Una oración para tus momentos difíciles de madre
Cuando te desmorones y no sepas qué hacer, invita a Jesús a tu caos. Él le dará orden y resolución a lo que tanto te inquieta.
Marilú Ochoa Méndez
Ayer, mientras cenábamos, mi hija de 13 años me decía que no le gustaría ser adulta. Para ella, eso de tener que estar al pendiente del día en que es preciso pagar la luz y el teléfono, saber qué medicina le toca a cada hijo y a qué hora, y levantarse temprano para hacer el desayuno son obligaciones que espera que le sean muy lejanas.
He de confesarte que su reflexión me dio risa, y la animé a disfrutar su vida de niña, pero al mismo tiempo, me puse a pensar en mi día a día de adulta y madre de seis, casi siete niños ¡Las madres hacemos muchísimo! Y a veces, hacemos tanto, que se nos olvida ser.
Somos capaces pero no incansables
De la mano de esta reflexión que te comparto, al día siguiente me asaltaron mis límites: amanecí con un dolor de espalda que me atormentó todo el día, mis hijos decidieron que ese día no querían escuchar mis indicaciones, y se la pasaron toda la comida entre bromas y pleitos muy irritantes; además, mientras me sentaba un rato a escribir, dejé dormir a mi chaparro de dos años mucho mas de lo necesario, así que apenas a las 11:00 de la noche, lo pude dormir… ¡uf!, ¡un día de locos!
Obviamente, ese día no fui la madre amorosa que deseo, sino que tuve caras largas, me quejé mas de lo acostumbrado, regañé a mi pequeño de 7 años que tanto necesita ahora mi apoyo y aprobación, y la pasé mal. En la noche, cuando al fin tuve un momento de paz, me desmoroné.
Por mi cabeza no había espacio mas que para mis preocupaciones: mi hijo que se siente solo, el que se siente incapaz, el que no halla su lugar aún entre los hermanos, la que me pide atención con su irritabilidad y caras largas… y si a eso le sumas un parto inminente y otros problemas en casa, podrías imaginarte la pesadez de mi ánimo.
Es preciso dejar salir la presión
En este momento, las lágrimas hicieron mucho por mí. En la maternidad, me hace sentir poderosa notar el desarrollo de habilidades que los años y experiencia me han regalado: agilidad, paciencia, serenidad, mediación, entre otras habilidades… pero me daña asumir que debo poder con todo.
¿Te ha ocurrido a ti algo similar?
Recuerdo que luego de mi boda, una amiga me dio una hermosa bienvenida. Me dijo: “bienvenida al mundo adulto, espacio de responsabilidad que no nos hace para nada perfectos”. Luego charló conmigo sobre el riesgo de dejarme llevar por modelos prefabricados, que solo me frustrarían, me invitó a abrazar mi imperfección y a siempre esforzarme, pero confiando en Dios y los míos cuando me desmoronara.
Afortunadamente, en esa noche triste, recordé sus palabras, y decidí orar.
Una oración para los malos días
Quiero compartirte el bello texto de Marisa Boonstra que hallé aquel día, que llenó mi corazón de ánimo y consuelo:
“La belleza de no saber lo que estás haciendo, y saber que no estás lo suficiente calificada para cierta tarea, es lo que te empuja a mantenerte conectada a Dios, quien sí sabe y está perfectamente calificado.
Yo nunca tendré el suficiente tiempo, energía, paciencia y amor por mis hijos, esforzarme más no es la respuesta, entregarme a Dios, sí.
Como mamás, llega un punto en que queremos sacar la bandera de la paz, y ese es el momento justo para invitar a Jesús al caos y frustración de nuestro día a día”.
¡Está bien no poder con todo!
No creo que sea casualidad que me he sentido mucho más ligera estos días; creo que es porque recordé que no estoy obligada a poder con todo. Debo, eso sí, dar todo mi amor en cada momento, y lo mejor de mí con mis (muchas) limitaciones, pero ¡hasta ahí!
Afortunadamente, soy hija del Rey mas poderoso de este mundo, que además, ama a mis hijos aún mas que yo. Y -como dice el texto que cité arriba- Él sí está perfectamente calificado para lidiar con todo aquello que no alcanzo a abarcar.
En este mundo de multitasking y habilidades, no es fácil aceptar que no podemos, que no alcanzamos, que nos cansamos. Y es sumamente necesario, ¡es más!, es hasta educativo para nuestros hijos.
Reconocer frente a ellos que tenemos un mal día, que a veces no sabemos, no podemos o no queremos, los ayuda a mirar con naturalidad sus propios límites y sus imperfecciones. Y nos ayuda a educarlos conscientemente.
¿Pero, con orar es suficiente?
Sí y no. Orar es un gran consuelo, pues la fe nos dice que Dios todo lo puede, todo lo sabe, todo lo ve, y es puro amor. Además, “Dios Padre sabe exactamente lo que ustedes necesitan antes que se lo pidan” (Mt 6: 8) ¡Maravilloso!
Orar va quitando espinas del alma, pues confiamos que nuestras preocupaciones no podrían estar en un mejor lugar que en sus manos. Esto nos ayuda a hacer lo que sí podamos, amar a nuestros hijos desde lo que sí somos: compañeras de viaje, a veces alumnas de sus profundos corazones, y siempre guías diligentes para ayudarles a sacar lo mejor de sí mismos.
Pero orar no resuelve mágicamente nuestros problemas de madre. Es necesario también darnos espacio a nosotras mismas para serenarnos, volvernos a sentir fuertes, y retomar el rumbo.
Para esto, contamos con lecturas enriquecedoras, amigas, consejeras y con nosotras mismas, que podemos procurar realizar actividades reconfortantes y sanas que nos devuelvan la cordura.
Este equilibrio: el autocuidado y la oración, harán maravillas en tu vida de madre.
Si te encuentras pasando por un momento complicado, confía, siempre estamos bajo el cobijo de nuestro amoroso Creador, que nos ama con locura. Ten fe, saldrás adelante, y tu familia lo hará gracias a tu cariño y oración.