Ser una buena persona es lo mejor que puedes hacer por tu vida
"La maldad jamás fue ni será felicidad". Aunque te dañen, elige siempre hacer el bien. La vida te dará la respuesta que esperas.
Erika Patricia Otero
Un día estaba un joven indio cherokee hablando con su abuelo. Angustiado, le decía que sentía que en su interior peleaban dos lobos. Uno de los lobos era rabioso, estaba siempre enojado y podía llegar a ser muy malo; sin embargo, el otro lobo era bueno, noble, amable, cariñoso, humilde y compasivo.
Fue entonces cuando el joven le preguntó al anciano: “Abuelo ¿Cuál de los dos lobos ganará?”
Entonces el anciano respondió: “Hijo mío, ganará el que tu alimentes”.
Es así. En cada uno de nosotros viven pujantes esos dos aspectos de la naturaleza humana; bondad y maldad. Tal y como dice la historia, “ganará la que nosotros permitamos que gane”.
La maldad jamás será felicidad
La bondad tanto como la maldad, son actos que puede ejercer todo ser humano sobre otro; la diferencia entre ambos es la intención que trae cada uno de ellos.
La bondad tiene la intención de dar bienestar a alguien, y como consecuencia, a quien actúa con bondad le deja una sensación de satisfacción por el acto cometido.
La maldad, en cambio, es toda acción negativa que buscar dañar a alguien. Como consecuencia, la sensación que deja a quien daña es de revancha; sin embargo, esas acciones a la larga solo acarreará dificultades y sufrimientos al dueño de esas acciones, porque la maldad jamás será felicidad.
Por qué la bondad es superior a la maldad
La razón es simple: ser bueno te hace un ser humano valioso para la sociedad tanto como para ti mismo. Cada acto de amor y amabilidad que haces para favorecer a un ser humano, deja una huella indeleble en esa persona.
La bondad es superior a la maldad porque al ser contrario a todo lo que esta abarca (perversidad, crueldad y malicia), no busca de ninguna manera el sufrimiento en una persona o cualquier otro ser de la naturaleza.
Además, la bondad está por completo ligada a todos los aspectos buenos y nobles del ser humano, como la empatía, que es la capacidad de “sentir” lo que el otro siente, la ternura, el amor y la compasión. Todos estos aspectos hacen de una persona alguien poderoso, capaz de ganarse el afecto y la bondad de sus pares.
Aun así, tampoco ser una persona buena te libra de todo mal; es más, puedes ganarte muchos enemigos, aquellos que dirán que solo actúas de esa manera para “posar” de buena persona, o te juzgarán de hipócrita o de que buscas algo a cambio de “dar tus favores”. Afortunadamente, el tiempo, tus acciones y tu reputación serán los que hablen por ti.
Una acción que me hizo cambiar
Lo bueno y bonito de ser un ser humano, es que la vida y las situaciones pueden llevarnos a cambiar y volvernos una mejor versión de la persona que somos; eso, por supuesto, si nosotros queremos.
No soy una mala persona, pero ciertamente algunos acontecimientos de mi vida me impulsaron a ser alguien un tanto rencorosa. No era de esas personas que buscaban la venganza como “pago” por un daño realizado; sin embargo, no era capaz de perdonar a quien me dañaba y si podía hablar mal de esa persona, pues no me detenía en hacerlo.
Mi familia y yo siempre hemos vivido en la misma localidad; así que hemos visto irse a muchos vecinos y amigos con los que compartimos muchas cosas. Un día, uno de esos vecinos de toda la vida, perdió su casa en un mal negocio y las personas que llegaron a ocupar su hogar fueron unos familiares de ellos; de esos vecinos que uno dice que no se los desea ni al peor enemigo.
Al principio todo era normal, ellas entablaron amistad con las personas del barrio. En particular yo nunca he sido alguien a quien le guste ir de “amiguera” con el primero que se me aparezca; yo prefiero la soledad a una mala experiencia, y esto fue lo que me busqué por no entablar amistad con una de ellas.
Esa familia de tres mujeres eran increíblemente creativas con sus mentes y peligrosas con su boca. Si no sabian algo de alguien -o no se enteraban- se lo inventaban; el asunto era tener de qué hablar, y siempre de mala manera.
Fortaleza y humildad
Mi madre, hermana y yo fuimos víctimas innumerables veces de sus habladurías. Llegaron a un punto donde todos y cada uno de los vecinos nos miraban mal o de lleno nos ignoraban.
Al principio fue difícil entender qué pasaba, hasta que lo supimos por alguien que nos puso al tanto de sus comentarios dañinos. Optamos por dejar las cosas como estaban, ya el tiempo hablaría por nosotras.
En realidad yo les tenía mucha rabia; aun así, nada ganaba con guardarles rencor o vengarme por el daño hecho, así que solo seguimos adelante. El ignorar sus acciones hacia nosotras fue peor pues causó que una de ellas se ensañara cruelmente conmigo; y sí, en efecto me hizo mucho daño.
Pese a todo el daño del que fui víctima, aprendí una valiosa lección: no solo debemos ser fuertes ante la maldad, debemos ser sabios y humildes para responder ante esta.
¿Por qué sostengo que la maldad jamás fue ni será felicidad?
Bueno, porque con el paso del tiempo, los vecinos se dieron cuenta de todas las difamaciones que esas vecinas habían dicho de todos. Como consecuencia les dejaron de hablar, las miraban mal y las trataban peor; así que lo que optaron por hacer fue vender la casa y dejar el barrio.
Los frutos de la bondad
Como puedes ver, cada buena acción tiene una consecuencia benéfica para quien la practica. Es cuestión de simple física; cada acción trae consigo una reacción. Cada acto bueno te hace ganar la amabilidad y el afecto de la persona que lo recibe.
Pueden ser cosas mínimas como un saludo a un desconocido, una sonrisa, ceder el asiento en el transporte, ayudar a alguien a cruzar la calle, alimentar a alguien con hambre. Lo que sea que hagas no solo te deja esa sensación placentera de haber hecho que tu vida valiera la pena, sino que das a alguien de ti, tu mejor parte.
Procura siempre ser bueno con las personas aunque no lo merezcan. La vida te lo compensará.