Cuando la tecnología te roba a tus hijos, ¿todo está perdido?
Mucho se ha hablado de que la tecnología desune a las familias. Seguro que esta experiencia te será de utilidad.
Alberto José López Báez
Todos quisiéramos estar más conectados y cerca de nuestros seres queridos. Desafortunadamente, los continuos cambios en nuestro ritmo de vida, los diversos escenarios en donde día a día debemos manejarnos, así como la desenfrenada y vertiginosa línea comunicacional de hoy día, nos lo impide.
La tecnología con frecuencia es más un enemigo que un aliado. Es por ello que precisamos controlarla y auditarla con disciplina. A veces, estando la familia reunida en casa alrededor de la mesa para compartir una sencilla cena, todos los presentes parecen islas: cada uno sumido en su propio mundo, sin la necesidad de compartirlo con nadie.
Cuando la tecnología te roba a tus hijos
La distancia no siempre debe ser medida en la distancia espacial que existe entre las personas, sino en el anhelo que tenemos de comunicarnos con ellos. Basta con dejar de comunicarse para saber y entender qué tan alejados nos encontramos los unos de los otros.
Te cuento esto debido a un caso particular que ha ocurrido con mi propia familia. Muchas veces, cuando cenábamos o simplemente nos reuníamos un rato para compartir, los más jóvenes de mi familia se encerraban en su propio mundo: su entorno se transformaba en una serie de bytes consumibles, solo para ellos mismos. Las personas mucho más mayores nunca entendían cómo podían convivir sanamente con ese tipo de joven, que no se abría o se comunicaba.
Esa situación debe ser muy común en la actualidad para muchos de ustedes, amigos lectores, y siempre se preguntarán cómo hacer para lidiar contra ese flagelo que amenaza la integridad y la unión de su familia. Pues, es sencillo. Tiempo al tiempo y, como dicen en mi hogar: “Todo río luego de crecer, volverá a su cauce”.
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Sin comunicación adecuada, los problemas crecen
Ahora bien, al pasar de los días y mientras esos jóvenes crecían y se hacían más independientes, los problemas fueron siendo mucho más grandes. Las continuas peleas y los continuos desacuerdos sobre lo que está bien o no, fueron creando barreras internas en el seno de nuestro hogar, creciendo como muros inquebrantables y sin modo alguno de atravesar.
Las conversaciones “sanas” poco a poco se fueron convirtiendo en un vaivén de reclamos, insultos y peleas; el cariño y el afecto le dio paso a la intriga y al miedo; el ser visitado por amigos y extraños se convirtió en algo imposible por todas las tensiones que se vivían en el hogar.
Luego inevitablemente llegaron las malas compañías, el alcohol y el uso de algún estupefaciente; siendo esto ya un problema mayor. Cuando me di cuenta, la tranquilidad, la armonía y la paz, se había alejado de mi hogar.
¿Qué hago? ¿Qué hacemos? ¿Cómo resolvemos esto?, preguntas sin respuesta, ideas vacías.
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Un padre de familia nunca debe rendirse
Poco a poco fuimos enderezando todo, lo que se había prohibido se autorizó, lo que se había quitado se devolvió, pero faltaba algo. Faltaba nuevamente la comunicación, el respeto y la confianza.
¿Cómo haremos para reconstruir lo que se había dañado? ¿Cómo volvemos a crear y fortalecer los lazos rotos de nuestra familia? Esta vez, la respuesta la otorgo el mismo enemigo que la causo. La tecnología; ya que después de un tiempo, ese joven que se alejó y al cual acusamos de ser egoísta, irrespetuoso y otras tantas cosas más; simplemente decidió mudarse de país y fue entonces cuando la distancia y las fronteras pasaron a ser una realidad y ahora ese mismo mecanismo que los separó es el que nos mantiene unidos mucho más que nunca y constante.
No fue fácil —fue tiempo a tiempo, eso sí—. Pero sí te puedo asegurar que en estos tiempos tan particulares que vivimos, donde continuamente el mundo quiere arrebatarnos a nuestros hijos, si uno es constante en inculcar valores en los hijos, y cuidas que la educación se centre en principios correctos y profundos, si tus hijos se desvían, a la larga serán como ese río que vuelve a su cauce.
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Por supuesto, cuando no hay esa educación basada en principios, los hijos se salen de cauce y crean cauces propios, que los llevan a mares de dolor y soledad. Pero me atrevo a hacerte la promesa de que si la enseñanza en el hogar es amorosa y basada en verdades eternas, con el tiempo las aguas volverán a su lecho. Todos somos piezas únicas y fundamentales en cada uno de nuestros hogares y en cada uno de nosotros se encuentran los motores para siempre mantenernos en continuo movimiento y creciendo, estrechando los lazos cultivados y fortaleciendo nuestros ideales y nuestra fe. Mi Familia es y por siempre será un motor que necesita ajustes, chequeo constante, mantenimiento preventivo y sobre todo amor.