La muerte de los padres afecta a un hijo para toda la vida
Los efectos físicos y psicológicos de la ausencia de un padre o madre perduran en el tiempo, aún cuando somos adultos.
Fernanda Gonzalez Casafús
Apenas había pasado mis veintitrés años cuando un asesino se llevó la vida de mi padre de forma repentina. Esa noche, nos habíamos saludado con un beso y habíamos cenado en familia. Y como en una pesadilla, el calendario señaló ese 6 de octubre una fecha para el olvido.
La muerte de mi padre fue injusta, cobarde, y trémula. Marcó un antes y un después en la vida de mi madre y de nosotras, sus hijas. Pero además, provocó una herida en nuestro ser difícil de sanar; nunca comprendimos ni aceptamos del todo su muerte.
Sana la herida, pero queda la cicatriz
La muerte, como la vida, son los dos grandes misterios que han preocupado siempre a la humanidad. Cuando muere un ser querido, la tristeza nos invade y sentimos un gran pesar. Pero cuando mueren nuestros padres, la herida tarda mucho en sanar. Y cuando sana, aún queda la cicatriz.
Sí, la vida va hacia adelante. Y la ley es ver partir a nuestros progenitores; pero aún así nuestro corazón se resiste a la convulsión emocional que nos genera la pérdida de quienes nos han dado la vida. Y a veces, ese duelo que no se supera, hace mella en lo psicológico y lo físico.
Las fases del duelo
Mi primera reacción cuando supe la forma en la que había muerto mi padre fue la ira, la bronca, la desesperanza y el alejamiento de mi Fe. Luego, con el tiempo, comprendí los planes de Dios, y las fases del duelo fueron apareciendo en todo su esplendor.
Elisabeth Kübler-Ross es una reconocida psicóloga que elaboró una teoría acerca de las cinco etapas del duelo. La misma, sirve para demostrar cómo actúa el ser humano ante la pérdida de un ser querido y cómo reacciona su mente.
Las cinco etapas son negación, ira, negociación, depresión y aceptación. De acuerdo a esta teoría, no todas las personas atraviesan cada etapa en ese orden, ni tampoco pasan por cada una de ellas obligatoriamente. Pero sí nos dan una idea de cómo reaccionamos cuando fallece alguien a quien amamos.
La muerte de nuestros padres afecta cuerpo y mente
Los expertos aseguran que cuando muere uno de nuestros progenitores, se suceden una serie de cambios químicos en el cerebro que pueden derivar en transformaciones psíquicas y variaciones físicas. Y estos cambios pueden perdurar por largos años, en la vida adulta, y volverse patológicos.
Cuando un niño vivencia la muerte traumática o inesperada de uno de sus progenitores o cuidadores, puede permanecer en las fases de negación o ira por mucho tiempo. Ésto impactará negativamente su organismo, según los especialistas.
Por ejemplo, una persona que no logra salir de alguna de esas etapas puede ser diagnosticada con depresión o diversos trastornos emocionales y mentales. Además, varios estudios han ratificado los cambios que se producen en el cerebro en las zonas del procesamiento del dolor, evidenciando el impacto real.
Cambios físicos tras el duelo
Jumoke Omojola, trabajadora social clínica en Nebraska, Estados Unidos, explica que algunos de los cambios físicos tras la pérdida de los progenitores pueden ser dolores de estómago y de cabeza, mareos, falta o exceso de apetito, insomnio o cansancio extremo.
Y es que el cuerpo resiente absolutamente todo lo que nos sucede. Cuando nos duele el pecho, nos duele el alma. Nuestro cuerpo es el receptor de la forma real en la que nos sentimos tras la pérdida de nuestros padres. Y ello puede traer serias consecuencias para la salud.
El duelo no resuelto puede traer como consecuencias una serie de problemas cardíacos, trastornos inmunitarios, e incluso cáncer, de acuerdo a un estudio.
Por ello, si has perdido a tu madre o a tu padre, y aún sientes un profundo dolor difícil de disipar, puede que estés atravesando alguna de las fases del duelo y no logres superarla. Busca ayuda, pues tu salud lo vale.
Cambios en la mente
De acuerdo a una investigación, el 40% de las personas en duelo sufre de depresión, mayor o menor, aumenta su tasa de mortalidad, y tiene mayor riesgo de cometer suicidio. Y aunque se comprobó que el tratamiento con antidepresivos puede ayudar a superar el duelo, también los expertos señalan que la Fe y la religión pueden mitigar el dolor de la pérdida.
De acuerdo a la Asociación Americana de Psicología, es normal que las personas que han perdido a sus padres experimenten emociones como la tristeza, ira, rabia, ansiedad, culpa, o remordimiento.
Habían pasado dos días de la muerte de mi padre, y con mi madre y hermana fuimos a montar a caballo. Pasamos un día bello, hubo risas y fotografías que retrataron el momento. A la distancia, puedo ver que ese día actuamos realmente extraño. Algo nos hacía evitar la demostración del dolor, y las sonrisas tapaban nuestro corazón hecho pedazos.
Sobreponerse al dolor
Es asombroso ver cómo actúa la mente humana cuando el dolor nos desgarra el alma por la muerte de nuestros padres, o de cualquier ser amado. Sin embargo, la vida continúa y debemos sobreponernos, por nosotros mismos, por nuestros hijos, y por la memoria de quien partió.
La vida continúa, y debemos apoyarnos en aquellas personas que nos hacen bien y pueden comprender lo que nos pasa. Hablar sobre la muerte, muchas veces nos hace comprenderla de algún modo, y ayuda a que aliviemos la carga emocional.
Rodearnos de personas con quienes podamos llorar, gritar o simplemente estar en silencio, pueden ayudar a afrontar la pérdida. El fallecimiento de nuestros padres puede poner en jaque nuestros cimientos en la vida, aún cuando somos adultos, por ello debemos estar atentos a la prolongación en el tiempo de las emociones negativas, y buscar pertinentemente ayuda.
Apóyate en la Fe
Puede ser muy difícil al principio, pero tener Fe en que al final del camino nos reencontraremos con nuestros seres queridos, puede mitigar el dolor de la pérdida. Ellos ahora son un ser de luz, y tienen vida eterna. Llegará el día en que volvamos a abrazarlos. Volveremos a unirnos y a sentir el confort de su presencia.
Apóyate en tu familia, pero sobre todo, refúgiate en la fe. Dios tiene planes maravillosos para nosotros, y aunque no los comprendamos -y tardemos en verlos- están allí. La vida es maravillosa; la vida sigue, y merece ser vivida intensamente ¡Vamos, que puedes superarlo!