Guía de supervivencia para padres con adolescentes
"No entiendo qué le pasa" es una frase que repites como un mantra interminable. Tienes un adolescente en casa y necesitas ayuda.
Marta Martínez Aguirre
Llega arrastrando los pies, se le nota cansado, la mochila repleta de libros y útiles le encorva la espalda, murmura un “Hola” simple y llano que encierra un “Estoy cansado, tuve un día terrible y tengo que estudiar para mañana”. La merienda, como de costumbre, está lista. Es la hermosa tarea de ser madre la que te prepara para recibirlo con entusiasmo y tragar saliva ante su aparente indiferencia. Te ama pero está en esa etapa donde los sonidos guturales y los gruñidos son la forma de decirte: “Te amo”. A su paso quedan estelas de ropa tirada, una remera (camiseta), los zapatos deportivos, las medias con ese olor que te saca de las casillas y las migas del trozo de torta que metió en su boca sin notar que la decoración, te llevó un buen rato prepararla.
Tu hijo ha llegado a casa, respiras, sientes ese alivio que llena tus pulmones de una paz infinita porque tu adolescente está a salvo. Enciendes el noticiero, te pones a preparar la cena y con un ojo estás atenta a lo que necesita. Desde su cuarto escuchas ruidos extraños, no quieres ni asomarte, está furioso porque le has ordenado el escritorio, aromatizado el ambiente y puesto sábanas limpias en la cama.
Obviamente dejas de cortar la cebolla y te diriges hacia él: ¿te gusta cómo te ordené todo? Un silencio fantasmal te recuerda a Bram Stoker, te perfora con la mirada, pero cuando te acercas un poco más del umbral de su puerta, te dice que está cansado y quiere dormir un rato antes de ponerse a estudiar.
Por la noche, sabes bien que es la hora de poner el agua en el fuego, de darte media vuelta y cantar un himno, o una suave melodía inspiradora: “Oh bello hogar, oh dulce hogar… morada de Cristo, oh bello hogar…”
Tu hijo no va a dormir, va a enchufarse el reproductor de mp3 con tanta fuerza que aplastará cualquier estrofa dulce que encuentre a su paso. Llega tu esposo, y recuerdas que ese hombre de rostro bonachón es su padre, entonces le comentas con detalles a granel que ese muchacho tiene actitudes que te disgustan. Él te besa dulcemente y se sienta a escucharte, pero tú quieres que actúe y lo mandas al campo de batalla, es decir al dormitorio de tu hijo, que es la trinchera de estos tiempos.
Tu esposo se asoma y desde adentro escucha, “Estoy estudiando”. Entonces él cierra la puerta y se retira a quitarse el traje y sentarse a esperar la cena. Tú te pones como loca, no puedes entender que él como padre no medie para que esa actitud de joven de las cavernas cambie y te sientas a llorar desconsoladamente. “No entiendo qué le pasa, no entiendo sus modas, no entiendo qué necesita” repites como un mantra interminable. Querida mía, es solo eso: tienes un adolescente en casa. Aquí te comparto dos consejos que pueden ayudarte en estas circunstancias:
Recuerda tu adolescencia
Es tan sabio recordar que tú también pasaste por etapas similares, días donde todo era color de rosas y otros donde el cielo era un manto de luto perenne. La empatía es la mejor estrategia para poder entender a tu hijo y sus cambios. Antes de sentarte a darle un sermón de sus actitudes, acompaña desde la puesta en el lugar del otro. Trata de identificar sus tiempos: uno necesita aprender a dialogar con adolescentes para saber cuándo es momento para hacerlo, y cuándo necesita silenciar sus ruidos internos. Entonces actúa, si se acerca a ti, aprovecha esa oportunidad para escucharle, si se encierra permite que busque a su modo la calma.
Motívalo y respeta su intimidad
Si deseas que su cuarto no se confunda con una sucursal del vertedero, dialoga con él sobre la limpieza de su cuarto. Asígnale un día y un horario límite para mantenerlo aseado. Deja que él mismo se haga responsable del orden, motívalo premiándolo con algo que le agrade, esa torta de frutillas, ese tazón de crema y merengues, esa salida al cine.
La adolescencia es una etapa temporal donde tu hijo necesita sentir seguridad y afecto, pero sobre todo empatía y respeto por su proceso. Pon en práctica estos consejos y avísame si no has dejado de repetir el mantra…