Todo lo que se hace por los hijos no se llama sacrificio, se llama amor

Una vez que las madres vemos esto, podemos dejar de preocuparnos por llenar estándares con criterios ajenos y propios, y dedicarnos a amar.

Marilú Ochoa Méndez

Déjame que te cuente un secreto que recién descubrí.  Te lo confieso con pena y cierta tristeza, pues me hubiera gustado saberlo mucho antes, en concreto hace 14 años, que fui mamá por primera vez.

Hoy, con hijos de los 14 a los 8 meses de gestación, me alegro de al fin conocerlo, pero me apena no haber despertado antes.

Me enorgullezco de ver mamás que con su primer o segundo hijo lo han descubierto y lo hacen vida. Y como no quiero que te suceda a ti, quiero contarte todo sobre este secreto que he descubierto recientemente ¿Me acompañas?

Comenzaré por el principio, compartiéndote algo que no es novedad para quienes me conocen: toda la vida quise ser madre.  Jugaba con mis hermanas pequeñas a que las curaba, alimentaba y atendía; era amorosa y diligente en el cuidado de mis muñecas, y al casarme, uno de mis sueños, era ser mamá.  Sin embargo, me hizo falta tiempo para realizar una conexión valiosa que me permitiera despegar mis ojos de la cotidianidad, y fijarlos en la trascendencia.

Ser mamá es como hacer una gran fila para un show

De los escasos recuerdos que podemos tener cada quien sobre lo vivido con nuestras propias madres, guardamos expectativas e ideales sobre ser madre.  A esto, debemos agregar lo que vemos en cuentos infantiles, películas, programas de televisión, personas cercanas o amigas. 

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Desde las típicas escenas del parto en que se escuchan los gritos de las mujeres por todo lo largo y ancho del vecindario, hasta los comerciales que muestran los niños guapos, arreglados, con ropa fina, siempre limpia y de la mano de una madre amorosa, con peinado impecable y uñas perfectas, creo firmemente que todas llegamos a la maternidad llenas de expectativas e ilusiones.

Esperamos ilusionadas el “show” de la maternidad de acuerdo a lo que imaginamos, y para ello, estamos dispuestas a “hacer fila”.  Con esto quiero decir que avanzamos a través de los obstáculos, los recorremos uno tras otro, pues tenemos fija la mente en la añorada meta: ese “hijo perfecto”, o esa vivencia perfecta de la maternidad.

A veces la realidad defrauda esas expectativas

El bebé tierno que huele a colonia es en efecto pura ternura, pero también un pequeño lloroncito difícil de calmar.  Cuando le has cantado, lo has mecido, lo has alimentado y limpiado, y aún así se revuelve inquieto, sientes cómo su llanto taladra tu mente y tu corazón, para decirte que no eres la mamá de revista que te habías planteado ser.

Y aprendemos a agradecer que se rompa el modelo que habíamos generado…

Aquí está la maravilla. En este punto de quiebre es donde está la magia transformadora de la maternidad: es esa potencia que sale del fondo de nuestro corazón para transformarnos por completo y hacernos más fuertes, más resistentes, más valientes, más sensibles y llenarnos de amor y de sentido.

Una vez roto el molde de nuestras expectativas, podemos mirarnos a nosotras mismas con más claridad, probadas más allá de nuestros límites, haciendo rendir el tiempo, el espacio y nuestras habilidades, vemos con serenidad que también nosotras estamos rotas.

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El glamour de los tacones altos, el cabello siempre planchado y la eficiencia, deja paso al caos, a la leche derramada, a la imposibilidad de calmar un llanto, y a la aceptación de la parte más hermosa de nuestra labor: el amor.

El amor surge como la fuerza que todo lo puede

Este es el recurso que todas las madres compartimos, y que nos llena de poder.  La experiencia nos ha enseñado que puedes no entender a ese pequeñito ser que lloraba desconsolado, pero que si lo abrazas amorosamente, terminará por calmarse.  

El dulce angelito que a los dos años se convierte en un pequeño e inquieto dinosaurio capaz de destruir lo que tenga enfrente en un berrinche avasallador, no escuchará tus palabras, pero recibirá la contención de tu abrazo y llegará a un estado de paz poco a poco.

El adolescente te hará caras de desagrado, azotará la puerta, alzará los ojos al cielo con irritación, y se apenará por tus actos, pensamientos e ideas, pero poco a poco, con tu amor, descubrirá el tesoro de una madre amorosa y preocupada.

Entender esto nos da paz, rechazarlo nos hace mártires

Una vez que las madres vemos esto, podemos dejar de preocuparnos por llenar estándares con criterios ajenos y propios, y dedicarnos a amar.

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Entender esto es la clave de una maternidad satisfactoria y feliz.  La madre entiende que su papel es único, y que no debe estudiar más, ni asistir al curso aquel, sino estar presta para dar su cariño, ternura, contención, perdón, apoyo y compañía siempre que se requiera.

Sin embargo, hay madres que al enfrentar el fracaso o la dificultad de criar a los hijos, se siguen sintiendo en la fila de un gran show. Recuerdan con recelo el esfuerzo que han superado día con día, esperando que llegue el regalo prometido: el hijo o la maternidad de sus sueños. 

Cuando esto ocurre y la madre no da el salto para comprender que lo valioso no es cumplir con el sueño de su mente, sino abrazar al hijo de su corazón, que Dios y la vida han colocado como su maestro, puede experimentar la maternidad como un sacrificio asfixiante.

Si es tu caso, detente conmigo.  La maternidad no debe hacernos sufrir.  Es un camino difícil, pero se supera con esperanza y amor.  Lo que hacemos por nuestros hijos no se llama sacrificio, se llama amor.

Gritemos a cada mamá este bello secreto, para que las que no lo han descubierto disfruten del crecimiento que se genera al desdoblar nuestro corazón en una gran sábana cálida que crece mas mientras mas amor regala, que deja de contabilizar, y se abre a una entrega generosa y cálida que llena el corazón.

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Marilú Ochoa Méndez

Enamorada de la familia como espacio de crecimiento humano, maestra apasionada, orgullosa esposa, y madre de siete niños que alegran sus días. Ama leer, la buena música, y escribir, para compartir sus luchas y aprendizajes y crecer contigo.