Navidad no es sinónimo de gastar
Sabes que es una noche especial para la familia, pero el único sueldo no te da. No te asustes, ni prendas el televisor: deja que tu corazón te guíe.
Marta Martínez Aguirre
Comienza la cuenta regresiva, el pulso se te acelera. Abres la heladera, miras adentro de la despensa, revisas todos los cajones y los bolsillos de la ropa: nada por aquí, nada por allá, ni siquiera el conejo blanco de la galera. Sabes que es una noche especial para la familia, pero el único sueldo no te alcanza.
Por un breve instante deseas con toda el alma irte muy lejos a una isla remota, o quizás de voluntaria al Congo, pero hasta la cachorra mueve la cola cuando ve que acomodas las luces del árbol navideño. La vecina te saluda con una sonrisa; en la radio solo suena ese viejo tema de José Feliciano y en un piso más arriba, alguien pone a Frank Sinatra, con aquello de “Have yourself a merry little Christmas”. Tú, para darte ánimo, te pones a escuchar la inmortal Misa Criolla, de Ariel Ramírez, pero nada, ni nadie, te saca el susto de que el dinero no alcance. Quizás ayude detenerte un minuto y ponerte a pensar en estas cosas:
Propósito
Recuerda que la Navidad es mucho más que intercambio de regalos y una mesa llena de delicias. ¿Por qué Dios habrá querido que Su Hijo naciera en un pesebre, y que a sus padres terrenales les cerraran todas las puertas? Quizás fue para recordarte que Él habita entre nosotros: en el día a día de tu ensalada y tus desvelos, que entiende tu tristeza y tu temor cuando escuchas frases como “No tenemos empleo para ti”, “No tenemos tiempo para ti”, “No tenemos respeto por ti”.
La Navidad comenzó en un pesebre para que pusieras tus ojos en lo esencial: María y José no llegaron en limusina y ningún empleado del Sheraton colocó la alfombra roja, ni les dejó champan en la puerta. National Geographic no estuvo presente para comenzar un video documental, ni los periodistas gritaron: “¡María, María es verdad que no tienes estrías!”. El Hijo de Dios nació en la soledad de un pesebre, lejos de las riquezas de la época, para que comprendieras que Él anhela entrar en tu vida llena de problemas y darte todo Su amor.
Presupuesto navideño
Toma lápiz y papel y haz un presupuesto. Asigna determinado dinero para la cena navideña, los regalos, la decoración y las reuniones de la época. Averigua cuáles son los comercios que hacen descuentos, ofertas especiales y ten control de tus impulsos, no dejes que te gobiernen y hagas compras compulsivas. Sobre todo, cuídate de caer en las compras de mercancías muy baratas porque, a la larga, se cumple el refrán que dice “lo barato sale caro”, en especial a la hora de invertir en juguetes que duran apenas un suspiro.
No te compares con la publicidad, ni compres su modelo de felicidad
En realidad, no te compares con nadie, pero si te ves muy tentada a hacerlo, no lo hagas, por favor, con la señorita de la publicidad: la rubia, delgada, que huele lindo y tiene un pelo que nunca se le enreda, ni se le moja en medio de un huracán. Por favor, hazme caso: ¿quién puede satisfacer la imagen de la publicidad? Mira esas mesas navideñas, los invitados, ¡si hasta el hamster es elegante! Absolutamente nadie puede hacerlo.
Esas imágenes hacen que tu termostato de comparación se eleve y te veas impulsada a usar todos tus ahorros por una sola noche. Recuerda que el Hijo de Dios no vino de esmoquin, sino envuelto en pañales. La publicidad tiene una lengua que absorbe: déjala que se te acerque un poco, y te secará el presupuesto y la vida. Si te arriesgas a comparar tu Navidad en familia, con la que muestra la televisión, perderás algo más que el sueño, por pagar las cuotas durante veinte meses: te arriesgas a perder el propósito de la misma.
En Navidad la divinidad llega a tu casa, el cielo se abre y deja que mires sus ojos tiernos. Dios escogió el vientre de una mujer sencilla para alojar a Su Hijo Amado, y recordarte que lo que tiene valor, nace en la maravilla de lo cotidiano.