Ser un buen samaritano: el mejor regalo navideño
El significado de dar va más allá de lo que podemos regalar a la familia. A veces podemos entregar algo a quien nos necesita. De esa manera nos podemos transformar en un ángel de la Navidad. El ejemplo del buen samaritano se repite en
Myrna del Carmen Flores
A principios de diciembre, la persona que ayudaba a mi madre en casa tuvo que marcharse a cuidar a su familia. Entonces, mamá optó por buscar a alguien más. Le recomendaron a una jovencita de solo quince años, quien le simpatizó desde el día en que la conoció. Entre otras aptitudes, era una chica muy trabajadora.
Al pasar de los días mi madre notó que la chica tenía solo tres cambios de ropa y un par de zapatos, bastante viejos por cierto, de modo que decidió sorprenderla y le compró un nuevo par. La muchacha estaba tan feliz con ese regalo que contagió su felicidad a mi madre. Sin embargo, al día siguiente, la chica se presentó de nuevo con los zapatos viejos.
“¿Por qué estás usando esos zapatos?”, le preguntó mi madre. La chica se encogió de hombros, no quería contestar, pero ante la insistencia confesó que se los había quitado su abuela. Mamá sentó a la chica a la mesa y le hizo toda clase de preguntas para conocer los pormenores de su vida.
“Mi padre se separó de mi madre cuando yo tenía seis años. Mi madre ya no me quiso. Vivíamos en otra ciudad. Entonces, mi papá me trajo a vivir con su mamá. Pero él se fue hace unos años y ya nunca regresó. Mi abuela dice que se fue por mi culpa, porque me portaba mal”.
“¿Y recuerdas a tu mamá?”, preguntó mi madre. “¿Te trataba mal?”. “Sí la recuerdo –contestó la muchacha–. Recuerdo que me abrazaba y me hablaba con cariño. No recuerdo su cara, pero sí su voz”.
Mamá le hizo muchas preguntas más hasta descubrir cada detalle: el nombre, la ciudad donde vivían, todo lo que la chica recordara; incluso sobre los maltratos que recibía de su abuela. Le regaló ropa, que por supuesto le quitó la mujer. Días después le prestó unos nuevos zapatos. Sí… así se lo indicó: le dijo que eran prestados y que si su abuela los tomaba, ella haría algo para recuperarlos. Esos zapatos continuaron en los pies de la muchacha.
Un día le pidió a la joven que buscara sus documentos; la abuela debería tenerlos en algún sitio. Consiguió un acta de nacimiento y un par de boletas de calificaciones de los pocos años que asistió a la escuela. No fue tarea fácil encontrarlos y sacarlos de la vivienda de la abuela, pero la chica confiaba en mi madre y eso le dio valor.
Encontró todos los datos que necesitaba para iniciar la búsqueda. Con los nombres completos de la muchacha y el de su madre, comenzó a realizar pesquisas para buscar a esta última. No fue una tarea sencilla: buscó en directorios nacionales y tiempo después, de manera afortunada, pudo dar con su número telefónico.
Decidió hacer la primera llamada sin la presencia de la muchacha, pues no sabía con certeza cuáles eran los sentimientos de la madre hacia la niña. Tenía esperanza, sin embargo, de que la quisiera un poco, o que se hubiera arrepentido de haberla dejado en manos de un hombre que no la protegió de ninguna manera.
Pero su sorpresa fue mayúscula cuando supo la realidad: la mujer jamás la había abandonado. Lo que había sucedido fue que el hombre, que ni siquiera era el verdadero padre de la chica, se la había llevado por venganza, cuando ella decidió dejarlo. Desde entonces había hecho lo posible por encontrarla, pues todos los datos que tenía de aquel hombre eran falsos. En cada intento, había topado con pared.
Mamá pudo escuchar el llanto de la mujer. Estaba tan entusiasmada que no podía continuar hablando. Le explicó que al día siguiente volvería a llamarla para que se comunicara con su hija, y le dio sus datos para que estuviera tranquila.
A la mañana siguiente, madre e hija comenzaron a hablar: la madre le contó la historia con todo detalle. Las dos lloraron al teléfono. En un momento dado la chica dejó el auricular a un lado para decirle a mamá, con una emoción contagiosa: “¡Es su voz! La recuerdo. ¡Es su voz!”.
Su verdadera abuela se hallaba en el hospital, aunque estaba dispuesta a viajar por su hija, pero mamá optó por una mejor solución: la muchacha viajaría a su encuentro. Esa misma tarde le compró un boleto de autobús para que se reuniera con su verdadera familia.
Solo se llevó la ropa puesta y una bolsa con algunas prendas que mi madre le regaló. Iba al encuentro de su madre, un lugar donde por fin estaría junto a personas que la amaban, que la esperaban, que la extrañaban.
Mamá le había obsequiado su primera Navidad con su familia, después de toda la tristeza que había vivido junto a aquella mujer que la maltrataba. El día de Navidad mamá recibió una llamada telefónica: la chica le habló para agradecerle la felicidad que le había ayudado a conseguir. Su verdadera abuela se había recuperado, y hasta una nueva hermana había conocido. Y su madre la amaba.
Ese año mi mamá se convirtió en un ángel de la Navidad, y dio el mejor regalo de navideño que pudo haber imaginado.