Si continúas haciendo esto, matarás lentamente tu fe

Estos son los actos cotidianos que pueden alejarte de tu fe. Aún puedes evitarlo.

Marilú Ochoa Méndez

Laura nació en una familia muy religiosa. El centro de las actividades de su familia eran siempre celebraciones relacionadas con su fe. Asistió a la escuela que sus padres eligieron justamente por sus similitudes con los valores morales y religiosos que compartían, pero a sus 26 años, no está segura de tener fe: Desde hace años no acompaña ya a sus padres a las celebraciones, y prefiere dedicar su tiempo a actividades que le parecen más productivas.

¿Puede perderse la fe? Sí. Lo más terrible es que puede perderse con facilidad si en vez de convertirla en un eje de la propia vida, vamos colocándola en distintos lugares de acuerdo a nuestra conveniencia o prisas. Repasa conmigo estas ocasiones que podrían ocasionar que tú o los tuyos se encontraran en el camino de perderla y no lo permitas.

1. Asumir la fe de otros sin hacerla tuya

En casa, en el colegio o en los grupos a los que pertenecemos, se nos inculca la fe como un regalo que nos dan quienes conocen las maravillas de descansar en las manos providentes de Dios. Sólo que no es suficiente que se nos muestre la fe, es necesario que la tomemos. Esto implica hacerla propia, integrarla a nuestra vida, abrazándola en cada acto que se realizamos, ya sea estudiar, atender a los hijos, superar una crisis económica o disfrutar los regalos de la vida.

Si la persona ha hecho propia la fe, entonces ésta será el marco que delimite sus actos, pero si se ha acostumbrado a vivir como los que se encuentran a su alrededor, a las primeras pruebas, no sabrá qué hacer, y es fácil que tome un camino que lo aleje de su fe, pues no es algo suyo, sino simplemente “algo que todos viven”. Justamente, en las pruebas es cuando tenemos la oportunidad de afianzar o soltar nuestra fe.

2. Creer que solamente existe un camino para vivir la fe

Susana vio siempre en la fe de su madre que le enseñó que a Jesús le gustaba que ella orara antes de dormir, y que asistir al servicio los domingos en silencio, calladita y escuchando, era su obligación. El celebrante dominical, se dedicaba a regañar a su audiencia y a presumir su sabiduría, más que a acoger a su comunidad y acercarlos a Dios. Luego de varios añños en que Susana no logró concentrarse y que asistía triste y enojada cada domingo con los suyos, y al ver que invariablemente se quedaba dormida antes de orar cada noche, pensó, que tal vez, esa fe no era para ella. Ella oraba con mucha alegría por las mañanas camino al colegio, pero eso no era “lo establecido”, y fue desilusionándose poco a poco. Ella se quedó en las “ramas” de su fe, y no comprendió que la fe era la relación con Jesús, que habla de muchas otras maneras, y que aburrirse, y quedarse dormida, no eran señal de falta de fe, sino de ser humana.

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3. Disparidad entre vida y fe

Elisa recién se ha divorciado. Es la primera de su grupo de amigas que sufre esta situación, y ha comenzado a sentirse incómoda en las reuniones de la iglesia. Nota que algunas personas la miran diferente. Las incomprensiones y juicios humanos, comúnmente nos alejan de nuestra fe, pero lo hace con mucha más fuerza, el sentirnos “el patito feo”, especialmente si hemos cometido errores que saltan mucho a la vista. Jesús no juzgaba a los pecadores, sino que los acogía. El mejor lugar para ir cuando nos sentimos indignos es a donde seremos abrazados con amor, y ningún mejor lugar que con Él, con Jesús. Siempre recibiremos un abrazo a pesar de que nuestros hermanos no nos lo brinden. Solamente que para recibir el abrazo de Jesús, debemos estar ya familiarizados con Él, para saber reconocerle. También Jesús puede estar presente en el desprecio de otros, pero si nos mantenemos fieles podremos ser felices.

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Marilú Ochoa Méndez

Enamorada de la familia como espacio de crecimiento humano, maestra apasionada, orgullosa esposa, y madre de siete niños que alegran sus días. Ama leer, la buena música, y escribir, para compartir sus luchas y aprendizajes y crecer contigo.