Si no cambias, te extingues
Saber que el cambio llega a nuestras vidas en el momento exacto en el que estamos listos para recibirlo nos hace enfrentarlo con mayor seguridad y alegría. El dejar atrás el miedo que paraliza nos permite progresar mientras decidimos cambiar.
Elizabeth González Torres
Si escuchan el llamado del cambio es porque están listos para recibirlo . ¿Por qué cambiar es indispensable en la vida de todo individuo y familia? Si en la mayoría de los casos cambiar es sinónimo de mejorar, ¿cuál es la razón por la que las personas nos resistimos al cambio? ¿Por qué los seres humanos, a diferencia de los animales, no entendemos que cambiar no solo es un privilegio, sino una cuestión de supervivencia?
Pareciera que hoy hablar del cambio es algo bastante común. Existe un sinfín de libros que nos aportan diversas visiones sobre cómo hacerle frente al cambio de una manera objetiva. En muchos de esos textos podemos encontrar una simple frase o palabra que nos hace darnos cuenta de que el cambio está llamando a nuestras vidas y, que quizás, por temor o apatía, no hemos atendido su llamado.
Sabemos que en nuestras vidas es necesario realizar renovaciones, que nuestro cuerpo y espíritu las exigen cada determinado tiempo. Algunas de esas transformaciones se dejan ver de manera anticipada a su realización, así que, en cierta medida, eso nos permite recibirlas con mayor aceptación. Lo mismo sucede con aquellas renovaciones que se generan de manera imperceptible.
Cuando se trata de cambios inesperados o que requieren que nos sometamos a una verdadera metamorfosis, nuestras reacciones suelen verse opacadas por la duda y el miedo. Nos paralizamos frente aquellas modificaciones que demandan más de lo que pensamos que podemos hacer o soportar, sin darnos cuenta de que esas son las grandes oportunidades que la vida nos presenta para progresar y mejorar.
Ciertamente, todo buen cambio reclama un esfuerzo. En ocasiones vendrá acompañado de agotamiento, desesperación e incluso dolor. Con seguridad, esa será la parte más difícil de sobrellevar si no estamos conscientes de que los cambios solo se presentan ante aquellos que están listos para efectuarlos.
Cambiar de casa, escuela, empleo, amigos, pareja, etcétera, son transformaciones para las que estamos preparados todo el tiempo, pero no lo sabemos. Quizás en esto radica la importancia de cobrar conciencia de que abrirnos a los cambios es abrazar la posibilidad de convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos. Algo similar a lo anterior sucede con las familias: al igual que los individuos, estas son susceptibles a cambiar conforme a las circunstancias de sus miembros. Como escribe Spencer Johnson, “Si no cambias, te extingues”.
El divorcio, la muerte de alguno de los integrantes de la familia, la partida de los hijos, la llegada de nuevos miembros, etcétera, son modificaciones que por naturaleza toda familia está expuesta a sufrir. Es probable que no sea lo mismo para los padres sobrellevar la partida de los hijos, ya sea porque se casen o porque vayan a estudiar a otro lugar, que para los hijos adolescentes sobrellevar el divorcio de sus padres. Independientemente de la situación, en todos los casos el verdadero cambio encuentra su origen en la necesidad de que ese grupo de personas evolucionen y progresen, en lugar de extinguirse.
¿Cómo distinguir, sin embargo, el llamado del cambio?, ¿cuáles son algunas de las formas en las que se nos presenta?
Sentirnos asfixiados
Uno de los primeros avisos que el cambio ofrece es tener la sensación de que un lugar, un empleo, una persona, una actitud o un sentimiento ahoga las esperanzas y los sueños. A veces podemos encontrarnos aferrados o acostumbrados a alguna de estas cosas, pero debemos entender que si no cambiamos estamos perdiendo la oportunidad de respirar un aire nuevo.
Ser infelices
La infelicidad es quizás el mayor aviso que el cambio nos envía. Encontrarnos insatisfechos con lo que somos y con lo que está sucediendo en nuestra vida, en lo personal y familiar, constituye una señal de que debemos modificar cuestiones de raíz. Si notamos que no sonreímos con frecuencia, que nada de lo que hacemos nos produce un gozo verdadero en el corazón y, sobre todo, si nos mostramos indiferentes ante aquellas cosas, sitios o personas que en algún momento nos hicieron felices, debemos aceptar que la felicidad se ha marchado de ahí para que nos activemos y salgamos a buscarla de nuevo.
Mirarnos siempre en el mismo lugar y del mismo modo
Permanecer por mucho tiempo en un sitio y en una posición que quizás nos ofrece comodidad, pero no evolución, es un anuncio de que debemos cambiar. Si de forma constante volteamos a ver los recuerdos de cosas, momentos y personas que ya no están en ese lugar y que, tal vez jamás regresen, es porque ha llegado el momento de buscar nuevos caminos que nos dirijan a horizontes en los que reconstruir nuestro propio progreso.
No sentirnos preparados para cambiar
Junto con la infelicidad, la firme creencia de no sentirnos listos para el cambio es el llamado más potente que podemos recibir. Absolutamente todos los seres humanos nos replegamos, de forma automática, cuando nos encontramos ante la disyuntiva de cambiar o permanecer. Pero, si en lugar de permitir que el miedo nos paralice, nos arriesgamos a descubrir que mientras más inseguros nos sentimos se debe a que más listos estamos para cambiar, podremos confrontar con más facilidad el resto de cambios que nos esperan por vivir.
Por consiguiente, si el cambio toca a nuestra puerta no tengamos temor a abrirla, porque al hacerlo tan solo estamos aprendiendo a sobrevivir.