¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora? ¿Por qué de esta manera?
A todos nos ha pasado que de repente el mundo parece acabarse. Si quieres encontrar un sentido a tu experiencia, este artículo es para ti.
Oscar Pech
A todos nos ha pasado que —de repente, sin imaginarlo— sufrimos una pérdida irreparable. Puede ser un la pérdida del empleo, el diagnóstico de una enfermedad terminal, la muerte de un ser querido, el descubrimiento de una infidelidad, o un divorcio. Es simplemente descubrir que la vida a veces se parece demasiado a una persona mala a la que le gusta golpear, y sabe hacerlo donde más nos duele.
Cuando acontece una pérdida así, ese hecho y toda nuestra existencia de repente pueden perder su sentido. Como dijo Eduardo Lizalde, parafraseando a Shakespeare: “La luz no muere sola: arrastra en su desastre todo lo que ilumina. Así el amor.” Todo lo que le daba estabilidad a nuestra existencia desaparece, y las cosas y relaciones parecen perder su sentido y su proporción.
Es entonces cuando uno podría buscar ayuda en la tanatología. Salvo que es un poco cuando uno busca un doctor, un mecánico, un plomero o un abogado: hay muchos que te van a hacer un buen trabajo, pero también hay otros tantos charlatanes mal hechos que te van a dejar las cosas peor que como estaban.
Uno de los grandes aportes de la doctora Elizabeth Kübler-Ross (en su libro Sobre la muerte y los moribundos), es que nos ayudó a entender qué es el duelo y sus etapas. Es bueno entender estos conceptos, porque nos ayudan a encontrar un sentido en esa desolación que siempre deja una pérdida:
1. Negación
Uno no quiere aceptar el hecho y, como malamente se cuenta que hacen los avestruces, uno trata de ocultar el hecho, negándose a verlo.
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2. Enfado, Indiferencia, o Ira
El momento en que, como dice el dicho, “Uno no busca a quién nos la hizo, sino quién lo pague”. Es la etapa en que la frustración nos deja el dolor en carne viva, y uno culpa a Dios, a la vida, a alguien en particular por lo que estamos padeciendo injustamente.
3. Negociación
En esta nueva fase, uno trata de encontrar el sentido, ya a nuestra vida, o a la vida, o a la pérdida en sí misma. Uno alcanza a entender que hay pros y contras; que existen soluciones.
4. Dolor Emocional
Esta es la etapa de “vivir el duelo”. Entiendo que es riesgosa, porque uno puede muy bien quedarse estancado en la depresión. Uno le toma el gusto al dolor, y puede sentir placer en la autocompasión.
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5. Aceptación
Su nombre lo indica: uno entiende y acepta que la pérdida es inevitable, que la vida sigue. Uno comprende que fue justo o injusto; que fue para bien o para mal, pero que sucedió en el pasado, y que el pasado está allí, en el pasado y que, aunque a veces la sombra de los hechos nubla la luz del presente, de cualquier forma la vida continúa.
Por supuesto, estas etapas tienden a darle de nuevo un sentido a nuestra vida. Pero hay hechos que nos dan muy cerca del centro mismo de nuestra existencia, y entonces necesitamos de verdad mucha ayuda, necesitamos algo que nos sirve de apoyo o que nos dé estructura a nuestra existencia. Allí es donde yo creo que necesitamos de la religión.
Cierto, cuando viene la adversidad y uno vive una vida religiosa, cuando uno ha sido un buen padre, un buen esposo y vecino, uno piensa que sería natural que las cosas salieran bien. Pero la verdad es que esta vida no es una cuestión de causa – efecto. Si a todos los que hacen lo bueno les fuera bien, y todos los malos recibieran un castigo ejemplar, ¿habría quien no hiciera lo bueno?
Si entiendo bien la vida, creo que casi siempre uno debe pagar el precio por hacer lo bueno y, aunque hay un Dios, que es nuestro Padre, que nos ama, que quiere lo mejor para nosotros, Él sabe que solo puedes crecer y desarrollarte en medio de la adversidad. Y si me preguntas: “¿Pero por qué yo?” “¿Por qué ahora?” Te diré que casi siempre es porque Dios te está llevando a un nivel más alto. Te está poniendo en situaciones en las que tendrás que ser mucho más valiente, o más generosa, de lo que jamás pensaste que podrías ser. Aquí creo que vale la pena citar una parábola de George MacDonald, citada por C. S. Lewis en Mero cristianismo:
“Imaginaos a vosotros mismos como una casa viva. Dios entra para reconstruir esa casa. Al principio es posible que comprendáis lo que está haciendo. Está arreglando los desagües, las goteras del techo, etcétera: vosotros sabíais que esos trabajos necesitaban hacerse y por lo tanto no os sentís sorprendidos. Pero al cabo de un tiempo Él empieza a tirar abajo las paredes de un modo que duele abominablemente y que parece no tener sentido. ¿Qué rayos se trae entre manos? La explicación es que Dios está construyendo una casa muy diferente de aquella que vosotros pensabais —poniendo un ala nueva aquí, un nuevo suelo allí, erigiendo torres, trazando jardines—. Vosotros pensasteis que os iban a convertir en un pequeño chalet sin grandes pretensiones: pero Él está construyendo un palacio. Y tiene pensado venirse a vivir en él.”
Mis palabras para ti son estas, finalmente: Dios vive. Hay un plan. Hay un sentido en tu existencia. Hay un propósito en las cosas que te pasan. Confía en Él. Ven a Cristo en tus grandes pérdidas, y Él le dará sentido a todos tus dolores. En el Getsemaní él no solo sufrió tus pecados, sino tus penas, tus enfermedades, tus tristezas, para que según la carne, Él pudiera comprenderte, y supiera cómo socorrerte. Ven a Cristo, y Él sanará todas tus heridas y le dará sentido a tu vida.