¿Papás cómplices o adultos que educan?
Este artículo versa sobre la necesidad de recuperar el rol de padres como educadores y protagonistas en la educación de los hijos.
Marta Martínez Aguirre
Hace unos días, al dialogar con un matrimonio joven, noté a ambos angustiados y se decían desorientados respecto a la crianza de sus hijos, ya que éstos no aceptan límites: es difícil hacerles ir a dormir, que cumplan con sus tareas escolares e incluso se niegan a vestirse con la ropa que tienen y exigen que se les compre otra “más moderna”.
Los tiempos han cambiado, los valores familiares se han ido esfumando poco a poco bajo las puertas de los hogares y cuando quisimos darnos cuenta, la evolución del rol paterno había pasado de padres autoritarios y rígidos a padres que obedecen los caprichos de los hijos y aceptan sus órdenes y deseos infantiles; a tal grado que actúan más como cómplices que como padres o adultos referentes. Hoy nos encontramos con padres que permiten a sus hijos llevar el mando del hogar; donde se compran los alimentos, la ropa y los objetos que los niños reclaman; se pasea por lugares costosos que los hijos proponen, e incluso llegan a alterar la economía del hogar al lograr que se invierta en la compra de electrodomésticos o artículos de alta tecnología; y si no se les satisface arman tremendo berrinche y golpean puertas y otros objetos.
Estos niños sin límites, con padres que han perdido su autoridad en el hogar, que se esmeran en satisfacer cualquiera de sus deseos, con tal de evitar discusiones por temor a perder el amor de sus hijos o incluso llegar a ser calificados de malos padres, se han vuelto una generación que avanza y despliega su poder sobre los adultos a cargo. Estos niños, que algunos especialistas llaman “tiranos”, lamentablemente se caracterizan por carecer de valores tales como el respeto, la empatía, la tolerancia, el esfuerzo sostenido, la solidaridad o el amor fraternal. Más bien son niños que no desean esforzarse por nada, quieren que los demás les resuelvan las cosas, no toleran un “no” y no buscan comprender a sus amigos o las situaciones que se suscitan a su alrededor, frustrándose si nada sale como ellos desean; son narcisistas, ignoran a sus padres, se resisten a amar a sus amigos y comprenderlos; los envuelve un manto de individualismo y de hedonismo que los lleva a ser violentos si no se les satisface, insensibles frente al sufrimiento ajeno y egoístas.
Así como hoy predominan los alimentos dietéticos, hoy son más los padres que yo llamo light, turbados por no saber si cumplir o no su rol de autoridad, que temen dañar en lo emocional a los hijos y que cuando ya no pueden “obedecerles” más terminan delegando su responsabilidad a las instituciones, y ellos caen en la depresión y la desesperanza. A continuación desgloso unos cuantos consejos al respecto:
Recobrar el rol paterno como educador
El origen latino de la palabra “educar” nos remite a dar forma, a sacar para afuera; entonces, como padres, debemos dejar de ser cómplices, compinches o colegas de los hijos para asumir el lugar de la función paterna, es decir, volver a asumir la función de orientador y de líderes en el hogar; en suma, ejercer autoridad. Esta autoridad debe ser aplicada con amor, empatía y respeto. De este modo podremos permitirles a los hijos desarrollar toda su potencialidad y les ayudaremos a ir tomando forma de seres humanos autónomos, felices, con valores y, sobre todo, responsables de sus acciones.
Guiarlos a través del trazado de límites
No establecer límites a los niños es dejarlos a la deriva, desorientados frente a sus emociones y deseos. Poner límites es darles un mapa de rutas, para que ellos sepan cómo y por dónde transitar seguros y confiados. Los límites no solo orientan, sino que les enseñan a ser capaces de tomar decisiones y a asumir sus consecuencias; aprenden habilidades, estrategias y maduran en sus emociones; adquieren autocontrol, empatía, autoestima y responsabilidad. Hay que entender que esta tarea no es sencilla, que llevará tiempo, paciencia y autocontrol, puesto que muchas veces intentarán ceder para evitar conflictos. Requiere confianza, serenidad y muchas dosis de humor; sin embargo, la tarea se verá recompensada en hijos saludables, maduros, felices y seres plenos.
Controlar qué ver en los medios de comunicación
Vivimos en una cultura en la que los medios de comunicación nada esconden y no respetan el horario de protección al menor (sobre todo, el televisor), pues hay programaciones infantiles en las que, en forma constante, un personaje desvaloriza al otro, lo humilla o muestra su intimidad sin escrúpulos; incluso, son comunes las imágenes en que se golpea, hiere, mata o maltrata a otros. Los niños, al ver este tipo de situaciones, muchas veces las reproducen en sus hogares o en los colegios, y van naturalizando la falta de pudor o creyendo que el otro puede ser humillado o burlado, y lo entienden como algo divertido. Los niños necesitan que la familia sea la institución neutralizadora de los medios de comunicación, que acote horarios, determine qué programas ver, el número de horas y luego se pueda dialogar de lo que se ha visto y entendido. Estas acciones son fundamentales para enseñarles a revalorizar el pudor y el respeto por el prójimo.
Aceptar y disfrutar la adultez
Trágicamente, en las últimas décadas, los padres han dejado de ser adultos maduros y han pasado a ser tan inmaduros en lo emocional como sus hijos; algunos se visten como lo hacen sus hijos adolescentes, usan el mismo lenguaje, recurren a cirugías para parecer más jóvenes o se ponen vestimenta o van a bailar al mismo sitio que sus hijos y actúan como tales. Ser padre es tener la madurez necesaria para contener, sostener y acompañar a ese hijo que crece. Pero, ¿cómo puede cumplirse con ello si ese padre o esa madre requieren madurar sus emociones? Los hijos necesitan de adultos capaces de asumir su edad y su etapa de vida, que puedan ser el reflejo de que crecer es bello, y de que asumir responsabilidades es fuente de placer y crecimiento personal.
Como puede verse, la tarea no es sencilla, el camino puede ser arduo y duro, pero al final del sendero los veremos llegar colmados de felicidad, sacando lo mejor de sí y viviendo con sentido.