Síndrome del niño emperador y las consecuencias en su futuro
Niños que quieren que se haga siempre su voluntad. ¿Tienes un pequeño emperador en tu hogar?
Emma E. Sánchez
Hace unos días dos estudiantes de Pedagogía vinieron a mi oficina para entrevistarse sobre mi experiencia profesional como Pedagoga. Las jóvenes estudiantes se sentían muy sorprendidas al imaginar que una persona puede trabajar durante 30 años y llegar a recibir a los hijos de sus alumnos en la misma aula donde un día estuvieron sus padres de pequeños.
Una de estas futuras profesionales me pregunto: “En todos sus años de carrera ¿Cuál es el cambio más drástico que usted ha visto?” El rostro de estas señoritas cambió su expresión cuando yo mencioné que el gran cambio dentro de las aulas no era el tema relacionado a las tecnologías que tanto revuelo han causado, sino al cambio que padres e hijos están experimentando en cuanto a la figura de autoridad dentro del hogar.
Las estudiantes no entendían de qué estaba yo hablándoles, y ésto es lo que quería yo explicarles:
Los padres que el día de hoy tienen hijos menores de 15 años son la primera generación de padres que le tuvieron miedo a sus padres, y ahora miedo a sus hijos.
Por lo tanto han criado niños demasiado empoderados, agresivos, poco empáticos, egoístas y hasta golpeadores con sus padres cuando no consiguen lo que buscan.
¿Cómo ocurre todo esto?
Algunos psicólogos explican este nuevo síndrome como el resultado de:
-Hijos que fueron criados con dureza, reglas y normas en el hogar, y padres autoritarios que al convertirse en padres decidieron que sus hijos vivieran en un hogar más tranquilo y relajado que el que ellos tuvieron.
-Adultos que por culpa no han sabido establecer y mantener límites
-Madres y padres que erróneamente han querido convertirse en amigos de sus hijos haciendo de lado el rol de padre que por supuesto, implica “batallar con los hijos”
-Padres ausentes en el hogar
Y ¿le puede pasar a todos los niños?
No, la verdad es que este síndrome se presenta con más frecuencia en chicos con alguna o varias de las siguientes características:
-Hijos únicos, especialmente si son varones
-Niños que han vivido experiencias difíciles o traumáticas tales como enfermedades, accidentes o abandono.
-Hijos cuyos padres les consienten todo, les compensan carencias emocionales como el pasar poco tiempo en casa o un divorcio, dándoles juguetes o regalos caros u ostentosos.
Aprender a decir NO
Hay una frase muy conocida en el ámbito educativo que dice. “Pequeñas dosis de frustración ayudan a formar el carácter”. Un niño a quien todo se le da a la primera y por anticipado, jamás podrá forjar el propio y entenderá que el mundo entero está atento para servirle en cuanto él truene los dedos.
Estos chicos sufren mucho cuando salen al mundo y se topan con la realidad de no ser la prioridad de nadie y tener que sufrir pues nunca fueron entrenados en el esfuerzo y sacrificio.
Establecer límites claros
Un querido amigo con más de 80 años de edad fue hijo único y el recuerda que su madre constantemente le decía “por ser único debo educarte como si fueras cualquiera”, así que este buen hombre fue criado con reglas y normas claras en su hogar que le incluían trabajos en casa, en la pequeña granja de sus padres, y tuvo que pagar por sus propios estudios universitarios.
Los limites que se establecen en la infancia y son consistentes al paso del tiempo, formarán a un niño seguro pues con claridad sabrá lo que se espera de él y la manera de poder logarlo.
Evitar la permisividad
Poner una regla o una norma para violarla, hace tanto o más daño que no ponerla. Si hay una regla en el hogar se deberá observar que no sea pasada por alto a la menor provocación.
Un padre que hoy permite una falta de respeto mañana deberá enfrentar las consecuencias de faltas mayores.
No permitir la violencia o cualquier falta de respeto en la familia
Ni vivirla o ejercerla en el hogar, entre familia o hacia las mascotas. Si los padres no ejercen violencia o falta de respeto, será intolerable e inaceptable que los hijos lo hagan.
Y de ocurrir, poner las consecuencias necesarias para que el niño pueda tener muy claro que es inadmisible esa conducta en el hogar o con cualquier persona.
Practicar el esfuerzo, el cumplimiento de metas y el esfuerzo
Los niños deben aprender a ahorrar, a ponerse una meta y lograrla, y no a recibir todo de manera fácil tan pronto abren la boca.
Los niños que experimentan el éxito de proponerse algo y lograr concluirlo, son chicos que se convierten en personas más fuertes emocionalmente y que son capaces de enfrentar con mayor entereza los momentos difíciles a lo largo de su vida, y salir adelante.
Servir a otros
Esta es la gran cura al egoísmo y de volvernos un poco más empáticos ante las necesidades de los demás.
Buscar sacrificar algo por el bien de otros ubicará al niño en su realidad y podrá reconocer lo que tiene y lo que carece.
El servicio a los demás nos da el don de ser compartidos y considerados con quien menos tienen, reduce nuestro orgullo y nos vuelve más sensibles y agradecidos.
Evitar las descalificaciones
Decirle a un niño “eres un egoísta” o “eres un grosero” no ayuda a resolver el problema; solo vuelve al niño más vulnerable y daña su autoestima provocando que reaccione confirmando que es un grosero ofendiendo a otros.
El quitar a un niño el poder que erróneamente se le ha dado, es un proceso gradual que requiere primeramente del cambio de actitud de los padres, el establecimiento de límites, y la oportunidad de tener más actividades donde el niño pueda fortalecer sus habilidades sociales y emocionales.