Las dudas de mis hijos sobre Dios y sus bellos regalos para mis días

Los niños en su inocencia, tienen mucho qué enseñarnos. En este caso, te cuento cómo sus preguntas me han hecho más humilde

Marilú Ochoa Méndez

Amo a los niños. Sus preguntas sobre el mundo y la vida, nos ayudan a salir de nuestro pedestal de sabihondos, y a cuestionarnos aquello en lo que creemos, para procurar tener más y mejores bases.

Mi nena de seis años, casi siete, me preguntó el otro día que por qué Dios, si es todopoderoso, no se nos muestra físicamente. A mi inquietud y sudor repentino, por no saber qué contestar, contribuyó mi hijo de tres años, preguntándome si Él es el mejor y mayor super héroe del mundo (y el único verdadero), por qué dejó que lo lastimaran.

Sus preguntas me mueven el piso

¿Qué hubieras respondido tú? Te confieso que me metieron en un aprieto, y me llenaron de ternura y alegría. Me di cuenta que con ellas, me muestran que Jesús está en su radar, que piensan en Él. Y el saber que Dios ocupa sus pensamientos, me da emoción. Él es el amigo que nunca abandona.

Entonces, me apresuro a pensar qué responder, y cómo saciar su sed de conocimiento para impulsar su vida espiritual.

Pero casi nunca tengo las respuestas

Tomo la Biblia, navego por las redes, leo libros que hablan sobre mi fe. Busco con ojos ávidos, pero no siempre encuentro respuestas precisas.

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O a veces, después de leer y leer, pienso que conozco la respuesta, pero no sé comunicarla a mis pequeños, o ya no obtengo su atención, pues la mariposa se ve más viva y más colorida que el pensamiento con el que ayer me asaltaban, y me quedo con las palabras en la boca.

Entonces, yo le pregunto a Dios

Mientras yo busco la erudición y prepararme intelectualmente, mis pequeños han depositado su atención en otro tema, y en ocasiones, me he perdido esos instantes de sed espiritual.

Entonces, confundida, le pregunté a Dios qué debía hacer, al final, Él es el Padre, Él es quien enciende sus corazones, y Él es quien me podía ayudar a brindarles la mejor respuesta.

En algún momento entre la lavada de trastes, doblar la ropa recién lavada y bañar pequeños, escuché en mi corazón la respuesta, y me encantó. Creo que puede servirte a tí también.

Gracias por esconderte de los sabios

En el capítulo 11 del Evangelio de San Mateo, leemos: “En aquel tiempo, Jesús exclamó: “¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien” (Mt 11, 25-27).

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Estas palabras que Jesús pronunció, y trajo a mi corazón aquel día, me encantaron. Para mí fue precioso ver que Jesús despertó el deseo en mí de profundizar en mi fe, a través de la pregunta de mis hijos, y también, cómo Dios me daba una cachetada con guante blanco al decirme: no espero de ti que les expliques todo, sino que te hagas como niña.

Y eso me hace sentir amada

En el mundo moderno, vales más mientras más produces: satisfacción, relaciones, contactos, dinero. Pero para los niños, vales solo estando ahí. Con tu presencia, con tu escucha activa, con tu calma y paciencia para dejar los pendientes “importantes” y sentarte en el piso a jugar, ¡les das tanta felicidad!.

Ellos sí saben. Ellos aman como se debe. Por eso Jesús invita tantas veces a los hombres a que seamos como estos pequeños.

Me siento amada, y cuestionada

Me detengo entonces y me siento amadísima, en los brazos de mi Padre Dios, tomando las genuinas y ricas preguntas de mis hijos para mostrarme su corazón sediento, sacándome de lo cotidiano, invitándome a estar con mis hijos, a acompañarlos en sus inquietudes.

Entiendo que Dios, pacientemente, quiere sacarme de mis ocupaciones cotidianas, para vivir también con Él de la mano de mis niños. Él, sin mostrarse físicamente, está en la mente de mis hijos, y yo, estando aquí, a veces me encuentro a miles de kilómetros.

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Y veo que estaba buscando en el lugar equivocado

Las respuestas a las inquietudes de mis hijos, no están en un libro de apologética, ni en un sacerdote (aunque consultarlos me hará mucho bien, lo sé).

Dejo el pendiente de formarme más para más tarde, y -con la gracia de Dios- me siento ante esos bellos ojos inquietos, y tenemos un diálogo bello sobre el amor de Dios, y por qué su Pasión, Muerte y Resurrección son la más grande demostración de heroísmo. Más que Spiderman, más que Linterna Verde, más que Hulk.

Esta conversación me da paz, me da serenidad, me da un diálogo con Dios Espíritu Santo, que me dicta palabras que ni yo sabía que traía en el corazón, y dejan a mi hijo pensativo, satisfecho, pero motivado a seguirme cuestionando.

Porque soy suficiente

Mis pequeños no buscaban mi erudición, sino compartirme inquietudes que cruzaban por su mente como nubes en un día con viento. Pasaban, mostrándome sus mundos interiores, para que yo fuera testigo y aprendiz de su riqueza.

Y yo dedicándome a buscar sabiduría, cuando ellos -con claridad- me decían que necesitaban mis ojos, mi escucha y mi presencia solamente.

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No soy teóloga, y -yo misma- exigiéndome serlo, me cerraba la puerta al encuentro con mis pequeños. Lo que sí soy es una mamá, capaz de mirar, capaz de acompañar.

Mi vida de madre no requiere que lo sepa todo, sino que esté abierta de mente y corazón, para tomar de la mano las inquietudes, preguntas y palabras de mis hijos para atesorarlas y crecer con ellos.

Todo esto aprendí con dos preguntas. ¿No es oro molido? Tratemos de escuchar siempre a nuestros hijos, se esconden tesoros gigantes en sus ojos inquietos.

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Marilú Ochoa Méndez

Enamorada de la familia como espacio de crecimiento humano, maestra apasionada, orgullosa esposa, y madre de siete niños que alegran sus días. Ama leer, la buena música, y escribir, para compartir sus luchas y aprendizajes y crecer contigo.