Soy mamá, necesito dormir. Pero antes debo hacer esto
¡Todos dormidos! Ahora, haré lo que estuve esperando todo el día hacer.
Fernanda Gonzalez Casafús
Sí, debería estar durmiendo. Han pasado ya treinta minutos en que la casa está en silencio. Y yo, sigo despierta. “¿No dijiste que querías ir a la cama?”, me dice mi esposo, mientras se apresta a dormir. Y sí, quería estar en la cama, pero mis ojos están más abiertos que nunca.
No puedo dormir. Y no porque esté insomne en realidad, sino porque la emoción me embarga. Voy a leer la novela que me espera pacientemente tras largos días. El día fue agotador, mi cuerpo lo sabe. Pero mi mente necesita descansar.
Se supone que debería dormir 8 horas diarias. Se supone también que debería aprovechar para dormir ahora que ya todos duermen. Pero ¿cuándo se supone que tenga un momento de placentera lectura? No lo dice en ningún manual. Pues entonces aquí estoy.
La razón por la que aún no puedo dormir es porque la noche es mi momento. El silencio es esa compañía que necesito para bajar el ritmo y apreciar aquellas cosas cotidianas que el ajetreo no me deja distinguir.
Necesito dormir, pero…
Hace poco escribí un artículo acerca del cansancio de las madres. En él contaba acerca del estudio que asegura que ser madre equivale a tener dos trabajos y medio al día. Suena agotador, y realmente lo es, a pesar de que es una tarea que no cambiaría por nada en el mundo.
Las madres también necesitamos esa inyección de vitalidad que nos hace tener más ganas y energías para hacer cosas, y para estar dispuestas a cuidar de nuestra familia. Y eso a veces llega a la noche, cuando ya todos duermen y tú tienes tiempo de darte una ducha sin que nadie toque a tu puerta o puedes tomar el té calentito (y eso ya es mucho).
Necesito dormir, pero también necesito disfrutar de mí. Darme mimos, y ver la cara de mis dos angelitos durmiendo para hinchar mi pecho de orgullo, y volver a empezar.
Todas sabemos que necesitamos dormir. Desparramarnos en la cama es algo que anhelamos casi desde que nos levantamos. Y, sin embargo, seguimos postergando el descanso en pos de unos minutos de paz.
Esto es lo que hago…
Muchas noches, cuando todos duermen, aprovecho a quedarme con mi mente en blanco, tratando de acomodar ideas y cerrando los ojos al sentir mi corazón cómo va calmando su prisa. Y entonces…
Tomo un baño, como corolario de un día intenso.
Leo eso que vengo postergando.
Miro al espejo mis espinillas (Uf,¿cuánto hace que no hago una limpieza de cutis?).
Me empapo de las novedades en las redes sociales.
Me preparo un té, apago las luces y me siento a escribir.
Hago zapping en la tv, aunque nunca deje algún programa en particular.
Me quito el esmalte de las uñas.
Me perdono por los errores del día, y le pido perdón a mi familia en silencio.
Agradezco infinitamente la maravillosa familia que Dios me dio.
La lista varía según el día, según mis ganas y según mi cansancio. Pero cada momento de “sano egoísmo” me permite ver con más claridad lo afortunada que soy al ser una madre ocupada y dedicada a mis hijos.
El silencio de la noche grita ¡ey, lo hiciste bien! y Entonces, mientras me calzo las pantuflas, mientras el agua para el té se calienta, mientras me acomodo en el sillón para leer, puedo decir que merezco esos momentos, y todas las madres los merecemos, porque el tiempo de amor propio, se traduce en amor hacia los miembros de la familia. Si te sientes bien, estarás bien para los demás.
Agradece día a día la inmensa bendición de ser madre. Si has hecho mucho durante las últimas horas, y te sientes cansada, es porque has dado lo mejor de ti. Y aunque te caigas de cansancio, es natural que desees ese ratito para escuchar tus necesidades como persona, y como la mujer que siempre fuiste.
Ve a dormir cuando lo necesites. Pero escucha la exigencia de tu ser, y date ese respiro por las noches, antes de cerrar los ojos, y volver a comenzar al día siguiente con la maravillosa tarea de ser mamá.