Perdón hijo, soy humana y me equivoco
No quiero gritarte, me siento mal luego de regañarte y sobre todo, no quiero dejar huellas emocionales en tu vida. Estoy dispuesta a dar lo mejor de mí.
Fernanda Gonzalez Casafús
Se frustra, se tira al piso, llora y se enoja. Me dice “mala”, me grita ofuscado y patalea como un caballo desbocado. Veo cómo la rabia se apodera de su cuerpito y brota por sus poros. Para colmo de males, no he tenido un buen día y mi paciencia se está debilitando.
Lo abrazo, lo contengo, pero pasan los minutos y sigue enojado porque no le permito ponerse su ropa nueva, recién comprada, para salir al patio a jugar. No entra en razones y la mala es mamá. Entonces, agotando todos los recursos le digo basta, elevando mi tono de voz, frunciendo cada músculo de mi rostro y penetrándolo con la mirada.
Le explico que estoy cansada de que no entienda, cansada de sus caprichos y enojada con él por no entender que mamá solo quiere cuidar su ropa. La batalla sigue, palabras más, palabras menos, y terminamos ambos perturbados, cansados, enojados, frustrados.
“Perdón, mamá”
Así terminan siempre sus pleitos. Este chiquito que me saca canas verdes se da cuenta de su error y me dice “quiero que me disculpes”. No puedo creer que una personita de un metro veinte de altura me enseñe tanto con tan pocas palabras.
Su pedido es sincero, le oprime el pecho, y busca consuelo. “Sí, te perdono hijo, claro que te perdono”. Y le explico entonces que no se trata siempre de cometer el error y solucionarlo pidiendo perdón pues el error ya está hecho. Se trata de evitarlo. Pero mi hijo apenas me escucha, solo quiere que lo abrace.
Perdón, hijo
Soy humana, me equivoco. La maternidad es la única profesión en la que se tiene el título antes de comenzar plenamente a ejercerla. Y aquí estamos, a modo de ensayo y error. Y tú hijo, junto a tu hermana, son mi más preciado proyecto. Así me equivoque mil veces, lo seguiré intentando.
No quiero gritar, pero a veces yo también tengo que luchar contra mis propios demonios. E inclusive, a veces me pregunto si estoy haciendo bien en consentirte tanto, o si debo dejar que calmes tu irritación por ti mismo.
Perdóname hijo por aquellas cosas que no quise decir, o por aquellos momentos en los que no puede ayudarte. A veces hago un esfuerzo descomunal en dejar de lado a mi niña interior herida y escuchar ese latido de tu corazón que solo busca otro que lata a la par. Pero apenas te abrazo, me calmo, y nos fundimos en una caricia. Y entonces, vuelvo a ser esa niña quien también necesitaba ser abrazada cuando la frustración la invadía.
Perdóname por no poder siempre entender tu mundo de niño
Revoloteas a mi alrededor, me sigues por toda la casa. Te hundes en el sillón cuando decido descansar. Me llamas, me buscas y me pides que te acompañe al patio, al baño, a la cocina. A veces se me olvida que eres un cachorrito, a veces te pido que vayas solo, que mamá está ocupada.
Y luego recuerdo que el tiempo contigo es contado. Que habrá un día en el que ya no me pedirás compañía para quedarte dormido, ni me pedirás que acaricie tu cabello. Llegará el día en que ya no te tomaré de la mano para cruzar la calle.
Estás creciendo, y me estás enseñando tanto que soy yo la que debo pedirte disculpas hijo mío, por no siempre saber aprovechar al máximo mi tiempo contigo.
Ser mamá fue mi mejor decisión
No, no soy perfecta, no soy la mejor madre, pero sí pretendo mejorar día a día para ofrecerle a mis hijos lo mejor de mí. Cuando decidí ser mamá jamás pensé que habría días en los que me sintiera desfallecer. Pero es increíble cómo una fuerza interior nos impulsa siempre a saltar los obstáculos, a mirar con la frente en alto y a mantener el único y primordial objetivo en mente: el bienestar de nuestros hijos.
A veces fallamos y nos culpamos, tropezamos y volvemos a empezar. Pero siempre estamos en el camino. Somos el mejor ejemplo para nuestros hijos. Como madre, quiero que mis hijos entiendan que yo también me equivoco.
Los niños piensan que los adultos tenemos la razón en todo, y que lo que decimos y hacemos siempre es lo correcto. Sin embargo, muchas veces es necesaria esa mirada introspectiva que nos permite entender que ellos también pueden ser grandes maestros.
A mis hijos les explico que me equivoco, que muchas veces las emociones me ganan -como a ellos-, pero que lo importante es subsidiar ese error y darnos la oportunidad de remediarlo. Quiero que mis hijos aprendan a perdonarse y a darse todas las oportunidades que sean necesarias, para mejorar, para sanarse a sí mismos en el camino a la adultez.
Mamá, pon tu corazón y tu alma en cada detalle
Cierra los ojos, mira hacia atrás. ¿Recuerdas cuánto anhelabas este momento que hoy tienes entre tus manos? No dejes que el ajetreo diario te quite vivir el milagro de la vida en su máximo esplendor.
Perdónate por tus errores, y date la oportunidad de enmendarlos, aquí y ahora. Este es el mejor momento para ser la mejor mamá para tu hijo (¡Y lo estás haciendo muy bien!)