Nunca quise parecerme a ella, pero así es ¡y lo adoro!
Eres más parecida a tu mamá de lo que crees, y eso es algo de lo que debes estar feliz.
Erika Patricia Otero
Mamá, una de las primeras palabras que decimos cuando comenzamos a hablar. Es normal que así sea, pasamos mucho tiempo de nuestras vidas a su lado, desde bebés hasta que nos vamos de casa para hacer nuestras propias vidas.
Esa convivencia diaria deja marcas indelebles en nuestra manera de ser; solo que te das cuenta de ello en tu edad adulta. A veces nos gusta y otras no tanto; pero parecernos a nuestra madre es inevitable.
Parecerte a tu madre no es malo
No es que sea malo, para nada; solo que -seamos francas-, hay cosas de mamá que en la niñez, y aun más en la adolescencia, nos molestan. Lo curioso es que son justamente esos detalles que nos molestan los que adecuamos a nuestra personalidad.
Es así como terminamos por ser unas madres estrictas en el aseo, cariñosas, protectoras, ansiosas por el bienestar de sus hijos y otro sin número de aspectos que luego de un tiempo, te das cuenta que “salieron” de tu madre.
Un poco de mi mamá y en qué me parezco a ella
De cuando era niña tengo recuerdos de mi mamá como una mujer estricta en todos los aspectos, poco cariñosa pero comprensiva, graciosa, responsable y dedicada como pocas.
Mi mamá procuró enseñarme la manera adecuada de cuidar una casa. Las tareas escolares debía hacerlas el viernes en la tarde para no estar el domingo en la noche haciéndolas a las “carreras”. Cada día antes de ir a estudiar debíamos (mi hermana y yo) hacer la cama; de lo contrario, a la llegada estaría igual y tendríamos que hacerlo mientras nos regañaba.
Ella no nos pedía cosas imposibles, solo que cumpliéramos con nuestros deberes, pero ¿a qué hijo le gustan esas cosas?, a ninguno. Ella nos repetía constantemente que cada una de esas cosas con las que nos “torturaba” no eran para que le sirviéramos a alguien, era para que nadie nos sirviera a nosotras. Debo admitir que muchas de esas labores y responsabilidades las odiaba, de hecho habían días en que me sentía muy enojada con ella.
A lo largo de mi infancia y juventud fui testigo de sus sacrificios, de cómo dejaba de comprarse cosas que ella quería o necesitaba a favor de las necesidades o antojos de nosotras. Por circunstancias de la vida, tuvimos una larga temporada de sacrificios que nos hicieron fuertes, y a la vez nos enseñaron a apoyarnos y a no darnos la espalda en medio de las dificultades. Pero todas estas cosas mi madre las aprendió de la suya, y nosotras de ella.
Sí, crecí en un hogar con una mamá leona que me dio las herramientas para que no dependiera de nadie en mi vida; y aunque en aquel momento no supe reconocer lo que estaba haciendo por mí, hoy por hoy le estoy sumamente agradecida.
La admiro
Mi madre es una mujer a la que admiro mucho. Ahora de adulta comprendo a la perfección la razón por la que -según yo- me mortificaba con tantas exigencias.
Soy muy diferente a ella en muchos aspectos. Mientras ella es vanidosa, yo no; ella no puede ir a la tienda si no va bien vestida y peinada. Tiene esa manía de alterar un poco la realidad solo para molestarme, y lo logra con creces. Sigue levantándose muy temprano para tener siempre las cosas al día; pero quizás lo mejor, es que con el paso de los años se ha ido relajando pues se ha dado cuenta que a veces sacrificarse tanto no merece la pena.
Jamás lo imaginé, pero lo cierto es que muchos aspectos -esos que tanto me fastidiaban de niña- los adecué a mi manera de actuar y ver la vida. Por ejemplo, no tolero ver las cosas en desorden, y al final del día termino tan cansada como ella terminaba en sus años de juventud. Me sacrifico por las personas, algunas veces más de lo que merecen; y para ser sincera, jamás imagine que todo lo que me enseñó me ayudaría a sobrevivir en una de las peores épocas de mi vida.
Sí, admiro a mi madre porque su vida no fue nada fácil; porque de mi abuela aprendió el valor del trabajo, a dar más de lo que le pedían, a no ser egoísta, a dar afecto a sus hijos de una manera muy particular y aun así saber que nos amaba.
Me falta mucho para igualarla
A pesar que en mucha cosas me parezco a ella; me falta mucho para ser medianamente igual a ella en sus cualidades. Hay cosas de ella que aún me molestan; pero son más las cosas que creo la hacen la mejor madre del mundo.
Cuando era niña siempre nos ayudó a hacer las tareas, a pesar que siempre le ponían quejas por mis travesuras en el colegio, jamás me pegó y siempre me corrigió con amor. Siempre pude confiar en ella y me apoyó cuando más lo necesité. Además, jamás me ha juzgado por mis errores, espera resignada a que las cosas buenas le pasen y si no, pues solo sigue adelante.
Adoro como ella hace magia con sus manos, pues cualquier hilo o tela que agarran las convierte en obras de arte. Su letra es hermosa y dibuja muy bonito. También es comprensiva como no lo puedo ser yo; siempre busca la manera de cocinarnos cosas que a todos nos gusten.
Yo estoy segura que si en algún momento de la vida llego a ser mamá, seré igual que ella: estricta, sacrificada, comprensiva y dedicada. Pero de todas maneras me falta mucho para llenar sus zapatos; no sé si alguna vez pueda hacerlo, pero cuando me falte, sé que haré lo mejor por emularla.
Yo estoy segura que tú que me lees sientes y piensas igual de tu madre. Solo me queda decirte que espero la cuides, la ames y aproveches mientras la tengas a tu lado; porque después no habrá manera de hacer nada por ella.
Te deseo lo mejor.