Los milagros ocurren. No importa qué, siempre habrá una mano que te ayude
La maravillosa historia de una dueña de restaurante, que se educó a sí misma para ver más allá de etiquetas como "vagabundo", "limosnero", o "mal viviente", y ver a un ser humano necesitado, para satisfacer esas carencia
Oscar Pech
Las palabras, como las rocas, se erosionan. Cambian en su significado con el paso de los siglos. La etimología no nos dice lo que significa una palabra, sino lo que significó, o lo que debería significar. Pongamos por ejemplo la palabra “generosidad”. “Generoso” viene de “gen”, y por lo mismo tiene dos significados. Significa: “El que viene de buena familia”, pero también: “El que es fructífero, el que genera, el que es fecundo.” Ahora, en nuestros días, generoso significa ser liberal, significa dar gustosamente, y si uno lo piensa bien, los tres significados pueden muy bien entrelazarse y darle un sentido más profundo a esta palabra: la persona generosa no solo es desprendida: es honorable y, por ser generosa, su negocio se vuelve fructífero.
Un ejemplo perfecto es este caso: Ashley Jiron de Warr Acres, Oklahoma, EUA. El 12 de abril de 2015 ella salió a tirar la basura al contenedor y se dio cuenta de que las bolsas de plástico estaban abiertas: alguien había estado buscando comida entre los desechos del restaurant. Entonces ella, conmovida y como dueña del restaurant, puso una simple nota en la puerta de su negocio: “A la persona que está hurgando en nuestra basura, por favor entre por un sándwich”. Tan hondo como alguien puede caer, al buscar comida entre la basura, ella se eleva por encima de muchos dueños de negocios y alcanza este alto título de generosa en el más alto sentido de la palabra. Es decir, es desprendida, es fructífera, es de buena familia: nos demuestra que todavía, en el Siglo XXI, los milagros existen.
En el pueblito en donde yo crecí, a los esposos que eran tacaños con su familia, mezquinos con sus esposas, cuidando cada centavo del gasto, se les decía en tono despectivo: “Cuenta chiles”. Ser un “cuenta chiles” es ser muy pobre, por rico que seas. Es vivir en la pobreza extrema, por abundancia que haya en el banco. Es pensar que por encima de las personas, están las cosas. Dijo Jorge Luis Borges, en su “Utopía de un hombre que está cansado”: “En el ayer que me tocó… eran frecuentes los robos, aunque nadie ignoraba que la posesión de dinero no da mayor felicidad ni mayor quietud.” Y acaso por ello vale la pena ser generoso y hospitalario. Como dice en Hebreos 13:2: “No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ésta algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles.”
La historia no termina allí: Con ese anuncio, cientos de pordioseros llegaron a pedir comida a ese humilde y sencillo restaurant. Y uno pensaría que eso mermaría las ganancias de la señora Jiron, pero no: ese continuo gesto de bondad trajo a más clientes. ¿Por qué? Porque la generosidad, como su nombre lo indica, genera, fructifica.
Acaso eso pasa con Ashley Jiron: sin saberlo alimenta ángeles, y no porque vengan ángeles a su restaurante, sino porque trata a todos los pordioseros como si lo fueran. Lo curioso es que cuando la entrevistaron para el noticiario de la televisión y el reportero, incrédulo ante su bondad, le preguntó: “¿Pero por qué haces eso?” La respuesta de ella fue muy sencilla: “No estoy haciendo nada extraordinario. Solo hago lo que mis padres me enseñaron que hiciera”. Esa respuesta me deja a mí, como padre de familia, pensando en cuanto a qué estoy enseñando a mis hijos. Pero, por lo pronto, permíteme preguntarte. Y tú: ¿deseas educar a tus hijos para que tengan la bondad suficiente como para hospedar y alimentar ángeles?
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