Los hijos, ese motor que nos impulsa a seguir a pesar de las adversidades
La fuerza del amor que sentimos por nuestros hijos nos hace sentir invencibles y capaces de todo.
Fernanda Gonzalez Casafús
En una circunstancia tremendamente dolorosa y aún difícil de comprender, mi madre vio cómo mi padre moría a su lado. Sin pensarlo, se levantó, tomó el teléfono y llamó a su hija mayor, mi hermana. A partir de allí, hizo una coraza que aún sigue fuerte como el hierro.
Podría haberse desarmado en mil pedazos (y por cierto, lo estaba por dentro). Podría haberse sumido en la más frágil depresión. Pero allí estaba, de pie, poniendo el pecho al dolor, y refugiándose junto a nosotras en un inexistente consuelo.
Sé que lo hizo por sus hijas. Sé también que ha llorado a escondidas, y que noche tras noche las pesadillas venían a acecharla. Cuando tenía apenas 11 años perdió a su hermana, y en la flor de su vida perdió a su marido. Pero nada la detuvo, pues ella seguía enseñando con su ejemplo. Y lo sigue haciendo.
El motor que mueve nuestro mundo
Suena trillado, poético y repetitivo, pero los hijos son ese motor que nos impulsan a seguir adelante. No me canso de decir que la maternidad –y la paternidad- nos cambia la manera de pensar y nos hace mejores personas.
Cuando una madre pasa por una calamidad o un pesar muy difícil de superar, allí están los hijos para decirnos “¡Levántate, que la vida sigue!”. Los hijos nos llenan de ilusiones y nos renuevan la esperanza, nos avivan la memoria, y nos vuelven más activos y comprensivos.
Así lo siento. Los hijos son el motor de mi vida. No es que me haya olvidado de mí, sino que los reveses de mi vida no tienen cabida en la congoja o el desconsuelo, pues ahora tengo a alguien más por quien luchar.
Claro que me permito estar triste
Hay días grises, en los que mi temperamento muta y mis ánimos se desvanecen. Días en los que no quiero jugar a nada con ellos y que nada me conmueve. Esos días me abrazo fuerte, para luego permitirme aflorar todos aquellos sentimientos que tengo guardados.
Entonces, luego de traer a mi consciencia todo lo que me pasa aquí y ahora, puedo honrar la presencia de mis hijos y entender que ellos necesitan verme bien. Es cuando me regalo un tiempo para mí, o para una conversación con una amiga, o tomo una caminata por el jardín, para después resurgir completa.
Luego, enjugo mis lágrimas y me propongo quitar todo atisbo de negatividad que no me deja ver todo lo que tengo por delante. Puedo decir que mis hijos me ayudan cada día a superar las pruebas y a entender que en mis manos está la respuesta a mis preguntas.
Tú puedes salir adelante, siempre
Ahora que eres madre, mira hacia atrás ¿Puedes ver la fuerza que llena tu espíritu? La maternidad nos imprime de un carácter dual, que nos hace tan dóciles como rebeldes, tan dúctiles como inflexibles. Sacamos la carta que necesitamos según cada caso, pues ahora que somos madres algo en nuestra esencia más íntima nos cambió para siempre.
Has podido gestar una vida, has alimentado a tu hijo y te has visto reflejada en sus ojos. Tu bebé te ama, te reconoce, y no puede vivir sin ti. Para tu hijo, cuando ya es adulto, eres una diosa en vida, sin importar cuántas arrugas tengas, ni de qué color esté tu cabello ahora.
Los hijos nos dan la fuerza que necesitamos. Piensa en aquellas madres que luchan por traer el pan a casa, o por sacar a un hijo de la adicción, o aquellas en las que sonríen para que su niño no vea el dolor de su alma. Es el amor hablando por sí solo.
Elige siempre amar
No dejes de demostrar a tus hijos cuánto los amas, aún en aquellos días donde te sientas agobiada y superada por las pruebas de la vida. Y si estás atravesando un mal momento, estoy segura que al mirarlo a los ojos sacarás fuerzas de donde no tienes para brindarte por completo.
Elige siempre amar a tus hijos, pues en aquellos momentos donde la adversidad esté husmeando, será el amor el que gane la batalla y el que te librará de cualquier tropiezo y caída.
Y cuando ellos sean grandes, allí estarán para apoyarnos y dejarnos ver que podemos confiar. Y aún en ese momento, cuando las canas pinten nuestros cabellos y comencemos a hacernos cada vez más chiquitas, es la fuerza del amor fraternal la que nos dará el aliento de vida que necesitamos, hasta el último instante.