Mamá y papá: el día que ya no estén, la vida no será la misma
Ya nada será igual sin ustedes, pero les prometo que seguiré adelante.
Erika Patricia Otero
Vi sufrir a mi madre por la muerte de mi abuela. No dejó nunca de extrañarla y cada fecha especial la recuerda con cariño. Sí, sé que la extraña porque aunque mi abuela fue una mujer estricta, también fue amorosa y un fuerte apoyo para mi mamá en los momentos de más dificultad.
Para ser honesta, a una de las cosas que más temo en la vida es al día que me llamen y me digan que mi papá se murió, o a despertar y encontrar que mi madre no respira. Sí, es algo en lo que pienso a diario.
Y es que es inevitable no pensar en eso cuando ves a diario a tu mamá contar cómo mi abuela hacía esto o aquello y que cuando habla sus ojos se empañan de lágrimas y su mentón tiembla al recordarla.
Lo triste, la realidad más devastadora de todas, es que sé que ellos algún día dejarán este mundo. Mientras yo me quedo acá, viviendo a medias, añorando tiempos mejores a su lado; dispuesta dar mi vida por volverlos a ver para que me digan de nuevo que me quieren, me abracen y me protejan como cuando era niña.
Enfrentando la muerte
En reiteradas ocasiones he perdido a seres queridos; podría decirse que sé el dolor que se siente, pero la realidad es que con cada uno de ellos el sentir no es lo mismo porque depende de cuánto amor les tuve en vida.
Así que no es lo mismo perder a un tío que vi pocas veces en mi vida, a ver morir a mi abuela, una mujer que me cuidó, alimentó, protegió, me consoló y definitivamente me amó. No, definitivamente no es lo mismo.
No creo que la muerte de un padre se supere jamás, al igual que la muerte de un hijo. Son años que pasan recordando cada pequeño detalle que te conmueve y te derrumba; creo que la vida después de eso desde luego que no vuelve a ser la misma.
Es extrañar a diario cómo hacía esto o aquello, su risa, su aroma, la canción que silbaba mientras cocinaba, sus ronquidos cuando dormía, sus sacrificios, sus programas favoritos aunque los aborreciera.
Pero la vida sigue, y creo que de lo que más me sostengo es de la esperanza que guardo en volver a verlos cuando ya me toque el turno.
Aprovechando el momento mientras aun los tengo en mi vida
Eso es algo que decidí hace un tiempo. Solía ser una persona que recordaba mucho el pasado y me preocupaba por el futuro. Ambas tareas sin sentido porque nada puedo hacer para solucionar lo que hice mal y el futuro depende de lo que haga en el presente.
Así, que dejé de preocuparme por la muerte de mis viejos, y decidí que iba a ser lo mejor que pudiera para disfrutarlos mientras estén con vida.
Mi padre no vive conmigo, así que lo llamo siempre que puedo, procuro celebrar su cumpleaños e invitarlo a cada celebración especial que hagamos en casa. Por fortuna mis padres se llevan muy bien desde la separación, así que verlos convivir como viejos amigos es algo que en mi niñez no hubiera apostado.
Con mi madre las cosas son diferentes, tal vez se deba a que somos mujeres y hay cierta complicidad implícita en la relación. Hablamos siempre y de todo, incluso de cosas que no se supone uno hable con la mamá por cosa de pudor o respeto. Siempre salimos juntas y la acompaño a hacer sus recados, comemos juntas siempre y me fuerzo a no pensar en el día que la pierda.
Yo no quiero ser huérfana, no, la verdad es que no. Creo que nadie quiere serlo, pero es inevitable; por eso, deseo que ambos se sientan orgullosos de mí, hacerlos felices desde mis medios y esforzarme por ser la mejor versión posible de mí, pues sé que será la única manera de no verlos sufrir.
Padres e hijos: un lazo que jamás termina
Yo no pienso que el lazo que nos une a nuestros padres termine con su muerte. Creo que somos una prolongación de ellos, pues heredamos muchas de sus características físicas, habilidades, gustos e incluso defectos, y eso nos hace estar unidos.
Así que pienso que luego de que ellos mueran, mi deber es mantenerlos vigentes respetando lo que me enseñaron, exaltando sus sacrificios realizados. Sé que debo seguir viviendo haciendo lo mejor que pueda con todo lo que me proporcionaron; porque la mejor herencia no es el dinero o las propiedades que puedan dejarte, eso en últimas puede perderse en un mal negocio o en una catástrofe, la mejor herencia son sus enseñanzas y sus recuerdos.
Para serte honesta, estoy muy orgullosa de mi familia, no es perfecta ni la mejor, pero ellos han estado ahí en todo momento y pese a la distancia.
Con nuestras diferencias, nuestras discusiones, los malos momentos; pese a todo eso amo a mis padres y sé que el día en que mueran yo voy a sufrir, pero tendré el sostén de sus enseñanzas, de lo que hicieron por mí para seguir adelante en la lucha diaria hasta el día que tenga que encontrarme con ellos de nuevo.