¡Qué miedo! Tengo un adolescente en casa
Para muchos, esta etapa es insufrible y se resignan a vivir unos años de peleas y desazón. ¡La adolescencia no es eso! Aprendamos juntos.
Marilú Ochoa Méndez
Hace días, en redes sociales vi una imagen que me dio risa y tristeza a la vez. La ilustración mostraba el fotograma de la película Jurassic Park (Spielberg, 1993), en el que un guardián del parque abre sus brazos prevenido, ante tres Velociraptor que se preparan para el ataque.
El texto era: “así de emocionante y bello es tener hijos“, obviamente, queriendo mostrar justamente lo contrario.
Es mala fama
Te confieso que de inicio, me dio risa la comparación, ¿qué padre no se ha sentido a veces a punto de ser “devorado” en esta tarea? Te soy sincera: yo sí.
Pero también me dio tristeza, porque refleja la situación de muchas familias, que en vez de convivir, se soportan, se sufren mutuamente, en vez de aprender a congeniar, y compartir las bellas riquezas que cada uno aportamos a los demás.
Y mi mente corrió a presentarme a mis tres adolescentes, de 15, 14 y 11 años, pues los hijos de esa edad, gozan de esa misma mala fama.
¿Tienes un adolescente? ¡Te doy el pésame!
A ellos les dicen “aborrescentes“, queriendo expresar que esta etapa es terrible para los padres, pues de repente, nos rechazan, no desean ser como nosotros, y nos sentimos desencajados.
Un conocido, queriéndose hacer el chistoso, me decía hace unos años, que me daba su más sentido pésame, pues mi hijo mayor estaba entrando en esta temida etapa.
Hace tiempo, leía que un bellísimo sinónimo para esta etapa es que es un momento donde los hijos se revelan. Lee bien: no me equivoqué. No me refiero a que se rebelan, cuestionando su autoridad, sino a que es una etapa en la que muestran quiénes son en realidad.
Como las fotos de antes
Antes de las cámaras digitales, debías llevar tus rollos a revelar a los centros especializados. Ahí, luego de un tratamiento, te entregaban tus recuerdos en papel. A veces, lo que ahí se retrataba era distinto a como recordabas haberlo vivido, pero no había duda: si estaba en el papel, eso era lo que había pasado.
La conferencista y escritora española Yvonne Laborda, afirma que hay dos momentos en que nuestros hijos están conectados consigo mismos: la infancia y la adolescencia.
Tú vives con ese joven o jovencita, y crees saber cómo son: te abrazan, jugaban durante horas a armar un rompecabezas, y ahora te llenas de inquietud: no desean seguirte como antes, han cambiado sus gustos, y a veces parece que se encierran.
La vida cambia, pero se nos olvida
La paternidad es una montaña rusa, y nos pone a prueba constantemente. Creemos que lo tenemos dominado, pero la emoción nos dura poco, pues etapas como esta nos mueven el piso.
Siguen siendo ellos, pero desean sacar de su interior el diamante que tienen en el alma. Permitirles adentrarse en ellos mismos les dará la oportunidad de hacerlo.
No tomarlo personal
El egocentrismo no es solo una característica de la primara infancia, los padres caemos continuamente en él. A veces, tomamos demasiado personal lo que nuestros hijos nos dicen o nos hacen.
Olvidamos que sin una correcta educación emocional (que muchas veces no tenemos afinada realmente nosotros), nuestros hijos no nos dirán: “mamá, necesito tiempo para reencontrarme“, ellos nos dirán: “no quiero ser como tú“.
¡Y no pasa nada! Porque no somos sus padres para no tener conflictos ni dudas, sino para acompañarnos en el proceso, para amarnos a pesar de nosotros mismos, de nuestros miedos y de nuestras muchas equivocaciones.
Entonces, ¿qué hago con mi adolescente?
Amarlo mucho, amarlo siempre. Tratar de demostrar siempre que estás ahí. Escuchar, guiar para que esa revelación se desenvuelva de una manera serena, contenida.
Ser el espacio de calma que ayude a liberar y dar cauce a su tempestuoso mar interior.
Ayudar con tus límites amorosos y sensatos, a que ese arbusto genere la mayor rectitud posible.
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El hoy se esfuma si no despertamos
Hoy es cuando tu familia te requiere. No cuando tú tengas más tiempo, ni cuando estés más serena. No cuando en tu trabajo te vaya mejor, o el bebé deje de gatear.
Nuestros hijos adolescentes, cada día necesitan nuestra mirada amorosa, nuestra guía.
Dejemos en el piso la silla para domar, o el capote. No son seres salvajes que necesitan ser “domesticados”, ¡son niños!. Ellos tienen más miedo que tú, y ellos necesitan urgentemente tus habilidades emocionales y tu sabiduría.
Déjate iluminar por Dios
Todos los padres nos sentimos rebasados en más de una ocasión, pero esa es justamente la magia y el regalo divino al elegirnos para esta tarea: las crisis nos hacen crecer.
No sabes, no puedes, te sobrepasan las situaciones: ¡bien!. Respira, descubrirás la vía.
La oración constante y abandonada en el buen Dios que siempre nos escucha será tu mejor arma. También, acercarte a personas sabias que siempre podrán darte un consejo amoroso.
Aplica la regla de oro
La regla de oro que nunca falla es: tratarlos como te gustaría ser tratado.
Entonces, amorosamente, con cercanía, con comunicación, acerquémonos sin miedo a nuestros pequeños logros, y descubramos al tenerlos tan cerca que su posible actitud desafiante, sus desbordes, son gritos de súplica por padres presentes que los amen con locura.
Tú y yo podemos ser esos padres. Comencemos y recomencemos, el esfuerzo que dediquemos a esta tarea será bellísimo, y nos llenará el alma mirar a los ojos a esos adultos que fueron amados, y tienen la armadura de un corazón sano.
Ánimo papá, mamá, estás aquí porque puedes, sé compasivo contigo y arrójate a esta, otra gran aventura de vida que -Dios mediante- acometerás con éxito. Dios te bendiga.
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