No ser la madre perfecta: la mejor decisión de mi vida

Hace algún tiempo dejé de aspirar a convertirme en madre perfecta, y éste es el resultado.

Camila Ignacia Gómez González

Ser mamá es una de las cosas más hermosas que he podido experimentar. Desde el momento en que supe que nacería mi hijo Santiago, decidí vivir la experiencia de la maternidad en su totalidad, con altos y bajos. Sin embargo, jamás pensé que al momento de su nacimiento también conocería sentimientos impensados. La primera vez que lo tomé entre mis brazos, me pregunté si realmente estaba preparada para ser la mamá que soñé. La respuesta se me ha revelado en el transcurso de estos cinco años y es uno NO: no soy la mamá que soñé, así que aprendí a aceptar las siguientes cosas:

No soy perfecta

Por ello, comencé a aceptar que hay días en que estoy completamente agotada como para leer un cuento antes de dormir, recoger juguetes tirados u olvidados en el piso o para ponerme a jugar en el suelo. A veces reemplazo la lectura por un cuento corto, que invento en el mismo momento, apilo juguetes en un baúl y no en sus estantes e invito a dormir más temprano a mi marido para que al otro día podamos salir a hacer alguna actividad entretenida para los tres. Esto me ha llevado a comprender que mi hijo agradece mucho más tener una mamá feliz que una mamá anulada y superada por el estrés de tener todo perfecto.

Renuncié a tener todo ordenado

Poco a poco he comprendido que no puedo esperar pulcritud en cada rincón de mi casa, pues tengo un hijo pequeño que está explorando el mundo y reconociendo que hay cosas maravillosas con qué jugar. Asi que ahora cuando lo veo jugar con tierra, barro, me preocupo de que tenga todos los implementos para seguir disfrutando de sus aventuras.

Comencé a disfrutar cada etapa de mi hijo

Me propuse no apresurar sus tiempos: no me cuestiono su futuro (profesión, estado civil, estilo de vida) porque quiero verlo desarrollarse de forma plena, y para ello debo tener los ojos bien puestos en lo que necesita hoy. Ayuda, contención, tardes de juego, mañanas de estudio y reír sin parar.

Empecé a dejar tiempo para mí

No importa si se trata de una hora para leer mi libro favorito o si es una tarde con amigas: el punto es que poco a poco he comenzado a respetar mis tiempos como mujer.

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He comenzado a pedir ayuda

Los primeros años de vida de Santiago, nunca me atreví a decir que había situaciones que no podía dominar con seguridad, por miedo a que me juzgaran una mala madre. Hoy, en cambio, si tengo dudas o miedos acudo a mi círculo más íntimo para ser contenida. Y me ha traído una grata experiencia, pues he ido descubriendo que detrás de muchos integrantes de mi familia se esconde una sabiduría inmensa.

Sé que no soy la mamá que soñé, aquella que iba siempre bien arreglada, que no se equivocaba y que su dulzura se notaba en cada acto. Soy la mejor mamá que puedo ser para Santiago, aquella que espera que cuando él se convierta en adulto no sea más que una cosa: MUY FELIZ.

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Camila Ignacia Gómez González

Camila, es Relacionadora Pública, con orientación en Marketing, actualmente reside en Villa Alemana, Chile. Es esposa y madre, y ama escribir para ayudar a fortalecer los lazos familiares.