¡Por favor! Ve por ahí dando palmaditas en la espalda
Tendrás una gran alegría si aprendes a concentrarte en hacer feliz a quienes conviven contigo. Ellos crecerán, y tú tendrás una gran paz. ¿Empezamos?
Marilú Ochoa Méndez
No me parece muy favorecedor aceptar que necesito refuerzo externo. Sé qué quiero, sé qué hacer para conseguirlo, pero me pierdo constantemente. Me abrumo, me desanimo, me dan ganas de echar todo por la borda a veces. En ocasiones la cuesta me parece muy dura, y quiero mejor dejarme rodar hasta el fondo del desánimo.
Sé que una vida interior madura me permitirá avanzar en los retos que se me presenten aunque no reciba siempre retroalimentación positiva. Sé que lo ideal es no depender de lo externo para seguir el rumbo que anhelo para mi matrimonio, mi familia, mi trabajo, mi vida social. Sin embargo, ¡qué bien me hizo el mensaje que me mandó mi amiga ayer!
Me preguntaba que cómo estoy. Con ella puedo pasar del “bien gracias”, porque sé que es lo suficientemente cálida y presente como para leerme a pesar de comunicarnos por WhatsApp. Está super ocupada, pero se da tiempo para mí. ¡Cómo valoro eso! Le conté que aún sigo dudosa, que siento que doy tumbos en muchos ámbitos, y que aún no logro desenmarañar este problema que me aqueja. Sus palabras, inesperadas, sencillas y atentas, me cambiaron la perspectiva por completo.
Sus segundos me dieron consuelo semanas
“Yo creo que poco a poco se van a ir solucionando las cosas“. ¡Parece sencillísimo! ¿cierto? Pero no lo es. Porque sé que no eran solo palabras que decía por compromiso. Sé que partían de su confianza en Dios, se la credibilidad que tengo para ella: ella cree en mí.
Ella cree que a pesar de mis fallas, mi situación no es insostenible, ni irremediable, ni tan terrible como para derrumbarme.
Además, valoro ese regalo tan preciado que me otorga siempre que puede: ¡el tiempo! A ella le costó unos segundos escribirme el texto, pero sigue dulcificándome el alma, aligerando mis cargas, dándome perspectiva, desde hace dos semanas.
¡Toma un paraguas!
Hoy llovía. Decidí salir a la tienda sin paraguas, las gotas eran apenas escasas y disfrutaba la brisa y el dulce ruido de cada gota en los tejados y letreros de la calle. Cuando estaba a dos minutos de llegar a mi destino, un señor pasó, y me dejó su paraguas. “¡No se moje señora!”, me dijo. No me aceptó un “no” por respuesta, y me asombré por este bello gesto, que agradecí con intensidad.
Este pobre señor seguro llegó mojado a su destino, pero ¡qué consentida me sentí! Ahora yo quiero ir por ahí regalando muchos paraguas, para las múltiples lluvias internas que otros junto a mí sufren continuamente.
Lo mejor es que solo necesito un ojo atento, un oído paciente y calidez, ganas de mirar al otro, de ayudarlo, de contenerlo, como han hecho conmigo tantas personas a lo largo de mi vida, en concreto, estas dos personas de las que te he contado, que han detonado este propósito en mí, que quiero invitarte a que asumas también.
Esto requiere unos lentes especiales
Las preocupaciones de estos amigos no les impiden andar por ahí mirando a otros, y buscando cómo pueden hacerles la vida más fácil. Si tú y yo queremos hacer vida esto, es preciso “ponernos” unos lentes especiales. Generar en nosotros con constancia e intención una actitud y comportamientos empáticos que los cambien la mirada.
A continuación te presento algunos pasos que -si aceptas el reto- podemos empezar a vivir tú y yo
1 Empieza por ti
¡Eso es valor! En una ocasión, un sacerdote me pidió orar así: “Señor, que me vea y me ame como tú me ves y como Tú me amas”. Me pareció una preciosa oración. Tratarnos amorosamente, compasivamente, pero que eso no nos haga regodearnos en el desánimo, en el conformismo, en la queja constante, sino nos impulse a dar fruto, con los grandes dones con que Dios nos ha adornado.
2 El prójimo primero
Nos hace ilusión hacer feliz a la señora de la esquina que vende flores, es sencillo con ella, pues la vemos esporádicamente y con una moneda, un cariño, un saludo cordial, podemos hacerles el día. Pero ¡qué difícil es sonreír y recibir con amor al hijo que por quinto día no ha recogido su ropa de debajo de la cama!, ¡qué difícil no explotar con la ironía malsana de esa persona que tanto te importa!.
Las pequeñas y grandes contradicciones de cada día nos perturban, y nos damos cuenta qué difícil es sobrellevarlas. Es difícil amar a los amigos, a los cercanos. ¡Qué de lejos estamos de “amar a los enemigos”! Pero que eso no nos desanime. Volvamos e empezar, pidamos ayuda en la oración. Y tengamos clara esta prioridad. Bondad y dulzura con todos, pero especialmente con los más próximos.
3 Orar para poder dar lo que necesitan
Si yo tomara literalmente la acción del señor que me dio el paraguas, y comprara veinte, los trajera en el carro y los fuera repartiendo sin ton ni son a los que encontrara en el camino, seguro me tomarían por loca. Yo habría trasladado un aprendizaje y habría intentado homologar erróneamente las “necesidades” de otros: “a mí me enterneció ese gesto, por tanto, también a otros”, podría pensar. Si queremos ir por ahí haciendo felices a otros, apoyándoles para que su camino sea más sereno, debe ser en sus términos. Para eso, necesitamos una sensibilidad especial que Jesús tiene.
Cristo pasaba dando a las almas lo que necesitaban, liberando los corazones, sanando las heridas. Él puede ayudarnos a buscar dar desde el otro, con generosidad, esforzándonos por dar no lo que nos sobre, sino incluso lo que cuesta, lo que es incómodo, lo que el otro de verdad necesite. La oración será entonces nuestra mejor aliada, para que Cristo cambie nuestro corazón.
Con esto, viviremos una vida mucho más feliz, miraremos nuestros problemas con menos seriedad, lo que nos dará perspectiva, y la contención que podamos dar a otros será un regalo adictivo, que derramará en nuestra vida mucha paz. ¡Vamos a dar palmaditas en la espalda!