La terrible historia de cómo me volví una esposa reclamona

Un día, así de de repente, me volví la esposa cliché: enojona, reclamona y tal vez un poquito amargada. ¿Te ha pasado?

Pilar Ochoa Mendez

No puedo decir que no me di cuenta, fue un proceso lento y gradual; aun no sé si es reversible. Un domingo cualquiera, mi esposo tuvo que trabajar. Yo sabía que su proyecto era importante, que trabajaba por el bien de la familia. Sabía que a él también le pesaba no poder pasar tiempo conmigo y con los niños. Pero me ganó y, antes de darme cuenta, estaba reclamándole.

¿Han oído el cliché de la esposa que “de todo se queja”? Aquella que pareciera está esperando ver qué nueva idea se le ocurre a su esposo, para criticarlo. La que responde con un suspiro de desdén o peor, con un gruñido al más puro estilo de Marge Simpson. Ese domingo, esa esposa reclamona era yo (sí, sé que la palabra “reclamona” no existe, pero también sé que me entiendes perfectamente cuando la uso, ¿verdad?).

¡Y me carcomía por dentro! Una esquinita de mi mente sabía bien que no estaba siendo justa. Una esquina escondida detrás de mi orgullo, y la suma de pequeños reclamos que hervían a punto de ser escupidos.

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Cómo no ser una esposa reclamona

Esto me ocurre con mucha más frecuencia de lo que quisiera admitir. Por eso, quiero compartirles algunos ejercicios que me ayudan a evitarlo. No siempre lo logro, pero no pienso rendirme intentándolo.

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1. Orar

Hacer una pequeña oración, concentrándome en ella. Pido por mi esposo, mis hijos, por mí, para ser paciente y comprensiva.

2. ¡Distracción!

Cambiar el tren de pensamiento para dejar de darle vueltas a tal o cual sentimiento negativo, evitando que se acumule hasta explotar.

3. Respirar, con todo mi cuerpo

Concentrarme en la respiración, involucrando a todo mi cuerpo en el inhalar y exhalar. Este es un gran ejercicio para recobrar la lucidez, siempre que nos abrumen emociones.

4. Llorar, ¡es casi mágico!

El enojo muchas veces esconde tristeza. En casos así, dejar fluir aunque sea tan solo una lágrima, es un desahogo insustituible.

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5. Reconocer y admitir la emoción

Escudriñar en mi interior, para saber si es enojo, frustración, soledad, angustia o tristeza. El primer paso para sanar las emociones es ponerles nombre, aceptando que existen y las sentimos. Solo así seremos libres de procesarlas sanamente.

6. Hacer ejercicio

En Internet encontrarás videos de padres que se ejercitan mientras juegan con sus hijos o hacen el aseo. El ejercicio libera endorfinas, unas de las llamadas “hormonas de la felicidad”.

Las quejas no solo debilitan la relación. Como lees en uno de los enlaces de arriba, es lo que más molesta a los esposos, lo que más lastima al matrimonio. Pero lo curioso es que no solo nos quejamos con las palabras: muchas veces podemos discutir —y dañar— en silencio, con nuestro lenguaje corporal al poner los ojos en blanco, cruzar los brazos, evitar la mirada, dar la espalda, o castigar con el silencio. Ten cuidado de no hacerlo: esos son pequeños actos que en su momento pueden parecer hasta satisfactorios, pero que a la larga pueden debilitar la salud de todo matrimonio.

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Pilar Ochoa Mendez

Pilar es pedagoga, está convencida de que su forma de cambiar al mundo es a través de la familia y la educación. Le encanta leer, mirar televisión y una buena discusión, incluso cuando no gana.