Mereces lo que sueñas
Si atraviesas momentos duros, que te roban la paz y apagan tus sueños, ¡qué gusto encontrarnos aquí! Por favor, sigue leyendo.
Marilú Ochoa Méndez
Tántalo, rey de Lidia, era hijo del dios griego Zeus y una humana. Tenía un trato preferencial entre los dioses del Olimpo, pero violentó la amplia confianza que éstos le tenían, así que recibió un castigo terrible: sufrir una sed y hambre inagotables, pero no poder saciarlas.
Se encontraba sumergido en un río de agua cristalina, y junto a árboles de higo, granada, aceitunas, peras y manzanas, pero al acercarse a los frutos de su deseo, estos se alejaban sin remedio.
Por toda la eternidad, este hombre ruin tuvo que sufrir este cruel castigo, que la mitología griega ha recogido para nuestro crecimiento personal.
¿Te has sentido así?
Sientes que los días pasan como agua, y los sucesos en ellos son imposibles de detener. Te abruman los pendientes diarios y no te das el tiempo de pensar en lo que deseas, lo que te daña. Miras a tu alrededor a tantas personas que -según tú- logran avanzar, crecen y están satisfechas, y suspiras.
Tienes hambre y sed, como Tántalo. Deseas saciarlas, pero no encuentras ni el tiempo para mirarte, ni la capacidad para descubrir ese alimento profundo que al fin saciará tu apetito desesperado. ¡Es imposible! suspiras a veces, mientras parece crecer un hueco en tu mente y tu corazón.
¿Son en verdad inalcanzables?
Te confieso, a veces me he sentido tan sedienta de sentido y hambrienta de plenitud, que prefiero esconder, ocultar o ignorar esa voz interna que me dice que mi inquietud, mi tristeza, mi desánimo no deberían ser.
Entonces, he experimentado el sentimiento de Tántalo, frustrándome ante lo que me parece casi un castigo cósmico en el que estoy sentenciada a estar insatisfecha, sin herramientas para resolver mi vida.
En épocas más oscuras, he preferido desconectarme de la añoranza y dejar de soñar, buscando resignarme al triste hoy.
Pero la llama ha seguido encendida
Gracias a Dios, a pesar de haber pasado momentos duros, ha seguido encendida en mi alma la llama de la añoranza, de la búsqueda de tiempos mejores, de la esperanza.
Y he descubierto manos amigas que con ternura, cariño y de maneras sorprendentes me muestran que no existen malos ratos si estamos acompañadas.
Aquello que sueñas, está en tu corazón por una razón
¡Benditos sueños!, ¡benditas añoranzas!, no nos permiten resignarnos, nos dan insomnio y nos gritan desde el desánimo que merecemos todo aquello por lo que soñamos.
Pero no se trata de un merecimiento gratuito y hueco de algún inocente que cree que “por su linda cara”, como decimos en México, es digno de todo.
Este merecimiento del que te hablo, creo profundamente que surge desde el mismo Dios, que nos ha creado amorosamente para que seamos felices.
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Nos dijo: “engrandezcan la Tierra y sométanla”
Este mandato de Dios que encontramos en el libro del Génesis, en la Biblia, nos invita a hacernos dueños del mundo material, que está a nuestra disposición, es preciso dominarlo y hacerlo próspero y fructífero.
Este mandato se refiere, sí, a la creación, pero también, a nuestra vida. En lo más profundo de nuestro ser, vive esta añoranza: sobreponernos a las situaciones difíciles o negativas de nuestra vida, y buscar la plenitud.
Está bien, ¿pero cómo lo logramos?
Jesús, que hace nuevas todas las cosas, es quien puede ayudarnos a levantarnos de esa somnolencia, de ese estado “zombie” en el que solo sobrevivimos.
1 Lo primero: oración. Date (mucho) tiempo para orar. Reclama si quieres, llora, desespérate, pero manténte en la oración. No solo te dará paz y consuelo, sino esperanza, y poco a poco escucharás en tu corazón muchas respuestas.
2 Pide la gracia de dominarte, y trabaja duro. Cuida esos pensamientos catastróficos, que sentencian tu vivir. Tu vida no debe ser triste, agobiante y terrible.
3 Aprende a mirar con otros ojos. Date la oportunidad de encontrar todo lo bello que está junto a ti. Sí, lavas trastos todo el día, pero ¡qué gozo poder comer en familia!. Inténtalo.
4 Mira esos sueños con esperanza, y aliméntalos. Hoy estás tal vez lejos del camino que tu corazón anhela, pero cada elección consciente que realizas para alejarte del pantano, te acerca, paso a paso, a ese sueño tan bello. Enfócate en ello.
5 Registra los avances. A veces, nuestra tristeza, nos hace malas pasadas, y llena de nubes negras nuestra mente. Date la oportunidad de notar y registrar cada avance que tienes para modificar tu vida, para moverte. Cada cierto tiempo, congratúlate de esos pasos, y manténlos.
6 La felicidad es cuestión de actitud. Recuerda que la felicidad, más que un destino, es un camino. Pide a Dios que te ayude a aquilatar la belleza de tus días, a apreciar los ojitos atentos de tus hijos, mucho más que sus manos llenas de dulce.
Demostremos haber aprendido la lección
Platicábamos al inicio sobre Tántalo, este semidiós de la mitología griega. Él, teniendo la oportunidad de comer con los dioses, abusó de su confianza, acarreándose un terrible destino.
Tú y yo, escuchemos nuestra voz interior, estemos dispuestas a sobreponernos, cultivemos la esperanza, intentémoslo una y otra vez.
No estamos recibiendo ningún castigo, estamos ante una bella oportunidad, saber mirar, saber apreciar y saber modificar nuestro entorno a veces adverso, cambiando primero nuestro corazón.
No nos sintamos más sedientas ni hambrientas, ¡nos pasa lo mismo que a Tántalo! Tenemos frente a nosotros las frutas y el agua dulce. Tomarlas depende justamente de nuestra apertura, de no estar más ciegas, y -de la mano de Dios- avanzar.
Mereces lo que sueñas, por favor, no dudes más. ¡y toma lo que es tuyo!