrección, nos lo da todo y se queda ahí, a la orilla del camino esperándonos con los brazos abiertos, queriendo consolarnos y entregar Su corazón para confortar al nuestro.
Las personas del video que te comentaba al inicio saltaban de contentos al recibir el mensaje: “¡Él ha resucitado!”. Tú, hoy, recuérdalo. Vuelve a mirar esos problemas, y pídele a Él que rescate tu corazón de la tumba, que te muestre que -contra toda esperanza, tú resucitarás también si te dejas acoger por el bello, inmenso, insondable amor de tu Creador.