¿Sabías que tus miedos en la crianza pueden ahogar a tus hijos?
La vida es dura, pero ¿tendremos que ponernos un caparazón para vivir en ella? ¿Será el miedo la mejor motivación para dirigir nuestra crianza?
Marilú Ochoa Méndez
Sandra es madre. Torea con gracia y entereza los retos que le toca asumir. Es responsable con sus hijos, y hace para ellos lo mejor que puede, pero hace días vivió un suceso que la hizo replantearse sus motivos de fondo para criar a sus pequeños.
Su aprendizaje te impactará, y te hará replantearte también cómo guías a tus hijos.
Así he sido siempre, y me funciona
Era viernes. Sandra se encontraba en un parque atenta, temerosa. Sus hijos de 10 y 7 años jugaban a unos metros, pero ella se puso tan nerviosa, que comenzó a sudar frío.
De un momento a otro, se levantó muy enojada, y los tomó de la mano para regresar a casa. Sus hijos, tristes y resignados, subieron al auto.
Me había tocado notar su nerviosismo en estas ocasiones, pero nunca me había dado el tiempo de dialogar con ella sobre esta situación, hasta que en un encuentro casual, ella inició la conversación.
Sandra me contó que evitaba en lo posible salir de casa, ¡tenía tanto miedo!. Habían secuestrado un primo suyo, y moría de terror de pensar en que ella o algún familiar, fuera también víctima de esta situación.
¿Por qué haces lo que haces?
Siempre me había parecido raro su nerviosismo y negatividad a salir a exteriores, pero la comprendí perfectamente cuando me abrió su corazón. Hablamos un rato sobre la situación, y la noté pensativa cuando le pregunté qué pensaban sus hijos de este miedo suyo, y cómo lidiaban con la suspensión casi radical de sus actividades al aire libre.
Ella me miró sorprendida, pues asumió que sus hijos ya sabían sus motivos. Ellos conocían la situación del primo, pero nunca habían recibido una explicación de mamá sobre su actuar “raro” cuando salían de casa.
Sandra se fue pensativa aquella tarde, y días después, continuamos el diálogo.
Tienes motivos, ¿pero dañas o cuidas?
En la cena, ese día intentó dialogar con sus niños, y les contó su gran miedo. Ellos, envalentonados por el momento de sinceridad, le comentaron también que extrañaban su serenidad, y que salir a exteriores, les hacía mucha falta.
Sandra, conscientemente estaba “cuidando” a sus hijos, pero al mismo tiempo, los estaba conteniendo innecesariamente, y limitándoles.
Cuando hablábamos, ella se cuestionaba qué tanto los protegía (en sentido sano) o sobreprotegía (dañándolos) al “cuidarlos” de esa manera.
Ella no actuaba para encerrar a sus pequeños, sino para ser precavida, pero ¿les hacía bien o mal?
¿Conoces tus “botones”?
Tú y yo hemos vivido experiencias que nos han impactado. Siendo niños, jóvenes o adultos, hemos aprendido a temer ciertas circunstancias y tendemos a evitarlas o posponerlas ahora en la adultez.
¿Conoces tus miedos? Una vía sencilla para ubicarlos es encontrar los “botones” que te sacan de tu centro. Las situaciones o potenciales situaciones que te descolocan.
Si reacciona tu ser desde dentro, casi sin intervenir tu parte racional, ese es un botón.
Puedes estar ejerciendo tu paternidad, desde un miedo profundo, y “cuidar” a tu familia (porque crees fervientemente que lo haces por ellos), cuando estás solo cubriéndote para salir de ese miedo irracional.
Vale la pena revisarnos
La vida es dura, pero ¿tendremos que ponernos un caparazón para vivir en ella? ¿Será el miedo la mejor motivación para dirigir nuestra crianza?
Las heridas emocionales que todos tenemos, condicionan nuestra forma de actuar e impactan especialmente en nuestros pequeños, en quienes reflejamos el cuidado que debemos a nuestro niño interior.
Sandra, al evitar que sus hijos se “expusieran” al peligro, estaba luchando por evitar ese momento tan terrible que había vivido su familiar, pero sus hijos pagaban la factura.
¿Será lo mejor escondernos?
Si vives algo parecido, te recomiendo mucho la película “Recuérdame” (Allen Coulter, 2010), que narra una bellísima historia de superación de miedos, sanación emocional y pasión por vivir.
En esta cinta vemos que no importa qué tan rotos estemos, el amor siempre es la salida, porque los días siguen amaneciendo, y afuera está la savia que nuestras raíces necesitan para encendernos el corazón.
El diálogo es catártico
La belleza de la amistad, es que un oído atento y empático, donde podamos vaciar el hierro ardiente que llevamos dentro, es catártico y sanador.
Dialogar sobre nuestros miedos nos puede dar perspectiva, pero requiere una actitud valiente que permita revisarnos a fondo.
Y después de desahogarnos, requiere toda nuestra fuerza, para reestructurar y recomponer nuestras acciones y decisiones desde un nuevo panorama que deje fuera de la ecuación al miedo.
También ayuda la terapia
En ocasiones, necesitamos un acompañamiento más profesional, y es muy sabio conseguirlo.
Las heridas no son fáciles de sanar, porque su cicatriz es ahora parte de nuestra piel, y nuestra piel es la que nos forma.
Por eso, recibir el apoyo de un psicólogo o terapeuta, puede ayudarnos a sanar más rápidamente.
Y siempre ayuda la oración
Te comparto una bellísima oración:
¡Señor, Tú me has llamado a vivir en la alegría, en la felicidad, aún en medio de las pruebas, en medio de tantas dificultades, luchas y problemas. Envíame tu Espíritu Santo, para no dejarme amargar, afligir o entristecer por nada de lo que pueda sucederme en esta vida pasajera.
Confío en que Tú me acompañas. Te ruego que inundes mi vida con tu Espíritu poderoso, quiero sentir tu presencia que fortalece el alma y la prepara para todo reto. Necesito de Ti. Necesito sentir esa fuerza que me ayuda a superar mis debilidades
Tú quieres hacerme feliz y yo también lo deseo. Por eso, quiero entregarte todas las situaciones por las que estoy atravesando, esas que me crean angustia y me roban la paz. Quiero entregarte esas cosas de las cuales me siento aferrado y me distraen de amarte y adorarte.
Quiero aprender a disfrutar de todo lo que me has ofrecido en esta vida, vivir cada momento con alegría e intensidad, sin apegos.
Ayúdame a cambiar mis llantos en carcajadas, mis amarguras y dificultades en alegrías y oportunidades. Confío en tu promesa fiel, confío en tu Palabra que me conforta.
Quiero que también a mí me digas esas palabras de esperanzas que le pronunciaste a Josué: “No tengas miedo ni te desanimes, porque Yo, tu Señor y Dios, estaré contigo dondequiera que vayas.” (v1,9)
¡Amén!