Me convertí en la madre que no quería ser
Un día me vi al espejo y me desconocí. Entonces, lo entendí todo.
Fernanda Gonzalez Casafús
La maternidad supone un antes y un después en la vida de cualquier mujer. No es simplemente una frase hecha, sino que el cambio es tan radical que creo que nadie estaría en desacuerdo con esta sentencia.
Desde pequeña, mi sueño era convertirme en madre. Dicen por ahí que nuestro entorno es quien nos condiciona en nuestros sueños y ambiciones, sin embargo, en cuanto a los deseos de maternidad, creo que además hay un fuerte componente biológico que nos impulsa a querer dar vida.
Siempre me sentí orgullosa de mi labor como madre. Me dediqué a mis hijos a tiempo completo los primeros años de su infancia y recuerdo los años pasados como muy lejanos, aunque no hayan pasado más que un par. Vivía en mi burbuja y solo tenía ojos y voz para y por ellos.
Hasta que un día, mamá salió a la luz
Mi profesión había quedado en segundo plano. Solo me dedicaba a escribir cada tanto y a añorar aquellos momentos en los que también era muy feliz haciendo lo que había estudiado. Mis hijos eran mi día y mis noches, y mis temas de conversación. Me sentía muy feliz por ello, pero también sentía que me había olvidado de mí.
Atrás habían quedado las rutinas de belleza nocturnas y la elección de ropa bonita para salir. Ahora solo me preocupaba por dejar bonitos a mis hijos y si llegaba a la cama con los dientes limpios eso ya era un logro.
Pero luego llegó el día en que conseguí un nuevo trabajo que me animó y cambió mi perspectiva. Ahora volvía a renacer y mi atención comenzó a tener un nuevo foco, además de mis hijos y mi familia.
Nuevo trabajo, nueva mamá
Todos tuvimos que adaptarnos al cambio. Hacía ocho años que venía dedicándome exclusivamente a mi familia. Mis hijos, mi marido y la casa tenían mi atención total. Y ahora, de repente, unas ocho horas diarias mamá desaparecía para hacer lo que le gustaba. Todo fue una completa revolución.
La culpa me atormentaba y los problemas no tardaron en aparecer. Me convertí en esa mamá que no quería ser. Había dejado de lado las tareas escolares, mi hija tenía el cabello enredado y a mi hijo le comenzó una alergia inexplicable. Mi trabajo nuevo me tenía totalmente absorta porque me había dado el impulso que necesitaba para volver a creer en mí.
Entonces, caí en la cuenta que, en realidad, nunca somos las madres que queremos ser, por una cosa o por otra. La sociedad se ha encargado de mostrar que la madre perfecta es prácticamente inalcanzable y que la culpa por ello está a la orden del día.
Me había convertido en la madre que no quería: desatenta, algo distraída y olvidadiza. Pero estaba dando paso a una nueva “yo”, y ello también traía beneficios a mi familia, aunque no pude verlo en ese momento y ello me hacía mal.
Hoy abrazo mi maternidad, con todas mis fallas y mis aciertos
No podía encontrar el balance, pero de a poco pude darme tiempo para cada cosa que quería. Había dedicado todo mi tiempo a mis hijos y mi familia y aprendí a amigarme con la idea de que ahora era tiempo para hacer un espacio a mi individualidad.
Sí, mi casa no siempre está limpia. La comida no siempre sale rica, y no siempre estoy dispuesta a conversar con la vecina sobre las peripecias de la maternidad. Ahora mi maternidad dio un giro; mis hijos han crecido y van echando a volar, y mientras tanto mamá también comienza a tener vuelo propio.
No soy la madre que quería ser. A veces grito, lloro y me enojo fácilmente. Me veo al espejo y comienzan a vislumbrarse las primeras hebras plateadas y mientras tanto, trato de disimular las arrugas y marcas de cansancio, no siempre con éxito.
Dejar de luchar contra nosotras mismas
A veces me pregunto qué haría si nadie me viera o si no tuviera que enfrentarme a los demás a diario, como cada uno de nosotros lo hacemos. Y mi respuesta es siempre la misma: sería la misma de ahora, pero sin culpas.
Dejaría mi ropa de entrecasa todo el día, sin preocuparme realmente por verme perfecta. No cubriría mis ojeras ni tampoco me preocuparía por tener todo perfectamente en orden. Me relajaría mucho más, porque sé que las personas que me aman, lo hacen así, sin miramientos.
Entonces ¿contra quién luchamos? ¿Por qué nos enojamos tanto? Es necesario soltar estereotipos y comenzar a abrazar nuestra maternidad desde un lado más humano, más real y tangible. Sí, hacer lo que debemos hacer, pero con convicción y sin culpas. Ser esa madre que queremos ser y no la que nos imponen, la que nos dicen que seamos.
Después de todo, no soy ni la mejor, ni la peor; soy real. Y haga lo que haga, hay dos realidades que siempre me seguirán: mis hijos siempre tendrán algo que recriminarme, pero también siempre me amarán tal cual soy y con todo lo que he hecho por ellos.
Eres la mejor madre para tus hijos
Eres esa madre que ellos necesitan. Ni más ni menos, ni mejor ni peor que nadie. A la única madre que tienes que superar a diario es a ti misma, intentando dar siempre lo mejor de ti desde el corazón. Recordando que todo lo que hagas para ti también lo estarás haciendo por y para tus hijos.
Adelante, ¡lo estás haciendo muy bien, mamá!