De dónde sacar ánimo cuando uno toca fondo

Tal vez sientas que el mundo se desmorona bajo tus pies, la tormenta no cesa y el arcoiris es un dibujo en la heladera, pero Dios está dispuesto a hablarte.

Marta Martínez Aguirre

Quedé hecha trizas, tragué saliva y me recargué a mitad de la cuadra, en un poste de luz. Me escaseaban las fuerzas para caminar hasta mi casa. Embutí en mi interior todas las groserías que me había dicho mi líder religioso y empaqué las que me hirieron lo suficiente como para salir adelante. Un buen hombre de Dios tiene que sostenerte, no tirarte en el foso de los leones y dejarte llorando para luego decirte: “Recuerde que si comenta algo de esto, iré por usted”. Eso era claramente una amenaza.

Toda mi estantería en los hombres de valor de Dios, había sido movida. Ahora estaban cayendo uno a uno de los estantes los rostros de aquellos que en muchas ocasiones me levantaron del suelo y me dignificaron. Pero éste, éste me había hundido y podía sentir la tierra entre mis dientes. No le importaron mis lágrimas, ni mis dificultades de salud, ni que las arterias de mi corazón estaban pidiendo a gritos un alto.

Un plato menos en la mesa, pensé. Mi terapeuta (los psicólogos también tenemos uno) me dijo que hiciera la denuncia que eso era claramente una situación de acoso. Sí, un plato menos en la mesa, seguí pensando. Alguien vendrá a buscarme en un par de días si ven que no voy. La presión estaba altísima en esos días, no era una huelga de fe, sino una situación de salud secundaria a la agresión. Nadie vino. Entonces, tomé mi Biblia, me senté bajo uno de los pinos y ahí fue cuando Hageo vino a visitarme. Se sentó a mi lado, hice pucheros, el nudo de la garganta se fue corriendo lentamente, y me quedé extasiada escuchando sus palabras. Eran perfectas para una mujer de fe, acosada y derribada.

Hageo y las dificultades en la vida

Cuando Israel regresó de Babilonia, el Templo estaba destruido. Hageo tuvo la responsabilidad de llevar esa empresa adelante, junto con los israelitas. Pero aunque todos contribuyeron con sus talentos y dones, el trabajo era lento, debido a las constantes frustraciones que debían enfrentar: los diseños estaban listos, las manos estaban dispuestas a golpear el cincel, pero los enemigos hacían de las suyas. Los israelitas tenían que dividirse: la obra precisaba muchos artesanos y profesionales de la construcción pero un cincuenta por ciento de los hombres preparados tenían que permutar el martillo por la espada. Se precisaban centinelas que custodiaran los materiales y el avance de la obra.

Cuando sentí aquellas palabras en labios de Hageo, mi alma abatida sintió que eran para ella y decidió dejar de llorar, haciendo una pausa. Fueron palabras frescas:

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“¡Ánimo, pueblo de esta tierra! –afirma el Señor- ¡Manos a la obra, que yo estoy con ustedes!” (Hageo 1:4).

En ese instante, mi salud frágil recuperó coraje. Palabras como “fosa posterior”, “neuralgias” y “arritmia” se deslizaron por el césped recién cortado. Creo que uno de mis gatos quedó atrapando la posibilidad de “esclerosis múltiple”. De modo que lo que hice fue aferrarme a los efectos de la confianza, ese no era un llamado a la inocencia, era un llamado a desafiar las palabras violentas y el destrato. Esas palabras eran una dosis de esperanza en tiempos de persecución: Dios me estaba mostrando que si avivaba mi miedo, mi esperanza iba a morir quemada en la fogata del temor.

Quizás tu batalla por la tenencia de los niños, la recesión en la oficina y las amenazas de tu ex, sean un dolor constante en el pecho, pero estas palabras también son para ti. Tal vez sientas que el mundo se desmorona bajo tus pies, la tormenta no cesa, y el arcoíris es un dibujo en la heladera. Hageo supo lidiar con todo esto porque se aferró a la voz de Dios. Su fe fue reforzada como un ladrillo en las paredes del Templo y quitó los ojos de las amenazas alrededor.

Yo no sé cuál es tu dinamita a punto de estallar, pero aférrate a estas palabras: “¡Ánimo! que Dios está contigo”. Yo lo hice y me siento liberada.

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Marta Martínez Aguirre

Marta Martínez es de Uruguay. Posee una licenciatura en Psicología, y un posgrado en Logoterapia. Ama todo lo que hace y adora servir. Es especialista en atención psicológica domiciliaria. Contacto: