Si Dios existe, ¿por qué no escucha mis plegarias?
A veces nos pasan cosas terribles, y pedimos ayuda a Dios, pero no pasa nada. Pero si Dios no cambia tu circunstancia, es porque quiere cambiarte a ti.
Marilú Ochoa Méndez
Diana se consideraba una persona de fe, hasta que su mundo se comenzó a desmoronar. Su mamá comenzó a tener crisis emocionales, y se encerraba en su cuarto largas horas, dejándolas a su hermana menor y a ella sin comida ni atención. Ella no comprendía por qué el “Dios” del que le hablaban en la iglesia, no hacía nada por ellas. Cuando el hambre le hacía doler el estómago, le pedía: “Jesús, dormiré un rato, pero si Tú me ayudas y dejas algo caliente en mi plato, sabré que me amas”. Sin embargo, eso nunca sucedió.
Cuando era adolescente, tuvo un novio que abusaba emocionalmente de ella. Esto la afectó profundamente, y la imagen del Padre amoroso que desde el cielo la cuidaba, fue desdibujándose aún mas.
Si hoy le preguntas, te dirá que no cree en Él. Que ha descubierto que se ayuda más ella misma, se siente orgullosa de lo que ha superado y trata de enseñar a sus hijos a comportarse de igual manera. Diana afirma esto con una dureza que en realidad no siente. Por las noches, cuando la incertidumbre le roba el sueño, sigue masticando la amargura y la decepción.
¿Por qué Dios no hace lo que le pido?
Cuando estamos en verdad necesitados y conocemos las promesas de Dios, pero no las vemos cumplirse, nos rompemos por dentro. ¡Dios es tan claro al prometer!, veamos este texto de Mateo: “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra y al que llama se le abre” (Mt 7,7-8).
Pero si tú -como Diana- has pedido sin obtener, has llamado y no has visto puertas abrirse, este artículo es para ti.
¿Será que Dios es malvado?
Las revelaciones de Dios sobre sí mismo, y la historia del cristianismo, nos muestran que Él es todopoderoso. Entonces, nos parece lógico pensar: si Dios lo puede todo, ¿qué le cuesta ayudarme en esta pequeña cosa? Y cuando no llega la ayuda tal como se ha solicitado, sube el coraje hasta nuestros poros, y nos amarga la decepción. ¿Será malo Dios?, ¿se regodeará con nuestro sufrimiento?, ¿le gustará vernos sufrir?
La respuesta a estas tres preguntas es ¡NO!, Él es un Padre bueno, y como tal, nos ama más que nadie en este mundo. En Su palabra podemos leer muchos ejemplos de estas afirmaciones:
“¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones” (Mt 10, 26-33).
Solo que -leyendo bien la cita que coloco arriba- notarás que aunque Dios afirma que nos ama, que nos protege y nos cuida, no promete que no nos pasará nada malo. Él afirma que “ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga el Padre“. Y aquí está una pista reveladora que analizaremos a continuación.
Creo en Ti si haces lo que te pido
Cuando clamamos por ayuda a Dios y nos sentimos desoídos, cometemos el error de pensar que Él no nos escucha, que no nos ama o que desea hacernos sufrir. El paso obligado es decirle que no existe. Si te fijas, es un tipo de amor interesado y egoísta: “Dios, creo en Ti mientras hagas lo que te pido, como un especie de genio mágico. Si no me “funciona” el frote insistente de la lámpara de la oración, decido sacarte de mi vida“.
Dios es un ser único, indivisible, omnipotente, eterno, todopoderoso. ¡No podemos reducirlo solo a un proveedor!
¿Por qué no das a tu cónyuge o a tus hijos de manera inmediata todo lo que ellos te piden? ¿por qué permites que tu hijo llore de decepción cuando le niegas el juguete que te pide o la salida que tanto añora? La respuesta te dará esperanza: porque no es lo mejor para él o ella.
El que ama, da lo mejor
Para mí, hacer actos de servicio por las personas que quiero es importante. Es la forma como aprendí a dar amor. Sin embargo, siendo mamá me di cuenta que si intentaba hacer todo por mis pequeños, en vez de ayudarlos los dañaba. Estoy en el proceso de aprender a dar lo necesario, pues así los ayudo a crecer, en vez de solo consentirlos. Los padres tenemos la tarea de decidir sabiamente lo que damos y quitamos a nuestros hijos, porque somos responsables de su salvación o condenación eternas.
En el evangelio de Lucas leemos:
“Si ustedes siendo malos, saben dar buenas cosas a sus hijos, ¿cuánto más Su Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lc 11, 13).
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¿Notas el acento de esta promesa de Dios? Él nos asegura que nos dará siempre cosas buenas. Aquí responde a tus preguntas inquietas cuando le reclamas con tristeza que Él no hace lo que tú le pides.
¿Quién te asegura que lo que pides es lo mejor para ti y los tuyos?
La fe implica creer en Alguien que te ama, que tiene poder por encima de todo y que te cuida. Con esa perspectiva, exige reconocer que Dios sabe mas que tú.
Imagina que vas en un avión. A ti te aterra volar. Además, hay turbulencia. ¿Es justo que pidas al piloto que aterrice lo antes posible? ¿será buena idea que los pasajeros realicen un motín y lo obliguen a “salvarlos” de esta manera? No sería nada sabio. Si el piloto está ahí, es porque ha estudiado, sabe qué hacer ante un imprevisto, y te llevará con bien a tu lugar de destino.
Lo mismo ocurre con Dios. Las turbulencias de la vida nos asfixian, y -desesperados- aullamos por ayuda, en ese contexto nos atrevemos a exigir lo que nos parece mejor. Pero Dios quiere salvarnos, no tranquilizarnos.
Si Dios no cambia tu circunstancia, quiere cambiarte a ti
Con el objeto de cambiar nuestro corazón, hacerlo puro y sabio, amante de lo bueno y verdadero, Dios permite que vivamos pruebas durísimas. A veces, que nos arrancan la piel a jirones. ¡Y cuánto duele!, sin embargo, nunca es con un afán sádico. Siempre está ahí acompañándonos, apapachándonos. Y Sus caminos, cuentan con la promesa de la Vida Eterna para quienes seamos fieles.
Cuando sentimos el agua hasta el cuello, y nuestro ánimo tambalea, no cedas a la tentación, no pierdas la fe. Elegir sacar a Dios de nuestra vida nos condena a la desesperanza. Lo sabio será aferrarnos con más fuerza a las bellas promesas de Dios, que nunca desoye una oración fiel, paciente y abandonada.