Sabes que tu pareja es la indicada porque juntos han superado tempestades
Comprenden que amarse no es verse bonito, sino tratarse con amor a pesar de los raspones de la vida, y superar juntos lo que venga de la mano de Dios.
Marilú Ochoa Méndez
Cuando me casé, descubrí que los cuentos de hadas solo cuentan una parte de la historia, y omiten la mas enriquecedora. ¿Por qué, después de que él y ella vencían los planes de los malvados y brujas y -al fin- partían juntos hacia su castillo, se detenía la narración? Eso hacía parecer demasiado sencillo el “vivieron felices para siempre”. Y justo es la parte más difícil, y también la más emocionante.
De recién casada, mi toma de conciencia de esa realidad me cayó como balde de agua fría. Había superado muchos obstáculos con mi esposo durante nuestra etapa de noviazgo, me costó trabajo encontrarlo. Y confieso que me había creído el espejismo de que -una vez que había encontrado a mi alma gemela- solo me quedaba vivir días de alegría sin término.
Debía aprender algo profundo
Una vez casada, el camino a mi “felicidad” se tardó. Comenzar a limar asperezas con mi esposo, me costó tremendamente.
¡Pero si yo lo había elegido! ¿por qué en ocasiones me sentía tan frustrada? (sé con seguridad que lo mismo le ocurría a él). La respuesta es que ambos nos amábamos, pero en el nivel básico, y -si nos disponíamos a ello- comenzaríamos un curso intensivo para amarnos con mayúscula.
La realidad es que estábamos atorados en el enamoramiento y la ilusión del encuentro, pero nos faltaba iniciar un camino de descenso a un mar maravilloso. El corazón de este viaje, estaría en lo que soportaríamos juntos. ¿Quieres saber más?
Cada uno somos un iceberg
¡¿Pero, cómo?! ¿un iceberg? ¿Un iceberg frío, gigante e imponente? Sí.
Tú eres un trozo de hielo que sale del mar. Tus cualidades y defectos, tu apariencia física y carácter muestran tu ser a los demás, pero eres mucho más que eso. Debajo del “agua”, debajo de las apariencias, debajo de lo público, está tu mundo interior, y en él, está algo maravilloso, tu imagen y semejanza con Dios.
Cuando te enamoras de alguien, haces “click” con el otro, de repente, orbitas a su alrededor. Sus movimientos provocan tus movimientos, y juntos inician una danza de autodescubrimiento muy hermosa. Esa es una ancla preciosa que Dios quiso determinar en nuestra psique para que nos abriéramos al otro, y quisiéramos compartir con otro nuestra individualidad.
Una vez que decidimos unirnos para siempre a ese ser mágico, de repente, y sin avisar, deja de emocionarnos la entonación con la que dice nuestro nombre. Dejan de parecernos tan maravillosas sus manos grandes, y comienza el verdadero acoplamiento, que solo surge del diálogo consciente y generoso en el que hombre y mujer se abren para hacer al otro feliz.
Entonces, no importa tanto que te mande cartas, y valoras más que te haga el desayuno, y así te ayude a llegar antes a trabajar.
Lo que está debajo del agua, es más importante
Entonces, inicia un reto importante: podemos regodearnos en buscar que el otro complazca mis gustos, me haga sentir bien, me escuche y apapache -y sentir que eso es el verdadero amor-, o dar el salto a lo que se muestra a simple vista, y atrevernos a sumergirnos en la parte más grande del iceberg, la que se encuentra debajo del mar.
Esa parte, es la que nos hace a todos iguales: hombres y mujeres con dignidad, profundamente amados por Dios, que nos quiere felices.
Si sabemos mirar esa parte nuestra y del otro, procuraremos saciarla, y poco a poco olvidaremos lo accesorio que sale a la superficie.
¿Qué significa esto? Que tu esposo, aunque comience a perder pelo, sigue siendo el hombre que elegiste. Que tu esposa, que tiene un sazón al que no logras acostumbrarte, te ha regalado sus mejores años, y en su cuerpo ha criado a sus hijos.
Si sabes mirar, verás lo que realmente importa
¿Pero qué debes buscar, al mirar? Al hombre o mujer que dejó a otras posibles parejas y te eligió a ti. Esa persona dejó su casa y comodidades para iniciar de cero una vida contigo. Al que ha superado los tiempos malos contigo. Ese que -sin sentirse cómodo- ha permanecido a tu lado. Al que a veces has tratado de manera desconsiderada, y que al día siguiente te sonríe como si nada.
Mirar a la persona detrás de los actos es retador pero reconfortante. De esta manera, no te eriges en juez de lo que “merece” el otro, sino das tu amor y comprensión al otro ser, aprendiendo así a amar de verdad.
De esta manera podrías hacer vida la oración de la Madre Teresa, que nos dice que “Las personas son irrazonables, inconsecuentes y egoístas… ámalas de todos modos”. El bien que puedes hacer no debe detenerse por las heridas emocionales de otra persona.
Pero no puedes hacerlo solo
Lo que aquí te planteo es difícil, pues va contra lo que te dice todo el mundo: “No des si no recibes”, “¡no te dejes!”, “exige lo que te pertenece”… pero sí va de la mano del mensaje cristiano:
“Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen, hagan bien a los que los aborrecen, y oren por los que los ultrajan y os persiguen; para que sean hijos de su Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si aman a los que los aman, ¿qué recompensa tendrán? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?” (Lc 6, 44-46)
Tal vez ya no sientes mariposas en el estómago al ver llegar a tu esposo o esposa, pero si con él o ella tienes cicatrices sanadas, tempestades soportadas, y se mantienen juntos a pesar de todo, estás comenzando a sumergirte en el bello iceberg de la entrega, que te dará mas plenitud que el espejismo del cuento que te imaginabas y dará a tu vida un sentido trascendente que valorarás como nunca. ¡Disfruta ese amor!