Sé el mejor padre imperfecto del mundo
Hay padres desobligados, golpeadores, indolentes. No hablemos de ellos. Esto es para ti, que quieres de verdad ser un buen padre.
Oscar Pech
Yo no sé si tú viste la película de Los Picapiedra (1994). Si no la viste, no te preocupes: no te perdiste de gran cosa. Yo la recuerdo por una escena en que Pablo Mármol lo pierde todo por su amigo, termina sentado en un chiquero de cerdos prehistóricos y, cuando se ve a sí mismo en medio del fango maloliente, es decir, cuando ha tocado fondo, se dice a sí mismo (con algo que está a mitad del camino entre la resignación, la frustración, el rencor): “Me he convertido en mi padre”.
El temor de convertirte en tu padre
La idea no es gratuita: todos los hombres queremos ser nuestro padre en su mejor faceta, y todos anhelamos nunca llegar a ser como nuestro padre en su lado más oscuro o pobre. No es fortuito que en los mitos griegos usualmente el hijo, para ser hombre, tenga que matar a su padre: Edipo a Layo, Cronos a Caos, etc. Pero acaso donde mejor queda registrada la relación entre generaciones es en La Eneida, de Virgilio: allí el héroe, Eneas, huye del incendio de Troya arrastrando a su hijo de la mano y cargando en sus hombros a su padre. Todos somos Eneas: cargamos en nuestros hombros, nos guste o no, la herencia genética y cultural de nuestro padre. Y al mismo tiempo, llevamos de la mano, guiándole por nuestros pasos, a la siguiente generación, transmitiéndole todo lo que somos.
No sé si esto le pasa también a las mujeres, pero casi a todos los hombres nos ha pasado que nos quedamos congelados de terror, sin saber qué hacer a veces, por el temor de no estar siendo un buen padre, por el miedo a equivocarnos. Y lo malo es que los supuestos especialistas en educación, pediatras, consejeros, no se ponen de acuerdo: unos nos aconsejan que seamos más blanditos, mientras otros nos reclaman que seamos más duros en la educación. ¿Qué hacer?
Hijo, quiero ser mejor por ti
La respuesta me la dio, sin querer, una amiga. Ella me cuenta que cuando nació su primera niña, y el doctor se la entregó y la tuvo en sus brazos, ella le dijo a su bebé y a sí misma: “Tengo que ser mejor persona, y no por mí, sino por ti”. Imagino que estás de acuerdo: con la llegada de los hijos, se inicia una nueva etapa en la vida, y esa es la clave de cómo ser un buen padre, aunque uno no sea perfecto. Es algo que he aprendido de la vida, y que yo le llamo de la siguiente manera:
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La teoría del esfuerzo sincero
Te propongo que hagamos un pequeño ejercicio tú y yo, querido lector. Si amas a tus padres, asiente ligeramente con la cabeza. Si crees que tus padres se esforzaban por ser buenos padres, con sus pocas o muchas luces, vuelve a asentir. Ahora, si sientes que tienes cosas que simplemente no has podido perdonar a tu mamá o a tu papá, asiente y sonríe. Y te apuesto un buen desayuno en un restaurante a que, sí, estás sonriendo ahorita, ¿verdad? Y eso es lo que nos paraliza a los hombres: que sabemos que queremos ser buenos padres, y tenemos miedo de cometer errores como los de nuestros padres.
Aprender a pedir perdón a tus hijos
Ahora, ¿cómo evitar dichos errores? Simplemente haciendo esto: la vida me ha enseñado que si haces tu mejor esfuerzo por ser un buen padre, aunque te equivoques muchas veces, si de verdad te esfuerzas con todas tus energías, pese a tus errores Dios te dará la sabiduría, o la fuerza, o la intuición, o la constancia, para que tus hijos sean buenos hijos, felices, sanos, de bien. Esa es la idea de la gracia divina, si entiendo bien: que cuando has hecho todo lo que estaba de tu parte, entonces Él completará aquello que te faltó, aunque tengas que aprender a pedirle perdón a tus hijos.
No hace mucho un hombre, anegado en llanto, me hablaba de los golpes y violencia física y emocional a que lo sometió su padre. Y así, llorando, me decía que pese a ello siempre buscaba estar cerca de su padre, porque en medio de esos golpes él podía ver que su padre lo amaba, y que su amor, monstruoso y sin sentido, era genuino. Y cuando él mencionaba eso, yo pensaba en un buen padre de dos hijos, que nunca los ha golpeado, que los ha criado con disciplina pero sin castigo, y que sus hijos le reclaman que no fue el padre que ellos querían. No sé si estoy expresando las tres cosas que quiero decir:
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Todos los hijos se quejarán de sus padres .
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Casi todos los hijos guardarán un poco de amor por su padre, haya sido éste como haya sido.
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Todos los padres tenemos algo de qué pedir perdón a nuestros hijos.
Tener el valor de romper esquemas culturales
Estoy convencido de que para ser un buen padre no debes ser perfecto en todo. Sé que vas a cometer errores, pero lo bueno de eso es que vas a aprender y serás mejor. Sé que si haces las cosas lo mejor que puedas dentro de tu alcance, llenarás las necesidades de tu esposa e hijos. No, no puedes ser perfecto, pero sí puedes dar lo mejor que tienes.
Confía en ti mismo, suelta de la mano la frase: “Es que así me educaron a mí”, y ármate de una dosis extra de amor, paciencia, responsabilidad. Trata de dar el mejor ejemplo, de ser el padre que a ti te habría gustado tener. Pon límites y reglas en tu casa, gobierna con amor y entonces la siguiente generación de tu apellido no tendrá miedo, sino un enorme deseo de llegar a ser como tú. Y no porque tengas qué fingir que eres otra persona, sino porque en ese proceso de ser un buen padre, los hijos lo van puliendo a uno, ¿no lo crees?