Mi esposo es un adicto, ¿y el tuyo?

Las adicciones no nacen, ¡se hacen! Aquí comparto contigo mi experiencia al respecto.

Yordy Giraldo

Es viernes por la noche, el día que por lo general espero toda la semana, no para descansar, no para levantarme tarde al día siguiente, no para irme de fiesta, sino porque ese día es en el que cada semana me reencuentro con mi amor, mi esposo. El día que desde hace dos semanas no es motivo de alegría sino de tristeza.

Como saben quienes me hacen el favor de seguir mis escritos, mi esposo y yo tenemos una relación a distancia. Durante toda la semana trabaja en la capital de México y nos vemos solo los días de descanso. Hace ya catorce días que las urgencias laborales no dan descanso (él trabaja en un área de mantenimiento) y cada viernes la emoción del reencuentro da paso al coraje de la ausencia.

No dudo de sus razones, quizá uno que otro levantará la ceja en señal de duda, pero no yo. Sé el matrimonio que tengo, no es perfecto y más de una vez me pasa por la cabeza la idea de “qué habré hecho para merecer esto”, pero entre todas las pruebas que a diario pasamos no se ha sumado nunca la desconfianza en el hombre con el que comparto mi vida. Su problema no es falta de entrega, sino demasiada, pero no conmigo.

Mi esposo es un adicto al trabajo, su devoción a lo que hace es enfermiza. Hace apenas unos días terminó dos veces en un hospital porque tanto estrés le provoca palpitaciones y una presión arterial que ya llega a 140. Y aún así no descansa, no delega, no renuncia. Para las empresas quizá mi esposo es un héroe, para mí es un tonto al que no puedo convencer de que se está matando.

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Quizá pienses que es mejor que tenga vicio de trabajo y no de otras cosas, pero créeme, tan malo es lo uno como lo otro, porque no importa por qué están sustituyendo el tiempo de la familia, sino que están sustituyendo el tiempo de la familia. Y como todas las adicciones, no nace, se hace.

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El detonante puede ser insatisfacción personal, que no puede controlar lo que ocurre en otras áreas de su vida y procura hacerlo en lo laboral. También puede ser una excesiva preocupación por el futuro o el deseo de obtener reconocimiento profesional. La edad de riesgo es entre los 40 y 50 años, principalmente en hombres y sobre todo en la clase media. Algunos de sus síntomas son:

  • Pensamientos recurrentes sobre los pendientes de la oficina

  • Pasar más tiempo del requerido, incluso sin que le sea solicitado, en el trabajo

  • Todo lo que le piden es urgente y no puede esperar

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  • Ansiedad e irritabilidad de no poder controlar todo lo que sucede en la oficina

  • Incapacidad para apreciar algún propósito en la vida que no sea trabajar

  • No toma vacaciones y si lo hace, siempre está pendiente de los asuntos laborales

  • Sacrifica a la familia y amigos anteponiendo siempre los compromisos profesionales

Desafortunadamente no se cura solo, y tampoco podemos curarlos. Ellos deben curarse a través de forzarse a realizar nuevas rutinas, reducir las horas en el trabajo, priorizar y replantearse los conceptos de éxito y perfeccionismo, cambiar actitudes y, sobre todo, aprender a relajarse. Parece fácil, pero solo lo parece. Por lo pronto, me toca ser la montaña que vaya a Mahoma. ¡Deséenme suerte!

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Yordy Giraldo

Yordanka Pérez Giraldo, Cubana de nacimiento, mexicana por elección.