Deja que los niños sean niños
En un afán de disciplina que se apega más a un sistema totalitario, los adultos tratamos como adultos a los niños pequeños.
Arturo Leonardo
Convertirse en padres no es una gracia. No quiero que se me malinterprete: el recibir a ese pequeño humano con tu sangre, significa más que una ilusión y las ganas enormes de presumirlo en redes sociales, ya que a partir de su llegada, tus actitudes y lenguaje cambiarán por completo.
Te cuento un poco de mi experiencia. Siempre he tratado de ver la vida con alegría, a veces en demasía, con muchas bromas, quizá unas más tontas o peligrosas que otras. Sin embargo, cuando me enteré que mi primer hijo ya había comprado su boleto de camión y venía velozmente por la carretera de la vida, tuve que ajustar, por convicción propia, varios tornillos de mi desbocado carácter.
Cambias a modo imperativo
Dos meses antes que mi hijo llegara, su mamá y yo platicamos sobre el nombre que le pondríamos y demás. Fue un debate enriquecedor, que me iluminó de una forma que yo no pensaba, de esas veces que adquieres un conocimiento sin esperarlo, llega y se mete en tu cabezota sin decir “ahí te voy” y no duele, al menos en el momento. ¿A qué me refiero? Entre la vorágine de nombres, unos más tremendos que otros, le dije a la orgullosa mamá lo siguiente: “Di el nombre en voz alta, regáñalo, varias veces, imagina que hizo algo malo y le vas a llamar la atención, si suena bonito el nombre en imperativo, con ese nos quedamos”. La fórmula se aplicó también con el segundo bebé y quedamos satisfechos con sus nombres, pero justo en aquel momento, pasamos quizá de forma inconsciente a la terrible realidad de habernos convertido en nuestros propios padres.
Son niños, n-i-ñ-o-s
Pienso entonces, que a partir de ese momento ya no eres un “Homo Sapiens”, eres un “Homo mandatus”: “Hijo, (pon el nombre de tu hijo aquí) haz esto, haz lo otro, quita, pon, deja de hacer”. ¡Basta! Los niños son niños y como tales hay que tratarlos. No estoy diciendo que sean tontos, al contrario son más listos que nosotros, porque aún con su condición de inocencia tienen que madurar 25 o más años en una sola frase para tratar de entender qué demonios quieren sus papás.
Consejos para tratar a los niños, como niños
Si haces el esfuerzo de no mirarlos como adultos pequeños, sino como los niños que son, te aseguro que tú mismo descubrirás una dimensión de la vida que ya habías olvidado. Por ello, a continuación comparto algunos consejos que podrían ayudarte a lograrlo:
1. Intenta ver la vida como ellos
Colócate en cuclillas, acuéstate en el suelo, observa lo que ellos ven desde el ángulo más cercano posible. Es diferente ver desde el suelo los pies llenos de callos de los papás, que a un metro y setenta centímetros de distancia.
2. Tómate el tiempo necesario para repetir las cosas
Si los vas a regañar, hazlo en el preciso momento, no de manera retroactiva. Dile qué hizo mal y repítelo las veces que sea necesario, no importa que inicies por la mañana y termines casi al dormir.
3. Muestra interés por lo que hacen
Trabajo, pagar cuentas, las noticias, impuestos, ¡voy a explotar! Apóyate en tus hijos para saber qué hicieron en el día, piensa que su mundo también es complicado, entonces ¿cómo le hacen para reír siempre?
4. Recuerda que tú también fuiste niño
Imagínate si ahorita a tus veinte, treinta, cuarenta y tantos eres obsesivo compulsivo-enojón, entonces seguramente de niño eras peor, por la sencilla razón de que, al menos en teoría, no tenías que mostrarle una cara distinta a jefes, vecinos o al que vende los boletos del cine. Si es necesario, pregunta a tus padres cuántas canas les sacaste a ellos.
Finalmente, no olvides que los adultos tenemos que trabajar día a día para grabarnos pues, si bien existe gente de nuestra edad a la que se le dificulta entender lo que queremos decir, entonces ¿por qué enojarse cuando el pequeño no hace las cosas exactamente cómo le decimos? Relacionado con este tema, te invito a leer los siguientes artículos.
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