Cuida a tus familiares depresivos: la adicción suele ir unida a la depresión
No se puede tener una sin la otra, entérate por qué.
Denhi Chaney
Aún me falta encontrar a una persona que sufra de alguna adicción sin ver síntomas de depresión, o incluso una depresión clínica. Parece que la adicción y la depresión se convierten en mejores amigos desde el momento en que la primera se convierte en la red de mentiras, y el control se pierde por completo (¿no es eso casi la definición de cualquier adicción, perder el control?). Estos mejores amigos se retroalimentan, fortaleciéndose de manera mutua y animándose a seguir instalados en la persona.
Quiero repetir la noción: que una persona tenga una adicción no indica que, necesariamente, tenga depresión clínica, sino que es una posibilidad. Sin embargo, toda persona adicta tiene síntomas depresivos. Es por esto que una persona adicta se vuelve tan voluble, impredecible y difícil de entender, pues una semana puede comportarse “normal” y la siguiente presentar todos los síntomas depresivos sin razón alguna, dejando a la familia confundida. A continuación, te presento las razones por las cuales uno no puede separar la adicción de la depresión.
1. La adrenalina es excesiva
Cualquier adicción busca la adrenalina, el problema es que se da en forma excesiva. Como quien dice, deja la máquina –el cerebro– totalmente fulminado, sin nada más que dar. Lo comparo a un auto que de tanto acelerar, y de forma tan brusca, ha acabado sin frenos y el motor solo suelta humo, de tanto exceso. La acción de experimentar esta adrenalina cambia al cerebro de forma definitiva (a menos que la persona tenga abstinencia total por un mínimo de un año) y este cambio no es normal. De esa forma, es natural que la persona cambie y actúe de forma distinta, en este caso, de forma depresiva.
2. Después de la tormenta, viene la “calma”
Después de la adrenalina que descompuso el motor, viene la calma con la forma de depresión. La subida de adrenalina fue tanta, que la bajada es igual de intensa y profunda: uno no pasa de irse “muy arriba” a sentirse normal, sino que se va de arriba a sentirse con depresión en la profundidad de un pozo. Anatómicamente, esto se debe a que el cerebro esta fundido, y no puede producir aquellas hormonas que nos ayudan a sentirnos satisfechos y felices. Sin ellas, no queda más que sentirse deprimido o sin sentir nada en lo absoluto, lo que eventualmente nos lleva a la adicción de nueva cuenta, con tal de sentir algo.
3. La cultura de “nunca es suficiente”
Entre los adictos se dice que siempre se busca “la sensación de aquella primera vez”, y es por eso que se buscan cosas más peligrosas, dosis más altas con tal de sentir lo mismo. Sin embargo, eso es imposible, lo que lleva a un sentimiento de frustración y a crear una cultura de “nada es suficiente”, de sentirse insatisfecho con todo lo que se tiene. Este mismo sentimiento también lleva a la persona a buscar más adrenalina, lo que conduce a más depresión y todo el círculo empieza de nuevo.
Como podemos ver, en verdad que la adicción y la depresión son mejores amigos, y se invitan el uno al otro a seguir viviendo dentro de la persona. Es por ello que, si tú sufres de esto o conoces alguien que padezca esta situación, no es suficiente lidiar con la depresión o, por el otro lado, solo luches por superar la adicción: se tiene que lidiar con ambas, con especial énfasis en la adicción. Y, aunque parezca imposible, las dos pueden desaparecer cuando uno se compromete a ya no darles más cabida en nuestra mente y en nuestra vida.