Más actual que nunca, el tradicional valor del respeto
Yo respeto, tú respetas, todos respetamos. ¡Ese es el secreto -no tan secreto- de un mundo mejor!
Yordy Giraldo
Si tuviera que escoger un valor moral que encierre en sí mismo la base de todos los otros, diría que es el respeto. Si respetamos el entorno entonces no resultará dañado; si respetamos la diversidad biológica, ideológica y étnica, todas ellas podrán convivir entre sí. Si respetamos a nuestra familia, nuestra palabra, nuestra vida y la vida en general, todas las acciones que llevemos a cabo se orientarán a preservarla de la mejor manera posible.
Por ello, si tuviera que elegir una razón por la cual tantas cosas en el mundo van mal, tendría que decir que se debe a la falta de este valor. El creciente racismo, la explotación humana y de los recursos naturales, la intolerancia, la violencia, el desigual reparto de la riqueza, la indolencia ante el dolor ajeno, son solo unos pocos ejemplos que tienen su origen en una relación carente de respeto entre los seres humanos y su entorno.
En el caso de los valores morales, estos son tan antiguos como la existencia misma del hombre, y surgen de la necesidad de coexistir en sociedad y de establecer parámetros que permitan una convivencia armoniosa. Tienen mucho de sentido común y buena voluntad, pero lo más importante es que se aprenden en casa. Es allí donde tienen lugar por primera vez las relaciones interpersonales, donde aprendemos a querernos, a amar a nuestros semejantes, a tratarlos con el mismo respeto que deseamos y merecemos para nosotros. Dependiendo de la educación que recibamos en casa, será la conducta que replicaremos en cada momento de nuestra vida.
Como padre, madre o integrantes de un núcleo familiar, debemos ser conscientes de la importancia que tenemos a nivel social en la educación de los futuros padres, madres, compañeros, esposas, esposos, ciudadanos en general y la repercusión que tendrán nuestras enseñanzas en ellos y en el mundo que estamos creando. Cuando permitimos que la relación familiar carezca de empatía, consideración, solidaridad; cuando no somos capaces de actuar midiendo consecuencias, las ataduras morales encargadas de regular nuestra conducta simplemente desaparecen y comienza el peligroso camino de creer que podemos actuar del modo que queramos sin tomar en cuenta a la otra parte.
Si nos detenemos a ver nuestro vivir diario veremos cuán evidente es que ya no nos preocupa comportarnos como “damas” y “caballeros”. Como mujeres hemos dejado de exigir a los hombres que nos traten con consideración y respeto, bajo la premisa de que pareceremos débiles; mientras que ellos se escudan en el “querían igualdad” para desentenderse de procederes tan elementales como ofrecer el asiento a una mujer embarazada.
Tecnológicamente hablando la humanidad ha evolucionado, ahora contamos con herramientas que nos permiten descubrir y crear cosas, solucionar otras tantas que hace apenas un siglo no habríamos imaginado; sin embargo, nuestra conducta, nuestros modales parecieran haber involucionado. Lo curioso es que de continuar por este senda de irresponsabilidad sociológica el daño será irreparable y ni todos los avances científicos serán de ayuda alguna.
Es por ello que se hace tan relevante retomar el respeto como el valor primordial de nuestras relaciones interpersonales e intrapersonales, ya que no se trata solo del respeto de los demás y hacia los demás, sino también para con nosotros mismos. Pensando en cómo podemos proceder al respecto, te comparto algunas ideas:
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Trátate a ti mismo como quieres que los demás te traten.
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Exige que te traten del modo en que deseas ser tratado.
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Trata a los demás como quieres que lo hagan contigo.
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No olvides que tu cuerpo y tu entorno merecen y deben ser cuidados; valorar la vida en todas sus expresiones es respeto.
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Acepta las diferencias y antes de emitir juicios de valor ponte en el lugar del otro.
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Se cortés, solidario, puntual, tolerante, amable.
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Expresarnos y dirigirnos en la vida con verdad es también una demostración de respeto.
Recuerda que “gran parte de la vitalidad de una amistad reside en el respeto de las diferencias, no solo en el disfrute de las semejanzas” (James Fredericks).