Le hice esto a mi hijo, y luego al darme cuenta, rompí en llanto
El castigo físico sobre tus hijos trae serias consecuencias para su futuro.
Fernanda Gonzalez Casafús
Siempre dije que jamás lo haría. Y, sin embargo, lo hice. Me arrepiento, lloro y no puedo calmar mi dolor al ver el rostro de desilusión de mi hijo. Siento que soy mala madre. Busco explicaciones, y hasta a veces pienso que necesito ayuda. Pero lo que hice me hace sentir la peor.
Le dí una nalgada. Y aún no puedo quitar de mi mente su cara de “¿Por qué mamá?”. Lo pienso y mis ojos se llenan de lágrimas. Soy yo la adulta, soy yo la que tiene que manejar las emociones. Soy yo la que tiene que enseñar con paciencia. Y, sin embargo, a veces fallo.
No es él, soy yo
No me sirven las excusas que dicen que los chicos a veces necesitan una nalgada para que sepan de límites. No es él, soy yo la que debo aprender a educarlo sin caer en el castigo fácil. Si siempre prometí que nunca lo haría ¿Por qué lo hice?
Cuando supe de mi grave error y caí en la cuenta de cuánto rompí el alma de mi hijo con un acto que él no se esperaba, rompí a llorar y le pedí perdón. Le dije que mamá estaba muy enojada y que a veces también se equivoca.
No, las nalgadas no sirven
Rotundamente no. Y aún así la sociedad sigue justificando la violencia doméstica contra los niños como un acto necesario de disciplinamiento.
Según un informe de UNICEF, en todo el mundo, cerca de 300 millones de niños de 2 a 4 años reciben algún tipo de disciplina física de parte de sus padres o cuidadores. “Mis padres me han pegado y aquí estoy hecho y derecho”, dicen muchas personas. Sin embargo, hay una herida interna y un amargo recuerdo que es difícil de disuadir con simples quimeras.
Según otro informe realizado en estados Unidos, el 70% de las madres encuestadas reconoció haber azotado a sus hijos de entre 2 y 4 años. Al parecer, es algo que se naturaliza. Y el peligro de naturalizar una práctica violenta como ésta es dejar a los niños sin protección.
Prohibir la violencia tiene efectos positivos
En algunos países donde la violencia doméstica y escolar está prohibida, los jóvenes son menos violentos. Y éste es un resultado tan alentador como ejemplificador. Esta conclusión fue arrojada por un estudio publicado en la revista científica BMJ.
En líneas generales, la investigación sugiere que en aquellos países donde el castigo físico contra los niños está penado por la Ley, muestran bajas tasas de peleas en las escuelas y un bajo índice de violencia entre los niños.
Ésto nos hace reflexionar acerca del hecho concreto de la violencia contra un niño, pues repercutirá en su conducta actual y futura. Un niño que es violentado, será violento con sus pares, tanto en su infancia como en el mundo adulto.
Un círculo vicioso
La violencia engendra más violencia. La próxima vez que pienses que una nalgada cortará el mal comportamiento de tu hijo, piensa que lo único que cortará es la confianza de él hacia tí.
Si nosotros que somos sus padres, ejercemos violencia sobre ellos, ¿cómo pretenderemos que confíen y sean pacíficos? Está comprobado que la violencia hacia los niños traen aparejados serios problemas de conducta como agresión, riñas frecuentes con otros jóvenes, violencia de género, baja autoestima y problemas sociales.
No alimentes el círculo
Si no puedes evitar recurrir a las nalgadas o a cualquier tipo de castigo físico, busca ayuda. Quien realmente necesita controlar sus emociones eres tú.
Todos los padres hemos pasado por un momento de colapso, donde sentimos que nuestra paciencia se colma y donde se nos agotan los recursos. Sin embargo, nada es imposible cuando hay amor, y puedes revertir el daño, y sobre todo, evitarlo.
Explica con amor. Y si la ira te supera, vete a otra habitación, al baño o al patio, si es necesario. Pero que nunca, jamás, la nalgada sea un recurso al que apelar cuando ya no sepas cómo educar.
Tu hijo, en un futuro, agradecerá tu paciencia y tu amor incondicional. ¡Puedes hacerlo!