Cómo inculcar en los niños el amor a Dios
El amor a Dios se inculca mediante el ejemplo, en la medida en que los niños ven que Dios es parte importante en la vida de sus padres en el hogar, porque las acciones hablan tan fuerte, que nos impiden escuchar las palabras.
Juliana Echeverry
A veces creemos que es difícil enseñar a nuestros hijos el amor a Dios, pero en realidad no lo es tanto. En realidad, enseñar esto es tan difícil como enseñar cualquier tipo de valores, y su éxito consiste simplemente en experimentar y vivir lo que les enseñamos. Si no quieres que tu niño mienta, no mientas tampoco tú; si pretendes que te respete, respétalo también a él; si quieres que sea tolerante, sé tolerante con otros, y si quieres que ame a Dios, ámalo primero, y demuéstralo a través de tus acciones. Es decir, primero uno fortalece su espíritu, y entonces podrá guiar a sus hijos.
Maneras prácticas de inculcar en los niños el amor a Dios
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Mostrar reverencia y respeto ante un Ser Supremo, Quien nos ha creado y a Quien debemos honrar diariamente no solo de palabra, sino a través de nuestra conducta.
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Evidenciar amor y respeto hacia tu cónyuge. El amor que se profesan sus padres y la armonía en el hogar, son la mejor muestra del amor a Dios. Si el niño ve que sus padres se tratan con respeto, disfrutan de estar juntos y saben resolver sus diferencias sin perder el control, será muy fácil para él comprender en qué consiste el amor a Dios.
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Manifestar respeto y amor al prójimo. Quien ama al prójimo, sí puede decir que ama a Dios. Como leemos en la Primera epístola de Juan 4:20 Si alguno dice: Yo amo a Dios, pero aborrece a su hermano, es mentiroso. Porque el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?¿Entonces cómo mostramos el amor al prójimo? Es simple. Por la forma en que tratamos a otros, cuando no juzgamos ni criticamos, o cuando ayudamos incondicionalmente a quien lo necesita. Así les enseñamos el amor a Dios y el respeto a los demás.
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Orar todos los días con ellos antes de acostarlos, para que en un futuro puedan hacerlo solos. Recordemos que la oración no es la repetición de frases sin sentido, sino que es una conversación dinámica con Dios, en la cual agradecemos por los beneficios recibidos y pedimos por ciertas cosas que necesitamos o queremos. Por ejemplo decir: “Papá Dios, gracias por la vida de mi papito y mi mamita; gracias porque tengo una casa, cuando hay gente que no la tiene; gracias porque nada me duele; gracias por la comida”, etc. Se trata de hacer oraciones sencillas, cortas y con palabras simples que ellos puedan entender y basándose en su realidad y vivencias.
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Ir a la iglesia todos los domingos, porque es un mandato de Dios y como hijos le debemos obediencia. Esto les enseña, además, que nos sometemos a la autoridad de Dios y que respetamos Su voluntad.
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Hacer una pequeña oración siempre antes de comer, agradeciendo a Dios por los alimentos y bendiciéndolos en el nombre de Jesús.
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Leer las Escrituras con ellos —ojalá diariamente— desde pequeños. Como la Biblia es un libro pesado y difícil de entender, podemos buscar Biblias para niños, las cuales se encuentran fácilmente en el mercado, con ilustraciones de colores y en las que narran las historias de una manera corta y simple, para hacer de su lectura, algo divertido y comprensible.
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__Hacer un altar familiar. Para los que no conocen, el altar familiar es como un devocional y consiste en una breve reunión dirigida por el padre de familia, en el cual se reúnen padres e hijos para compartir Su palabra y orar. Se comienza haciendo una corta oración pidiendo la dirección del Espíritu Santo, se lee la Palabra de Dios, se discute acerca de ella y se hacen las reflexiones pertinentes. A continuación se hacen las peticiones de oración de cada uno de los miembros de la familia y aun las conjuntas. Luego el padre ora por todas ellas y se acuerda que todos seguirán orando por éstas, hasta la siguiente reunión. Estas reuniones deben celebrarse al menos una vez por semana.
Así pues, la mejor manera de enseñar cualquier cosa a nuestros hijos es involucrándonos en el proceso, es decir, experimentándolo y transmitiéndolo. El amor a Dios no debe ser una excepción en nuestra vida cotidiana. Por el contrario, es en este punto de la educación de nuestros hijos, en el que nos debemos comprometer más que en cualquier otro. Nuestra firme convicción en las cosas de Dios debe ser nuestro mejor maestro.
No podemos pretender andar predicando algo que nuestros hijos no ven en nosotros, de tal manera que para poder tener éxito en la enseñanza del respeto y la honra a Dios, debemos nosotros en primera instancia, amar, honrar y respetar a Dios.