No es descabellado afirmar que lo único que salva es el amor

¿Cómo esperamos que sea una sociedad en la que la idea del amor está fundada en la simple e inmediata complacencia? No es descabellado afirmar que lo único que salva es el amor.

Rafael Vázquez

Hace poco leí la historia de Edith Cavell, y me causó una gran impresión. Se desempeñaba como enfermera en la Cruz Roja en Bélgica en el momento en que este país fue invadido por Alemania, en la Primera Guerra Mundial. Los alemanes habían ordenado a los hospitales entregar a todos los heridos y enfermos peligrosos o sospechosos. Edith, en lugar de obedecer la disposición y entregar a los enfermos perseguidos, los ayudó a escapar. En total liberó a más de 200 soldados belgas, ingleses y franceses, muchos de los cuales no solamente pudieron ponerse a salvo, sino reincorporarse a sus posiciones de combate.

Un espía delató las acciones de Edith y fue condenada a muerte en una corte marcial -como si hubiera sido una agente del espionaje británico. Fue fusilada el 12 de octubre de 1915.

Lo más impresionante de la historia, sin embargo, son algunas de sus palabras registradas durante la corte marcial y que fueron talladas en mármol en el monumento que se ha erigido en su honor en las ciudades de Londres, Bruselas y París: “El patriotismo no es suficiente: debo tener amor por toda la humanidad”.

Amor por placer

Este mundo nos presenta un modo egoísta de vivir, y nos seduce con la idea de que el amor es una herramienta de autosatisfacción que solamente debemos utilizar para procurarnos placeres pasajeros y bienestar inmediato y si no funciona, entonces lo podemos abandonar.

Esa concepción del amor es lo que ha provocado la gran ola de rupturas en las relaciones sentimentales, en particular el vendaval de divorcios que arrasan con todos aquellos que están cerca de la pareja.

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Es el concepto equivocado del amor lo que hace que nos sintamos ofendidos ante el mínimo error de comunicación de parte de nuestros seres más cercanos y lo que hace que, cuando la pareja enfrenta situaciones adversas como alguna enfermedad, dificultades económicas y problemas propios de la convivencia, elaboremos un juicio sumario (como la corte marcial que se le formuló a Edith Cavell) en el que con mucha facilidad decidimos que no estamos dispuestos a sobrellevar ningún tipo de incomodidad ni a hacer ninguna especie de sacrificio. Así, abandonamos la relación o convertimos a nuestros seres queridos (a veces, incluso, a nuestros propios hijos) en el blanco de todos los reproches existentes por estropear nuestra “buena vida”.

Y si eso pasa con nuestras parejas, cónyuges y seres amados, ¿cómo esperamos que sea una sociedad en la que la idea del amor está fundada en la simple e inmediata complacencia?

De eso mismo habla este otro artículo.

¿Cómo es el amor genuino?

Hace años mi madre sirvió como maestra de una clase vespertina de religión. Una de sus alumnas provenía de una familia limitada de recursos económicos, que acababa de llegar a la ciudad procedente de un lugar bastante lejano, porque un familiar había encontrado un puesto de trabajo para el padre de la familia. La chica tenía a medias sus estudios preuniversitarios, y el trámite de inscripción a una escuela en la nueva ciudad era más o menos sencillo. Pero su padre le dijo que no tenía dinero para comprar el paquete de libros que le exigían, una cuestión que en su escuela rural no era necesaria: por ello, debía perder el semestre.

Mi madre notó la tristeza de su alumna y le preguntó qué le pasaba. Ella le contó todo el asunto. Pero había algo más: aun cuando consiguieran el dinero para los libros, ella ya no podría inscribirse porque al día siguiente su padre comenzaba a trabajar desde muy temprano. No podía acompañarla.

Ese día mi madre llegó a casa después de dar su clase, de forma inusual cocinó lo del día siguiente, dejó instrucciones claras a mi hermano, a mi padre y a mí sobre qué hacer si la necesitábamos, y nos dijo: “Mañana no voy a estar en casa: voy a acompañar a mi alumna a que se inscriba en la escuela, porque su papá no puede ir”. Habló por teléfono con el padre de la chica y, sin decirnos nada más, al día siguiente se formó dos horas en una fila para atender situaciones especiales; bajo el sol inclemente del verano ayudó a la chica a inscribirse y luego fue a la librería escolar a comprar todos los libros que venían en la lista.

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El amor: la ley superior

El amor es la esencia misma de la vida, es aquello por lo que los bebés lloran, es lo que los jóvenes buscan con tanto afán, el vínculo en la unión conyugal, lo que lubrica nuestras relaciones familiares para evitar la fricción y lo que nos hace ayudar a todos los demás, con el deseo único de que estén bien y sean felices.

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