Receta simple para evitar que el amor muera: requiere conocimiento
Este artículo se centra en la necesidad de darnos a conocer al ser amado y de conocerlo tal como es, sin agregarle nuestras necesidades, para que sea un amor construido en la realidad y no una ilusión pasajera.
Marta Martínez Aguirre
En mi quehacer profesional a menudo arrullo en mis manos el corazón destrozado del amor. Esto sucede cuando al consultorio llegan tomadas de la mano dos personas que dicen que el otro “Ya no es el mismo”, y que desean separarse. Llevan años juntos, pero de a poco surge el desencanto. El otro ya no es cómo era antes, “Ya no me mira igual”, “Ni siquiera me dice palabras bellas”; la lista de las quejas se engrosa a la misma velocidad con que se buscan soluciones urgentes entre las amigas. Todas las amistades afirman con enérgico fatalismo, “Tienes razón, seguro dejó de amarte”.
Tal vez por las noches, cuando todo queda en silencio, te hagas preguntas similares: ¿con quién sueño y me desvelo suspirando por una sonrisa?, ¿qué pasó con la ternura de sus palabras?, ¿dónde se escondió la caricia arrulladora en mi pelo?, ¿quién es ese que unta la tostada con mermelada y lee el diario sin decirme que el corte nuevo de pelo me favorece?
Yo voy a responderte, y tal vez no te van a gustar mis palabras: ese hombre es una proyección de tus deseos o de frustraciones empalagosas. Ese es el hombre que tú deseas que sea, negándole su singularidad, llevándolo al lugar de cosa que se desea desde tu mirada y tu necesidad. Para que el amor sea amor hay que dejar de ser tontos y empezar a recorrer el camino de la realidad. Ese es el amor adulto, y el que perdura para siempre más allá del tiempo. Como el amor de Dios: Él no se retira los anteojos para mirarnos, nos ve tal como somos, con nuestras luces y sombras.
Si en el noviazgo sólo quisiste mirar lo que deseabas y luego, de casada, con la convivencia te diste cuenta de que no era como pensabas, es porque antes de dar el sí para siempre tenías que haberlo visto “tal como era”, sin agregados.
Me atrevo a decir que el ser humano es un Homo amans, somos producto del amor de nuestros padres aquí en la tierra, pero previamente hemos sido concebidos espiritualmente por Dios, y una vez cumplida nuestra tarea terrenal, hacia el amor vamos. En la obra de Viktor Frankl, el padre de la logoterapia, el amor está permanentemente presente: “Y el hombre se realiza a sí mismo en la medida en que se trasciende: al servicio de una causa o en el amor a otra persona. Con otras palabras, el hombre sólo es plenamente hombre cuando se deshace por algo o se entrega a otro. Y es plenamente él mismo cuando se pasa por alto y se olvida de sí mismo”
Querida lectora que con ansias buscas soluciones, él no ha dejado de ser él, el punto es que tú lo has mirado demasiado tiempo con los lentes equivocados. Para darte cuenta de quién es el hombre que está a tu lado, tienes que llegar a conocerlo; pero, Marta, ¡llevo años casada con él! –dirás–. Tal vez puedas llevar una vida, pero quizás solo sepas de tu necesidad emocional vista en sus ojos, o de tus ideales puestos en sus palabras, o de esas construcciones que te has hecho sobre cómo debería amarte.
El amor no se encuentra en el paquete de cereales por las mañanas, el amor se descubre en las experiencias cotidianas al atravesar simultáneamente el sendero de las diferencias y la singularidad, de las fortalezas y las debilidades, del autoconocimiento para no poner en el otro lo que nos hace falta y que luego le reprochamos. El enamoramiento es quedarse en el plano de la ilusión, el amor verdadero, en cambio, es ir más lejos, es deshacerse, entregarse a la realidad conociendo al otro en todo su ser.
¿Cómo conoces a tu pareja? Cuando lo enseñas a conocerte, a confesarle lo que necesitas y a desgajarte para que te aprehenda en toda tu esencia. Tal vez eres de las que dice, “Me siento sola”, pero ¿cómo puede él hacerte compañía si no le has dicho de qué modo desaparece ese sentimiento de soledad?
¿Deseas conocer realmente a ese ser que tienes a tu lado? Ven, y empieza a tomar nota:
- Sé guía de tu esposo, pide lo que necesites de forma clara y con ejemplos , “Me siento cuidada cuando calmas mi ansiedad ante las preocupaciones”, “Me siento amada cuando en público me abrazas”, “Me siento protegida cuando me tomas de la mano y me invitas a orar juntos”.
- Dile que te guíe en sus necesidades. De este modo sabrás cómo amarlo, cuidarlo y sostenerlo. Cuando mutuamente se guían uno al otro el amor se construye sobre la base sólida de lo real, ambos aprenden sobre cómo actuar. El amor es verbo, es acción. Es, como decía Frankl, “deshacerse”, para hacerse juntos a un vínculo sólido y fecundo.
- Sigue presente, la presencia es un elemento esencial para conocer al otro; cómo vas a conocerlo si a la primera desilusión buscas huir. El amor necesita titulares, no suplentes; requiere estar para darse, para crearse. Aunque él todavía no entienda tus mensajes claros, sigue ahí a su lado, aprendiendo a esperar que él aprenda a su tiempo, tal como tú. O, ¿acaso crees que el amor es un acto de magia?
- Evalúa y quédate con lo que es mientras esperas. Tal vez lo has guiado, pero aún no reacciona y sigue dejando la toalla mojada en el piso del baño; aprender lleva tiempo, puede ser un hábito arraigado de toda una vida, o una carencia. Evalúa lo que sí tiene y aprécialo, quizás deje la toalla mojada pero te complace con canciones románticas mientras cocinas. Espera en nombre de lo que recibes.
Déjame decirte que el amor verdadero atraviesa las sombras para encender fogatas, acepta la desilusión pasajera para construirse en certezas, se quebranta para afianzarse, acepta el sufrimiento y alaba la alegría.