Las grandes mentiras que hemos creído sobre los adolescentes
Las grandes mentiras acerca de los adolescentes que hemos querido creer como adultos.
Rafael Vázquez
Fui un adolescente muy difícil. Cuando estudiaba la preparatoria llevé una clase llamada Higiene mental. La profesora también nos daba el curso de Introducción a la Psicología, obligatorio en la mayoría de las escuelas de la Ciudad de México. Las primeras semanas fueron una auténtica batalla entre mi difícil personalidad —acentuada por la adolescencia— y la férrea disciplina que la maestra quería imponer sobre mí. Hacia el final del curso encargó una monografía sobre algún tema que se hubiera abordado en el curso, y sobre el cual quisiéramos profundizar.
Elegí el tema de la adolescencia. Busqué un par de libros en la biblioteca y escribí mi primer trabajo original extenso: treinta y cinco páginas, a máquina de escribir, fueron suficientes para reconocer y reflexionar sobre la etapa más peculiar de mi vida. Aunque no estudié psicología, desde hace más de diez años soy docente en preparatorias y universidades. Hace poco cursé en la maestría una asignatura sobre el Desarrollo del Adolescente, con enfoque psicológico. Combinando mi propia experiencia como adolescente con la que he podido obtener como profesor de adolescentes y los conocimientos teóricos que he adquirido, gracias a magníficos maestros y a buenas lecturas, comparto algunas cosas útiles y curiosas sobre la adolescencia que he aprendido. Las grandes mentiras que hemos creído sobre los adolescentes:
Adolescer no es adolecer
La primera idea errónea sobre la adolescencia es una mentira fundamental: solemos creer que la palabra adolescencia deriva o está emparentada con la palabra adolecer —que significa “carecer, tener una enfermedad” o “padecer algún defecto”. Nada más lejos de la verdad. La palabra adolescencia (con sc) proviene del verbo del latín antiguo _adolesco, que significa “establecerse, fortalecerse, crecer, madurar, alcanzar la edad de la plenitud” (lo cual nos conduciría a un artículo sobre la plenitud y la senectud), o simplemente “crecer”. Cuando uno ya “adolesció” —por decirlo así— lo suficiente, entonces es un __adultus___. Así es. La palabra adulto es el resultado de haber sido adolescente. Dicho de otra forma, la palabra adolescencia significa, poco más o menos, “el proceso por el cual llegamos a ser adultos”.
Otras cinco grandes mentiras
Si crees que atribuir a la palabra adolescencia una relación con otra palabra tan fea como “adolecer” es una equivocación muy grave, toma asiento y lee lo siguiente con la mayor disposición a renunciar a ideas sobre las cuales quizás una sociedad entera haya estado construyendo (equivocadamente) a sus adultos. Te presento lo que yo llamo las grandes mentiras acerca de los adolescentes, que hemos querido creer como adultos.
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“Los adolescentes son egoístas”. Crecer es difícil. Esta etapa es difícil porque todo cambia en el mundo del niño a partir de la pubertad: su cuerpo cambia drástica y velozmente, haciéndolo tener nuevas sensaciones y percepciones que no siempre son comprensibles o agradables. Es natural que a veces se sientan incómodos e inseguros, por lo que necesitan afirmarse mediante la atención de sus seres queridos y por eso a veces parecen demandar más atención hacia sí mismos. Igual que los niños.
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“Los adolescentes son torpes”. Durante la adolescencia se tienen muchos accidentes, como tirar los vasos en la mesa, derramar la sal o aplicar demasiada fuerza a algo. Es normal: a veces el cuerpo crece tan rápido que el cerebro no ha registrado las nuevas dimensiones y capacidades, y esos milímetros no contemplados pueden ser la causa de tirar el salero o lastimar en el apretón de manos.
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“Los adolescentes odian a sus padres”. Sé que algunos de los padres dirán: “Mi hijo adolescente me grita que me odia”. Aún así, es una mentira. Psicológicamente, los adolescentes están cerrando ciclos sobre la dependencia intelectual y moral de sus padres. Y como los padres suelen poner límites, eso los frustra. En su ira, que están también conociendo casi por primera vez, castigan a los padres haciéndoles creer que han retirado su amor. Pero no es así. La adolescencia es la etapa en la que más personas han admirado y amado a sus padres, aunque no le resulte cómodo admitirlo.
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“Los adolescentes rechazan toda moral”. Hay que recordar que en esa etapa es la primera vez que nos cuestionamos la calidad moral, porque también nuestras facultades lógicas y sociales se despiertan. El mundo del niño es su familia y su hogar. El mundo del adolescente crece de manera exponencial a su comunidad, su sociedad, su cultura e incluso su momento histórico. Somete a su burdo examen todas las inconsistencias que ve en el comportamiento humano, porque lo hieren.
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“Los adolescentes son independientes y saben lo que quieren”. Aunque los amemos y tengamos nuestras esperanzas puestas en ellos, aún no son social, ni intelectual, ni espiritual, ni psicológicamente independientes. Si lo son en lo económico, ello no significa que lo sean en lo demás. Necesitan guía, comprensión, ayuda, orientación y sí: todavía requieren límites. Y cuando sean adultos también los necesitarán, aunque serán capaces de establecerlos ellos mismos.
Cada vez que vayas a hablar con tu hijo adolescente, lee esto y confía en el consejo que les doy a mis alumnos, en tono de broma, “No se angustien, la adolescencia se cura y si siguen mis buenos consejos, no dejará secuelas”.