Pequeñas cargas que abruman
"Nuestros delitos nos abruman” dice David en el Salmo 65:3 ¿Te suenan familiares esas palabras? ¿Con qué frecuencia te dices a ti misma: “He llegado demasiado lejos”?
Marta Martínez Aguirre
La noche orillada en la ventana, anuncia silenciosa que mis padres duermen. Es la hora en que la casa se llena de picardías y secretos. Afuera los gatos de los vecinos danzan al amor bajo la luna, sus maullidos son llamas de fuego que encienden la noche de pasión y estrellas. Es la hora insomne que bosteza las crecientes ganas que se pueden tener a los seis años, de escapar en puntillas de pie hasta el frente de la casa. Una vez allí, mi hermana mayor y yo nos convertimos en lobos rapaces que olfateamos desde lejos las golosinas que mi madre tiene a la venta en su mercería. No es la prohibición de comer fuera de hora alfajores, chocolatines, galletitas y caramelos de todos los sabores: es la madrugada cómplice que envuelta en terciopelo negro nos llama a quebrantar todas las reglas. ¡Cómo cantan las sirenas! Miramos por la ventana y vemos varios patrulleros pasar a toda prisa. Seguramente alguien comete una fechoría. Corremos a las camas, con la panzas llenas de picardías y algún que otro sabor a chocolate y menta.
Al otro día, restos de papeles arrugados por el piso, denuncian que “en la casa hay ratones o desobedientes”, dice mi madre preocupada, mietras mi padre que se prepara para ir a su consultorio a reparar dientes y encías. Hace frío, mamá entra al dormitorio y nos despierta. Minutos después, abre las puertas de la mercería que lleva mi nombre en un horrible diminutivo que me da un aire de inocencia que sé que no me corresponde. A toda prisa me preparo para ir al colegio, mientras tiro para abajo de la cama papeles de envoltorio. Algo similar a mi recuerdo infantil, sintió David cuando pronunció aquellas palabras: “Nuestros delitos nos abruman” Salmo 65:3. ¿Te suenan familiares esas palabras? ¿con qué frecuencia te dices a ti misma: “he llegado demasiado lejos”?
Nuestros delitos nos abruman
En la ingeniería hay un fenómeno que se conoce como “fatiga de los materiales”. Se trata de la rotura de una pieza de acero, concreto o cualquier material, debido al desgaste del mismo. Esto lo debes de haber comprobado por ti misma al doblar sucesivamente un trozo de alambre en un sentido y en otro. Sabes que no necesitas realizar grandes esfuerzos para que en un instante determinado, la rotura se produzca. Así como hay una fatiga de los materiales, nosotros también tenemos una fatiga del espíritu. Las cargas abrumadoras pueden ser también cosas simples como mis travesuras nocturnas, una mala contestación, un enojo prolongado, la participación en un chisme, un gesto de indiferencia, un olvido a conciencia, una mirada inquisitoria.
Tiempo para reconocer la carga
Recuerdo que casi siempre a la hora del recreo en el colegio, yo buscaba unos minutos para ir a la capilla del mismo y dejarme llenar de paz, de un modo u otro. Luego de esa experiencia sentía que debía ir a casa y hacerme cargo de lo realizado. A menudo, presas del ajetreo cotidiano se hace difícil detenerse a pensar en las cargas que nos abruman, sin embargo, detenerse ayuda a cultivar la paz espiritual. ¿Puedes encontrar unos minutos para buscar paz espiritual? Unos minutos diarios dedicados al silencio y utilizados en técnicas de meditación, lectura de escrituras, alabanzas, te ayudarán a obtenerla.
El descanso en Dios
En aquellas mañanas en el colegio, luego del tiempo de meditación, corría a la imagen de Cristo en la cruz y con reverencia inclinaba mi cabeza y le pedía perdón por mis travesuras. David también tuvo sus fatigas espirituales y él también encontró sus tiempos de refrigerio: “Sólo en Dios halla descanso mi alma; de Él viene mi esperanza” (Salmo 62:5). Ese conocimiento es también aplicable a nosotros, por eso, tú también puedes dejar que tu mente repose. Acércate a Él y abre tu corazón, deja que en Él y en Su misericordia encuentres la paz que necesitas.
No hay carga pesada, por simple que sea, que no necesite de la misericordia de Dios, ni calendario que no tenga tiempo libre para que el alma encuentre solaz.