La paciencia y el amor de los demás ayudan a superar las deficiencias físicas
Ella llegó sola: de alguna manera ella decidió adoptarnos. Ns enseñó lo que es un ser especial. La paciencia y el amor de los demás ayudan a superar las deficiencias físicas.
Myrna del Carmen Flores
Caminaba por mi calle cuando comenzó a seguirme. No me inspiró miedo, al contrario. Era hermosa, Era una perita muy blanca y llena de vida. Al abrir la puerta de mi casa, no dudó un segundo en entrar. Opté por dejar el barandal abierto para que pudiera salir cuando lo deseara. Entré a casa y me dispuse a descansar después de una larga jornada de trabajo.
Ya casi era de noche cuando salí rumbo a la tienda. Fue en ese momento que noté que ella seguía acurrucada en un rincón de la cochera. Al verme pasar comenzó a agitarse por la emoción. Parecía feliz, como si me conociera desde hace tiempo. Y cuando mis hijos llegaron se enamoraron de ella de inmediato. Decidieron conservarla; no obstante, traía una correa al cuello, lo que indicaba que tenía o había tenido un dueño.
Buscar su hogar
Por la noche decidí dar unas vueltas por las calles aledañas a mi barrio. Tal vez, en esa andanza, reconocería su casa o sus dueños, y entonces devolverla. Sin embargo, nada sucedió. Al día siguiente, muy temprano, lo intenté de nuevo: tres cuadras después, una mujer que justo iba saliendo de su casa nos miró sorprendida.
“Pensé que seguía amarrada, supongo que se soltó”, comentó más decepcionada que contenta de ver a su perra. Le pregunté si era suya. Me respondió que apenas se la habían dado, pero que era muy traviesa, por lo que había decidido amarrarla, ya que no sabía qué hacer con ella. Sin dudarlo le dije: “Si no la quiere, puede regalármela”. Fue ese el primer momento en que observé una reacción de felicidad en el rostro de la mujer. Tenía todas sus vacunas y según me dijo, poco menos de un año de edad. De ese modo encontró en nuestra casa, su nuevo hogar.
Ramona era una perrita distinta
Ella era muy cariñosa y demasiado juguetona. Pero su comportamiento era distinto a todos los perros que yo había conocido. A veces era muy obediente a mis mandatos, pero en otras parecía no tener ningún control de su conducta.
Unos días después, al salir al patio, la vi dormida junto a la puerta. Como estorbaba mi camino opté por brincarla para pasar. Me llamó la atención que no hubiera ninguna reacción a mi llegada. Mi corazón comenzó a latir muy fuerte pensando que estaba muerta, pero al tocar su pecho se despertó sobresaltada. Me sentí confundida por la profundidad de su sueño, mas lo dejé pasar.
Otro día, cuando barría la casa, giró su cabeza y corrió asustada al observar la escoba. Intenté acercarme para tranquilizarla pero huyó de mí. No fue sino hasta el momento en que solté la escoba que me permitió acercarme. Supe entonces que sus encuentros con algunos palos le habían enseñado a temer.
Entender las diferencias
Al paso del tiempo comencé a notar que Ramona siempre dormía con una de sus patas pegadas a la puerta. Al salir al patio nos recibía contenta. Cuando dormía alejada de la salida, sin embargo, no notaba cuando estábamos cerca. Otro detalle que me dio la claridad de su vida, fue su nombre. La mujer que me la dio, me lo indicó; sin embargo, la llamábamos de esa manera pero no hacía caso. Así que mi esposo la rebautizó con el nombre de “Ramona”. Intenté que aprendiera a responder a su nuevo nombre, pero nunca lo logré. No podía aprenderlo: era sorda.
Ponía sus patas sobre la puerta para sentir el movimiento y poder saber cuándo estábamos cerca. Obedecía cuando veía mis gestos al darle órdenes; si no me estaba mirando, era imposible que me obedeciera, pues no sabía que le estaba dando indicaciones. Y nunca, nunca supe su nombre. No sé si nació así o si fueron los golpes con el palo tan temido los que la condenaron al silencio.
Aprender a comunicarnos con un perro sordo
Sería mentir si dijera que fue fácil convivir con ella. Hubo muchas veces en que estuve a punto de rendirme. Necesitaba mucha paciencia. No es que fuera desobediente, lo difícil era recordar que debía ver mis manos para entenderme. Y no fueron pocas las veces en que se oponía a voltear a verme, como si pensara: “Si no la veo, no la escucho”.
De manera desafortunada, un día mi hija mayor la encontró sin vida en la carretera, frente a la casa. Descubrió la manera de salir, saltando entre los barrotes del barandal. Nunca se daba cuenta de los carros que pasaban, sino al tenerlos cerca. No podía escucharlos. Supongo que así sucedió ese día.
Sus enseñanzas
Duró poco tiempo en nuestra vida, pero nos enseñó mucho acerca del amor. Entendimos, por ejemplo, que el que un ser vivo tenga algún tipo de discapacidad no disminuye su capacidad de amar; o que un ser puede superar cualquier deficiencia física gracias a la paciencia y el amor de los demás. Por ello es que son seres especiales. Tal vez Ramona no podía escucharnos con sus oídos, pero desde el primer día en que llegó a vivir a nuestro lado nos enseñó la manera de escuchar con el corazón.
Por ti, Ramona
“No puedo escucharte… Pero aun así te amo./ No me acerco cuando dices mi nombre; pero sí cuando te veo./ No me asusta el sonido de la aspiradora./ Se me puede pasar el sonido de la alarma, pero nunca la hora de comida./ Si estoy dormido o no te estoy viendo, puedo saltar si me tocas./ Siempre te estoy mirando y puedo seguirte por todos lados./ Me gusta dormir cerca de la puerta o con alguna parte de mi cuerpo tocándote./ Puedo ser un poco más rudo que otros”.