Puedes enojarte, pero cuida tus palabras
Sentirnos irritados no es nuestro gran problema, el conflicto entra cuando permitimos que la ira tome el control sobre nuestros pensamientos y acciones.
Paola López Martínez
Madre e hija caminaban por los pasillos del supermercado, 45 y 15 años, aproximadamente. Se detuvieron frente al estante de las verduras, la señora se quejaba amargamente de que los jitomates estaban maltratados, bastaban dos metros para darse cuenta que la señora había tenido un día muy ajetreado, en su ojos se veía el cansancio y en su tono de voz el estrés acumulado. Me aproximé a ellas, no por querer entrometerme en su conversación, sino porque en verdad necesité escudriñar las cajas para tomar los mejores jitomates. Toda mi concentración estaba puesta en elegirlos, sin embrago, la voz de la señora, hizo eco en mis oídos.
― ¿Tienes examen el lunes verdad? ―le dijo la madre a su hija, más en tono imperativo que interrogativo. La joven, con voz tenue y tímida, afirmó.
No transcribiré todas las palabras que esa mujer emanó logrando lastimar (tal vez sin intención) a su hija. Tampoco haré un juicio para establecer quién tenía la razón (ninguno de nosotros es perfecto). Lo que sí dejó huella en mi interior es reflexionar acerca de la manera en que nuestras sensaciones físicas (cansancio, dolor de cabeza, estrés) resultado de nuestro trabajo diario, aunado a las emociones que estas traen consigo, impactan en nuestra forma de hablar en contra de determinada persona y circunstancia.
Tenemos la maravillosa oportunidad de ser seres emocionales, Dios no escatimó: nos dio un abanico amplio, pero también nos dio la capacidad de controlar nuestras emociones (2 de Timoteo 1:7). Como profesional de la salud, entiendo que la depresión, la ansiedad, el estrés postraumático, entre otros, son resultado de reprimir las emociones. La misma Biblia nos dice que necesitamos mostrarlas, el secreto está en saber manejarlas y el mejor ejemplo de ello es Efesios 4:26. Sentirnos irritados no es nuestro gran problema, el conflicto entra cuando permitimos que la ira tome el control sobre nuestros pensamientos y acciones.
Por ello comparto contigo mi estrategia para cuando he tenido un día pesado y las circunstancias empeoran:
1. Concientízate
Así como yo lo hice un día, hazte consciente y cambia el “chip”. A diario debemos entender que nosotros tenemos el control sobre lo que hacemos o decimos después de sentir una emoción. Ni tus hijos ni las personas que están a tu alrededor tienen la culpa de lo que tú estás sintiendo, (aunque a veces, ellos hayan cometido errores), recuerda que no tenemos el control sobre las circunstancias o sobre los demás, pero sí sobre nosotros mismos. Te ayudaría muchísimo que en cuanto empieces a sentir que la ira te invade, realices algunas estrategias, puedes contar hasta diez, respirar profundamente 3 veces, o auto dirigirte en voz baja palabras como: cálmate, no pierdas el control, mi hijo no tiene la culpa, soy una persona prudente y calmada, encuentra la que dé resultados contundentes.
2. Sazona tus palabras
Una vez que hayas logrado tranquilizarte, puedes hablar con tu hijo o con la persona que esté a tu alrededor y poner en práctica lo que dice Colosenses 4:6. Sazona tus palabras, para que sólo salgan aquellas que son necesarias para ese determinado momento, sin dejar que tu enojo se apodere de ellas.
3. No exageres
Este es uno de los puntos donde yo personalmente he tenido que esforzarme; algunas personas (y especialmente las mujeres) acostumbramos compartir de manera quejumbrosa y exagerada nuestra ardua labor diaria, queremos quedar como heroínas y por ende justificar la razón por la cual damos importancia a las consecuencias físicas y emocionales predominantemente negativas que nos ponen de mal humor. Te propongo que reflexiones en versículo del libro de Mateo: “…de la abundancia del corazón habla la boca”.
4. Grito de auxilio
Te recomiendo que a todo lo anterior sumes la posibilidad de pedir ayuda a un profesional (terapeuta) que pueda orientarte para que aprendas a controlar tus emociones, o asistir a alguna clase de meditación y/o relajación, pero sobre todo, te invito a que tomes en tus manos y te regales el tiempo para leer el libro que contiene el mayor legado de paz: la Biblia. Por lo pronto, te animo a que reflexiones sobre lo que dice Efesios 6:19.
No creas que he perdido mi capacidad de enojo, y jamás pensaría en eliminarla. En lo que sí he mejorado, y muchísimo, es el control sobre dicha emoción, pero aún más valioso es el haber aprendido a sazonar mis palabras.