Si tú crees que el mayor abandono a un anciano es de tipo físico, tienes que leer este artículo

A veces las circunstancias nos lleva a hacer de lado a aquellos que nos dieron la vida. Aquí te comparto algunos consejos para incorporarlos de nuevo a la vida familiar.

Myrna del Carmen Flores

El señor Antonio giró la rueda de su silla para acercarse de nuevo a la ventana. A través de ella observó las plantas, vistas una y otra vez. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última ocasión en que se había acercado a la ventana? Volvió el rostro hacia el reloj de la pared. Tan sólo veinte minutos. Parecía como si hubieran transcurrido horas, no minutos. Cuando se es niño los minutos nos parecen tan largos; las fechas suelen retrasarse más de lo deseado. Luego, cuando los años pasan, las horas dan la sensación de acortarse; el tiempo pasa ante nuestros ojos, insensible a nuestras pretensiones y presiones diarias. Al final llega la vejez con todos sus retos y las horas vuelven a tomar la parsimonia de la niñez.

Habían pasado más de tres meses desde que se fracturara la pierna en una caída. A los días en el hospital continuaron otros tantos de reposo total, en la cama. A la sazón, por lo menos podía permanecer sentado en una silla de ruedas, en apariencia observando el jardín. No obstante, lo que en realidad deseaba ver y oír eran los pasos de alguno de sus hijos, acercándose. Tal vez ese día uno de ellos, o quizás sus nietos, llegarían para hacerle compañía.

Para él la vejez significaba soledad, depresión y, muchas veces, desamparo. No pudo evitar que sus ojos se humedecieran. Últimamente el llanto brotaba con tanta facilidad. Atrás había quedado la dureza que le otorgaba el vigor de la juventud. Estaba seguro de que había cometido muchos errores con sus hijos. Pero en cada acierto y en cada error siempre había estado entretejido su amor por ellos.

Eran ahora hombres y mujeres realizados. Cada uno había dejado el hogar para empezar su vida, o para seguirla. Buena o mala, tenían la vida que ellos eligieron. Después llegaron los nietos, algunos, al igual que sus padres, habían formado ya una nueva familia. Todos han crecido, se dijo. Luego recordó las palabras que alguna vez le escuchara decir a alguien: “Un hijo realmente crece cuando ha aprendido a amar”. Y no pudo evitar preguntarse si sus hijos habían aprendido a amar de verdad. ¿Y sus nietos? ¿Permanecerían cerca de sus padres, o la cotidianidad los alejaría de ellos también?

La vida del señor Antonio no es peculiar; de hecho, si se mira bien, es demasiado común. ¿Cuántos de nosotros hemos abandonado a nuestros mayores, física o emocionalmente? Tal vez la misma vida nos obliga a alejarnos; o lo habitual se vuelve tan importante ante nuestros ojos que dejamos para después hacerles una visita o una llamada telefónica. Luego ellos se van y quisiéramos regresar el tiempo para tenerlos cerca una vez más. Pero es tarde ya, y el tiempo, como todos sabemos, nunca regresa.

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Lo que hagamos o no hagamos por ellos permanece en el tiempo como un recuerdo amargo de arrepentimiento o como un recuerdo triste por haberlos perdido; o, tal vez, de satisfacción, al haber estado unidos a ellos hasta el final. Justo como ellos lo estuvieron cuando éramos unos seres desvalidos, que necesitábamos su ayuda.

Los extremos de la vida son así. Al nacer dependemos totalmente de alguien para satisfacer, no solo las necesidades primarias, sino también las afectivas. De igual forma al final, te transformas en un ser desvalido que necesita de ayuda física y espiritual. Atrás quedan los días de fuerza, tal vez incluso de dureza. Los errores cometidos deben quedar en el pasado. Debemos aprender a agradecer todo lo que nos dieron y a perdonar los errores que, como seres humanos imperfectos que somos todos, pudieron haber cometido.

Existen algunas formas de hacer sentir a nuestros mayores integrados a nuestra vida. Algunas ideas podrían ser:

  • Plantar un árbol juntos, explicándoles que es el símbolo de los muchos frutos que se reflejarán en las futuras generaciones.

  • Regalarles un buen libro; el cual podrían leer juntos.

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  • Escuchar cada una de sus historias, sin importar que nos las hayan contado muchas otras veces. Tal vez regalarles un cuaderno muy especial para que escriban cada una de esos recuerdos que tanto gustan de narrar. O tal vez los puedas escribir tú y guardar como historia y tesoro familiar.

  • Pedirles un consejo que los haga sentir útiles.

Conocer sus gustos puede ayudarnos a encontrar más ideas para integrarlos a nuestras vidas. Si tienes la fortuna de tener a tus padres aún, ¿qué te detiene? Hoy es el día. Búscalos. Hoy es el momento: tal vez hacerles una visita, o una llamada para decirles un “te quiero” o darles un sincero “gracias, por haberme dado la vida”.

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Myrna del Carmen Flores

Myrna del Carmen Flores es maestra de inglés y madre de dos jóvenes. Puedes contactarla en